Cuando Abril entró a su habitación, el ambiente estaba impregnado de un silencio pesado, como si las paredes mismas contuvieran una respiración suspendida.
Se deshizo del peso de la ropa, de los pensamientos que aún la atormentaban, y se sumergió en la ducha, dejando que el agua caliente aliviara sus músculos tensos.
Cada gota que caía sobre su piel parecía lavar la ansiedad acumulada, aunque no conseguía liberar su mente.
Tras unos minutos bajo el chorro de agua, salió, envolviéndose en la toalla, y se miró al espejo.
Había algo en su reflejo que la desconcertaba: la mujer que veía allí, con los ojos algo hinchados y el semblante apagado, no era la misma que había sido hace tan solo unos meses.
Se vistió con rapidez, intentando evadir la sensación de que el tiempo se le escapaba entre los dedos.
Una semana después.
Abril había ignorado a Amadeo, sin saber lo difícil que era, ese hombre cada día le enviaba un mensaje nuevo, la desconcentraba, y la llamaba.
Quería verla hoy, pero era i