El crepúsculo pintaba tonos suaves de lavanda y cobre sobre la terraza trasera de la casa, mientras las luces colgantes comenzaban a parpadear tímidamente.
La cena estaba dispuesta en una mesa alargada de madera rústica, rodeada de amigos, compañeros y familia. El aroma de pan recién horneado, vino dulce y especias suaves flotaba en el aire, combinándose con la brisa cálida del atardecer.
Aurora caminaba entre los invitados con una sonrisa serena, saludando, recibiendo abrazos y bendiciones, sin sospechar lo que Alexander había preparado.
Había sido una semana de paz ininterrumpida, algo que aún parecía increíble. Y ahora, después de lo vivido, él había querido reunir a todos los que estuvieron a su lado, no solo para agradecer, sino para compartir un secreto hermoso que ya no quería guardar por más tiempo.
—¿Estás bien? —le preguntó Alexander en voz baja, tomándole la mano mientras esperaban el postre.
—Perfectamente. Es raro decirlo, pero siento que pertenezco aquí. No estoy