Aurora, una hermosa y joven mujer, parece tenerlo todo: un esposo rico y poderoso, una vida de lujo y una posición social envidiable. Pero detrás de la fachada de perfección, Aurora esconde un secreto: su esposo la odia y la humilla constantemente. Cuando conoce al coronel Alexander, un hombre atractivo y poderoso que ha dedicado su vida al ejército, Aurora se siente atraída por su fuerza y su integridad. Pero Alexander tiene un pasado complicado que lo obliga a mantenerse alejado de las mujeres. A medida que Aurora se acerca más a Alexander y comienza a cuestionar su relación con su esposo, se da cuenta de que su vida está en peligro. Su esposo hará cualquier cosa para mantener su poder y su control sobre ella. ¿Podrá Aurora encontrar el coraje para escapar de su prisión de lujo?
Ler maisLa vida en la mansión Brown, vista desde el exterior, parecía un cuento de hadas. Los jardines bien cuidados, la piscina olímpica, y los carros de lujo estacionados en el garaje daban la impresión de que todo era perfecto. Pero dentro de esas paredes, detrás de las cortinas de terciopelo, la realidad era muy diferente.
Me desperté temprano, como siempre, con el ruido de la alarma que Ricardo había insistido en poner a las cinco en punto de la mañana. Según él, era la hora perfecta para que una “buena esposa” se levantara y comenzara sus deberes. Me levanté de la cama con cuidado, tratando de no hacer ruido. Ricardo tenía el sueño ligero y sabía que cualquier movimiento brusco podía desencadenar su furia matutina. Mientras caminaba hacia el baño, miré mi reflejo en el espejo. La joven de ojos tristes que me devolvía la mirada parecía extraña. ¿Dónde había quedado aquella Aurora llena de vida y sueños? Me preguntaba mientras el agua tibia de la ducha trataba de borrar las marcas de la noche anterior. —¡Aurora!— La voz de Ricardo resonó por la casa. Siempre lograba que su tono fuera más frío que el mármol de la cocina. —Baja ahora mismo, necesito el desayuno. Me apresuré a vestirme y bajé las escaleras, esforzándome por parecer serena. Cuando llegué a la cocina, él ya estaba sentado, leyendo el periódico. Ni siquiera levantó la vista cuando entré. Preparé su desayuno en silencio, sabiendo que cualquier palabra fuera de lugar podía ser interpretada como un desafío. —El café está frío,— murmuró, sin mirarme. Sentí un nudo en el estómago. Sabía lo que venía. —¿Acaso no puedes hacer algo tan simple? —Lo siento, Ricardo. Voy a prepararlo de nuevo,— respondí, tratando de mantener la voz firme. Me acerqué a la cafetera y comencé de nuevo, sintiendo su mirada clavada en mi espalda. —Siempre tienes que arruinar todo, ¿verdad?— Sus palabras eran como dagas. —Te di todo lo que tienes, y así es como me lo agradeces, con incompetencia y descuido. Terminé de preparar el café y se lo llevé, con las manos temblorosas. Lo dejó caer a propósito, derramando el líquido caliente sobre la mesa y en el suelo. —Esto es lo que pienso de tu esfuerzo,— dijo, mirándome con desdén. Limpie el desastre mientras trataba de contener las lágrimas. No quería darle la satisfacción de verme llorar. Sabía que eso solo le daría más poder sobre mí. Pasé el resto de la mañana en silencio, haciendo mis tareas habituales. Lavé la ropa, ordené la casa, y me aseguré de que todo estuviera en perfecto estado antes de que Ricardo regresara del trabajo. A lo largo del día, me repetía una y otra vez que tenía que ser una buena esposa, que no podía dejar que su descontento me destruyera. Por la tarde, me encontré con la oportunidad de salir de la mansión. Ricardo tenía una reunión importante y estaría fuera hasta tarde. Aproveché la ocasión para visitar a mi amiga Ana. Necesitaba desahogarme, aunque sabía que tenía que ser cuidadosa con lo que decía. Ricardo tenía ojos y oídos en todas partes. Ana me recibió con una cálida sonrisa y un abrazo. —Aurora, me alegra verte. Pareces cansada,— dijo con preocupación en la voz. Nos sentamos en su pequeño pero acogedor salón y hablamos durante horas. Le conté parte de lo que estaba viviendo, sin entrar en muchos detalles. Ana siempre había sido una amiga leal y comprensiva, pero también sabía que no podía ponerla en peligro. —Debes hacer algo, Aurora,— dijo finalmente. —No puedes seguir viviendo así. Mereces ser feliz. Sus palabras resonaban en mi mente mientras regresaba a casa. ¿Era posible encontrar la felicidad? ¿Podría escapar de la jaula dorada en la que Ricardo me tenía atrapada? Esa noche, mientras me preparaba para dormir, escuché el sonido de la puerta principal. Ricardo había llegado. Me tensé, esperando lo peor. Entró en la habitación sin decir una palabra, pero la expresión en su rostro lo decía todo. Había bebido, y eso nunca era una buena señal. —Ven aquí,— ordenó, su voz cargada de amenaza. Obedecí, sabiendo que no tenía otra opción. Se acercó a mí y me tomó del brazo con fuerza, sus dedos clavándose en mi piel. —Eres una inútil, no eres más que un bonito adorno en este lugar que ni siquiera puedo llamar hogar, siempre que vuelvo aquí solo me produce asco Aurora. No sé por qué me casé contigo. Ricardo siempre había odiado a Aurora, no entendía como con tanto poder como el que tiene, tuvo la buena idea de hacer esa estupidez de caridad y casarse con esa estúpida mujer. Sus palabras eran crueles, pero lo que dolía más era la manera en la que las decía, con una frialdad que helaba mi corazón. Me empujó hacia la cama abofeteo mi mejilla y me dejó allí, temblando de miedo y dolor. —Recuérdalo bien,— dijo antes de salir de la habitación. —Eres mía, y nunca podrás escapar— Respondió Ricardo con una determinación y autoridad inquebrantable, nadie podía jugar con el, su autoridad era lo que lo hacía ser el hombre importante que era ahora. Esa noche, mientras yacía en la oscuridad, sentí que la esperanza de libertad se desvanecía lentamente. No sabía cómo lo haría, pero parecía imposible encontrar una manera de liberarme. La vida me había dado una prisión de lujo, y no tenía las fuerzas para escapar de ella. Todo lo que había soñado que sería mi matrimonio perfecto no era más que una burla en la que se había convertido mi vida, Ricardo tenía razón. No eras más que una pobre estúpida arrastrada, era la gran obra de caridad que había hecho Ricardo conmigo. Y así, con el corazón lleno de miedo y resignación, acepté que mi destino estaba sellado. Sabía que no sería fácil, pero me convencí de que no tenía más opciones. Aurora De Brown, por qué si, estube obligada a usar su apellido para hacerse notar y que nunca se me olvidará que el tenía total control sobre mi. Se rendía sin dar batalla.La mañana en la casa Williams comenzaba con una mezcla de caos, risas y un café que apenas lograba mantenerse caliente. El sol entraba a raudales por las cortinas ligeras de la cocina, y el olor a pan tostado competía con el de la lavanda que Aurora colgaba en pequeños ramilletes cerca del ventanal.—¡Papá! —gritó Emma desde el pasillo— ¿Dónde están mis botas de exploradora intergaláctica?Alexander, aún en pijama y con uno de los mellizos dormido en brazos, intentaba responder sin alterar el equilibrio de su pequeño cargo.—¿Las que tienen estrellas o las que brillan en la oscuridad?Emma apareció en el umbral, con una capa de terciopelo violeta atada al cuello y el cabello recogido en dos trenzas chuecas. Tenía seis años y una imaginación que no reconocía límites. Sus ojos verdes, herencia directa de su madre, brillaban con expectativa.—¡Las que brillan, obvio! Hoy es martes de misión lunar.Alexander sonrió y asintió solemnemente.—Teniente Emma, permítame revisar el hangar de sum
El viento de primavera soplaba con dulzura sobre los prados, levantando pétalos de magnolia que danzaban en el aire como susurros de promesas cumplidas. La casa de los López Williams se alzaba al pie de la colina, con las ventanas abiertas de par en par, dejando entrar los aromas de café fresco, madera y tierra mojada. Era una casa construida no con ladrillos de lujo, sino con paciencia, abrazos largos, cicatrices sanadas y el tipo de silencio que solo puede existir cuando ya no hay miedo. Las paredes estaban adornadas con fotografías que contaban su historia sin necesidad de palabras: una risa de Aurora recostada en el regazo de Alexander; los primeros bocetos del jardín familiar; y en el centro del salón, una imagen nueva, brillante y sagrada. La pequeña Emma. Dormía en su cuna blanca, rodeada por una suave red translúcida y música de piano que Alexander reproducía por las noches. Tenía apenas seis semanas de nacida y ya era el corazón de toda la casa. Su llegada había sellad
El crepúsculo pintaba tonos suaves de lavanda y cobre sobre la terraza trasera de la casa, mientras las luces colgantes comenzaban a parpadear tímidamente. La cena estaba dispuesta en una mesa alargada de madera rústica, rodeada de amigos, compañeros y familia. El aroma de pan recién horneado, vino dulce y especias suaves flotaba en el aire, combinándose con la brisa cálida del atardecer. Aurora caminaba entre los invitados con una sonrisa serena, saludando, recibiendo abrazos y bendiciones, sin sospechar lo que Alexander había preparado. Había sido una semana de paz ininterrumpida, algo que aún parecía increíble. Y ahora, después de lo vivido, él había querido reunir a todos los que estuvieron a su lado, no solo para agradecer, sino para compartir un secreto hermoso que ya no quería guardar por más tiempo. —¿Estás bien? —le preguntó Alexander en voz baja, tomándole la mano mientras esperaban el postre. —Perfectamente. Es raro decirlo, pero siento que pertenezco aquí. No estoy
Aurora nunca había visto el invernadero así. La estructura de cristal detrás de la casa, olvidada por años, brillaba esa noche como si contuviera estrellas. Las luces cálidas se entrelazaban entre las enredaderas y rosales cuidados, cada rincón perfumado con lavanda, jazmín y un toque de vainilla suave. Una sola mesa redonda, vestida con lino blanco y velas, esperaba en el centro, junto a una fuente que murmuraba con delicadeza. Aurora se detuvo en la entrada, boquiabierta. —¿Qué es esto? —preguntó en un susurro, sosteniendo con firmeza la tela del vestido que Alexander había dejado sobre la cama, junto a una nota que solo decía: “Vístete. Confía en mí.” —Una noche sin recuerdos oscuros —respondió Alexander, apareciendo tras ella con una leve sonrisa, el cabello cuidadosamente peinado, la camisa negra abotonada con precisión, las mangas arremangadas con naturalidad. —Una noche solo para ti. Aurora no habló. Se giró para mirarlo de frente y sintió, por primera vez desde hacía
Las luces del hospital ya no se sentían frías. No eran las mismas que habían iluminado tantos momentos de angustia; ahora, brillaban con la dulzura de una nueva esperanza. Aurora y Alexander caminaban por el pasillo tomados de la mano, rodeados del silencio sereno que precede a los grandes instantes de la vida. —No recuerdo la última vez que estuve en un hospital sin chaleco antibalas —susurró Alexander, esbozando una sonrisa. Aurora lo miró de reojo, divertida. —Y yo no recuerdo la última vez que vine sin temer por mi vida. Ambos se detuvieron ante la puerta del consultorio. El cartel decía Ecografías – Obstetricia. Aurora entrelazó sus dedos con los de él. —¿Lista? —preguntó Alexander. Ella inhaló profundamente. —Sí. Pero si lloro, no digas nada. —Solo si yo no lloro primero. Entraron. La doctora los saludó con calidez y les pidió que se acomodaran. Aurora subió con cuidado al diván, mientras Alexander se sentaba junto a ella, sin soltar su mano ni un solo segundo.
Las noticias habían tomado control de cada pantalla, cada radio, cada conversación en la ciudad. Los titulares parpadeaban con letras rojas y sonidos de alerta urgente. "CONFIRMADO: JAVIER MONTENEGRO, LÍDER CRIMINAL Y ALIADO DE RICARDO, HA SIDO NEUTRALIZADO POR FUERZAS MILITARES. SU MUERTE MARCA EL FINAL DE UNA ERA DE VIOLENCIA EN LA REGIÓN." Aurora estaba sentada en la habitación del hospital, recuperándose, cuando la voz del reportero en la televisión captó su atención. Al principio, sus manos temblaron al sostener el control remoto, su mente tratando de procesar lo que escuchaba. Javier Montenegro. El hombre que había estado moviendo los hilos en las sombras. El aliado más peligroso de Ricardo. El arquitecto de la última guerra que había llevado a Alexander de vuelta a la batalla. Y ahora… estaba muerto. El reportero continuó con la narración, mostrando imágenes de la zona de combate, donde las patrullas militares aún aseguraban el lugar. "Las autoridades confirman
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