Mia no podía creerlo.
Aquel instante que tantas veces había soñado, al fin estaba ocurriendo frente a sus ojos. Sus manos temblaban cuando él tomó la suya y, con una sonrisa llena de ternura, deslizó el anillo en su dedo.
Una lágrima se escapó de sus ojos, pero era de pura felicidad. Su corazón latía con tanta fuerza que sentía que iba a romperse en mil pedazos.
La gente alrededor estalló en aplausos, celebrando aquel momento sagrado.
Ella levantó la mirada hacia él, hacia Aníbal, y la sonrisa que le regaló parecía iluminar el mundo entero. Sus labios se encontraron en un beso profundo, cargado de promesas, de amor y de futuro.
Por un instante, el universo entero desapareció. No existían testigos, ni tiempo, ni distancia. Solo ellos dos.
Los días siguientes fueron una ráfaga de preparativos y sueños. Abril, su amiga inseparable, no la dejó sola ni un segundo. Fue ella quien la acompañó a la boutique más elegante de la ciudad para elegir el vestido de novia. Mia, entre risas nerviosas,