Capítulo: ¿Quién es ella?

Abril llegó al bar como una tormenta que no avisa. Sus tacones resonaban sobre el piso de madera mientras avanzaba directo a la barra, sin mirar a nadie.

No quería compañía, no quería consuelo. Solo quería olvidar. Olvidarse de todo.

De él.

Bebía sin control, copa tras copa, como si el alcohol pudiera arrastrar el dolor fuera de su pecho. Como si cada trago pudiera borrar el rostro de Greg de su memoria. Pero no lo hacía.

Y lo sabía.

Le dolía. Le dolía hasta los huesos. Su corazón estaba hecho pedazos. El hombre que amaba... el hombre por el que habría dado la vida... amaba a otra. Y ella... ella simplemente no existía para él. Era un recuerdo vago, una sombra en su pasado. Nada.

Hace un año, todo cambió. Un maldito accidente destrozó más que un auto.

Tras la boda, ella y Greg se fueron felices, radiantes, rumbo a su luna de miel.

Pero la felicidad duró poco. El auto derrapó en una curva peligrosa y chocaron brutalmente.

Abril fue la primera en recuperar la conciencia, con la frente sangrando y las manos temblorosas. Vio el humo, el fuego que amenazaba con devorarlos. Y sin pensarlo, sin importarle el dolor en sus piernas, se arrastró fuera del vehículo, luego regresó y sacó a Greg como pudo, arrastrándolo entre los gritos y el caos.

Minutos después, el auto estalló en llamas.

Gracias a ella, él estaba vivo. Pero no lo recordaba.

En el hospital, los separaron. Greg fue llevado a otra habitación y cuando por fin abrió los ojos… no fue a ella a quien vio.

Fue a Jessica.

Una mujer que fingía ser amiga, pero que escondía un alma enferma de envidia y celos. Jessica, que siempre deseó lo que no era suyo, vio en el accidente una oportunidad perfecta.

Greg había perdido la memoria. No recordaba a Abril, ni su amor, ni su boda. Nada.

Jessica no tardó en contaminar sus recuerdos. Le susurró mentiras dulces, como veneno en miel. Le hizo creer que siempre se habían amado, que eran almas gemelas separadas por una cruel villana: Abril. Y él… la creyó.

Jamás le dieron a Abril la oportunidad de explicarse. Nunca pudo contarle la verdad.

Él simplemente la borró de su vida.

—¡Salud por las mentiras! —murmuró Abril, levantando su copa hacia el techo del bar antes de vaciarla de un trago.

La embriaguez ya la dominaba por completo.

Tropezó al salir, la vista nublada, las emociones revueltas como un torbellino.

Caminó hacia el estacionamiento, pero en lugar de subir a su auto, abrió la puerta trasera de otro y se desplomó dentro, sin darse cuenta.

Se quedó dormida en el suelo del asiento, sumida en una borrachera silenciosa.

Un rato después, el dueño del coche apareció.

Al principio no notó nada extraño, pero al dejar su abrigo en el asiento trasero, se congeló al ver el cuerpo de una mujer dormida dentro de su auto.

—¿Qué diablos…? —murmuró.

Se agachó, la miró con cautela.

Era hermosa, incluso así, con el maquillaje corrido y la ropa arrugada. Demasiado hermosa para ser real.

—¿Y si es una trampa? —pensó—. Una trampa preciosa...

La tomó en brazos, sintiendo lo liviana que era.

La llevó a su pent-house, sin dejar de observar su rostro.

Cuando la depositó en la cama, Abril abrió los ojos de repente, entornados, borrachos de alcohol.

—¿Eh? ¿Quién eres tú…? Ah… ja, ja ja —rio ronca, con esa sonrisa—. Eres el gigoló que pedí, ¿no? Estás perfecto…

Él frunció el ceño.

—¿Qué dijiste, mujer? ¿Tienes idea con quién estás hablando?

Ella se rio con más fuerza, como si la idea le resultara graciosa. Se incorporó, lo miró a los ojos, y deslizó las manos por su cuello.

—Hazlo rápido. Te pagaré muy bien… si terminas pronto.

Lo besó.

Un roce fugaz, pero intenso, que encendió una chispa entre los dos.

Él quiso apartarse, pero sus pestañas largas temblaban como alas de mariposa y su aliento olía a rosas. Era imposible resistirse a algo así.

—Oye, no me culpes por esto —dijo él, perdiendo el juicio.

—¿No eres hombre? Entonces… apúrate. Necesito que me hagas un bebé.

Él parpadeó, perplejo.

¿Una broma? ¿Una locura? ¿Quién era esa mujer que decía semejante cosa con tanta determinación?

—No… no puede estar hablando en serio.

Pero entonces ella volvió a besarlo. Y ese beso lo arrastró con fuerza.

Lo que siguió fue una tormenta de pasión desbordada.

Sus labios, sus caricias, el calor de sus cuerpos chocando como olas contra rocas.

Se desnudaron, y él estuvo a punto de tomar un preservativo, pero ella lo detuvo.

—No, no. Dije que quiero un bebé.

Lo miró directo a los ojos. Firme.

Él dudó… pero ya era tarde para pensar.

Cuando la hizo suya, se dio cuenta de algo: era virgen. Ella se quejó, pero lo abrazó con fuerza. En ese momento, se convirtieron en uno solo. Fue fuego, fue pasión y locura, fue olvido.

Fue todo lo que Abril necesitaba esa noche para no pensar.

***

A la mañana siguiente…

La luz del sol entró por la ventana, acariciando el rostro de Abril.

Abrió los ojos con lentitud. La cabeza le dolía, el cuerpo también.

Y entonces, los recuerdos la golpearon como una ola fría.

Se enderezó, mirando a su alrededor, y el corazón le dio un vuelco. No era su cama. No era su casa.

Junto a ella, un hombre dormía boca abajo. Su espalda era ancha, fuerte, con un tatuaje de águila en la piel. No podía ver su rostro completo… pero sabía que no era Greg.

Su respiración se aceleró. El pánico subió como una marea.

Él abrió los ojos y la miró, tranquilo. Sonrió.

—No te esfuerces en cubrirte. Créeme… ya lo vi todo.

Ella se sonrojó con furia, apretando los dientes, humillada.

Entonces, el hombre sacó su cartera, como si nada.

Ella se vistió con rapidez

—¿Cuánto te debo? —preguntó, serio.

Los ojos de Abril se abrieron enormes. Sintió que la rabia le explotaba en el pecho.

¿Qué acababa de decirle?

—¡¿Qué dijiste?!

Él sacó un fajo de billetes y lo puso sobre la cama.

—¿Esto está bien? ¿O me vas a cobrar más?

Ella no respondió. Solo tomó su bolso, sacó un solo dólar y lo arrojó sobre la cama.

—Esto es lo único que pagaré por ti, gigoló. Lo hiciste tan mal… que no mereces más.

Se terminó de vestir con manos temblorosas, rabiosa, herida, y salió sin mirar atrás.

Él se quedó en la cama, con el billete en la mano y la sábana ligeramente manchada de sangre.

Sonrió.

—¿Quién demonios es ella…? —murmuró, fascinado.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP