Mundo ficciónIniciar sesiónLeonor pensó que su pasado no volvería a tocar a su puerta, pero el destino tenía planeado mostrarle que las casualidades son recurrentes de lo habitual. Ahora deberá enfrentarse al amor que un día fue y que sigue siendo, entre odio, rencor y rabia deberá tomar una decisión. ¿Podrá perdonar o se hundira junto con el odio que lleva años cargando en su pecho?
Leer másLeonor caminaba con prisa entre los pasillos interminables del enorme hospital. Su respiración estaba un poco agitada, no porque no pudiera con el paso, sino porque su mente estaba llena de preocupaciones.
Leonor llevaba de la mano a su hija Clara, de cinco años, avanzando a paso rápido por el pasillo del hospital. Era madre soltera y esta vez había traído a la niña para que le revisaran las erupciones que, desde hacía varios días, no dejaban de extenderse. En la otra mano apretaba la ficha de atención que había logrado conseguir con esfuerzo en el mostrador. Tomo asiento en las frías sillas de metal, acomodo su falta y respiro profundo en un intento de calmarse así misma. Justo cuando aún se debatía entre si sería una alergia o una enfermedad hereditaria, la fría voz del altavoz del hospital interrumpió sus pensamientos. —Clara, a consulta médica… repito, Clara, a consulta médica. Leonor sintió un nudo en el estómago. Se puso de pie, apretó la pequeña mano de su hija y se dirigió hacia la puerta. Empujó suavemente y dio un paso… pero se detuvo en seco. Un frío punzante le recorrió la espalda, tan intenso que por un momento olvidó cómo respirar. Allí, sentado tras un escritorio impecablemente ordenado, estaba él. Gabriel. El pasado que creía enterrado y que ahora se materializaba frente a sus ojos con bata blanca y una mirada que parecía atravesarla. Era exactamente como lo recordaba, quizá incluso más imponente. Su postura erguida, el cabello oscuro perfectamente peinado, los rasgos faciales marcados, y esa expresión fría que no dejaba entrever ni una pizca de emoción. Si no fuera por la bata médica, cualquiera podría haberlo confundido con el CEO de una corporación poderosa. Leonor sintió que las paredes del consultorio se cerraban a su alrededor. Gabriel no era un extraño cualquiera: fue su compañero de secundaria, de universidad… y el hombre que más amó en su juventud. En la universidad, él no solo destacaba por su atractivo, sino también por su posición. Hijo menor de los dueños de la empresa ALMOR, aunque no heredero, su estatus social era de noble. Las chicas del campus lo miraban como si fuera inalcanzable. Sus pretendientes eran tantos que resultaba imposible contarlos, pero lo que más sorprendía a todos era que él parecía ignorarlas con facilidad, rechazando confesiones sin un ápice de duda. Pero lo que nadie entendía era por qué, en aquel entonces, había decidido estar con ella. Con Leonor. Ella, que en esa época cargaba con sobrepeso, el rostro lleno de espinillas y un sentido de moda prácticamente inexistente. Era, a ojos de los demás, lo opuesto a lo que un hombre como Gabriel elegiría. Lo que nunca olvidaría eran aquellas palabras que destruyeron todo lo que habían vivido juntos. Fue en una reunión universitaria. El rumor de que Gabriel salía con una “chica fea” se había esparcido como pólvora. Algunos de sus amigos, con sonrisas cargadas de malicia, se acercaron y, sin ningún pudor, lanzaron la pregunta: —Gabriel, ¿es cierto que estás con esa mujer? Tiene espinillas por todo el rostro… ¿no te molesta besarla? Las risas no se hicieron esperar. Pero lo que la destrozó no fueron las burlas ajenas, sino la respuesta que él dio, con esa voz fría que nunca imaginó dirigida hacia ella. —Jaja… solo es un juego. No hay de qué preocuparse. Además, me voy al extranjero, no la volveré a ver jamás. Leonor recordó cómo esas palabras le atravesaron el pecho como un cuchillo. Cómo en un instante, todo lo que había sentido se convirtió en una herida abierta. Se prometió que nunca olvidaría esa humillación y que no volvería a entregar su corazón tan fácilmente. Y ahora, después de tantos años, él estaba allí. Ella seguía de pie en el marco de la puerta, paralizada. Gabriel, al notar su inmovilidad, interpretó su silencio como desconfianza hacia él. —El médico titular pidió permiso hoy y no está en consulta —dijo con una voz profesional—. Estudié en el extranjero durante tres años, así que puedes confiar en mí y en mi habilidad médica. La voz de Gabriel hizo que Leonor volviera a la realidad. Apretó nerviosamente la mascarilla contra su rostro, tragó saliva y tomó asiento junto a Clara. Estaba segura de que él no la reconocía. Y tenía razones para ello. Leonor había cambiado mucho en los últimos años. No solo se había convertido en madre, sino que había transformado por completo su apariencia. El acné, que durante su juventud había sido su peor enemigo, desapareció después de un tratamiento que inició por recomendación de un dermatólogo en el que confió ciegamente. Su figura también había cambiado: ya no era obesa, pero tampoco extremadamente delgada; había alcanzado un equilibrio que la hacía ver saludable y atractiva. El cambio más radical, sin embargo, no estaba en su cuerpo, sino en su identidad. Ya no era Elisa. Ahora era Leonor. Como esperaba, Gabriel no mostró ninguna señal de reconocerla. Se limitó a seguir el protocolo médico: revisó a Clara con calma, diagnosticó una alergia cutánea y le recetó medicamentos. Le indicó a Leonor las precauciones que debía tener en casa y le pidió que regresara para una revisión en tres días. —No hay mayores problemas —concluyó, con ese tono distante que la hizo recordar por qué no quería volver a verlo nunca más. Leonor agradeció con una leve reverencia, tomó la receta y salió apresurada, arrastrando consigo a Clara. Una vez fuera, respiró profundamente, dejando escapar un suspiro cargado de emociones. El corazón le latía con fuerza y sentía un calor incómodo subiéndole por el cuello. No puedo creer que esté aquí… pensó. Era una mezcla de enojo, rencor, rabia y dolor. Lo que no había, ni en la más remota esquina de su corazón, era amor. Miró hacia atrás, imaginando a Gabriel todavía sentado en ese consultorio, y cerró los ojos unos segundos. En ese instante, Clara, que la observaba con atención, habló con la inocencia que solo un niño podía tener: —Mamá… ¿el médico de ahora… es mi papá? Leonor se quedó helada. —¿Qué? —susurró, con el terror dibujado en su rostro.Leonor miró confundida a la madre de Gabriel. La forma en que había llegado la tomó por sorpresa. La puerta que acababa de golpear contra la pared seguía vibrando cuando ella avanzó hacia Leonor con paso decidido. No era una mujer que viniera a hablar si no que venía a sentenciar. Leonor dio un paso atrás sin pensarlo. No por cobardía, sino porque el peso de esa mirada era demasiado. La señora tenía ese tipo de presencia que parecía llenar todo el espacio a su alrededor, y en ese pasillo estrecho del hospital, se sentía como una tormenta contenida. —¿tú quién te creés? —dijo Claudia, con la voz reducida a un hilo frío—. ¿Pensaste realmente que podías esconderme a mi nieta cinco años? ¿Creíste que te ibas a ir como si nada volvió? Gabriel avanzó un paso, pero su madre levantó la mano sin mirarlo. —No. Primero voy a hablar yo. Leonor apretó los dedos a los costados de su cuerpo, intentando mantener la calma. No quería armar una escena ahí, no con Clara a pocos metros. No con los n
Su madre viendo que ya nada se podía hacer decidió salir de la habitación y dejarlo solo.La mañana llegó y Gabriell amaneció sin haber dormido realmente. La noche le había pesado como una piedra hundida en el pecho, quizás por la mezcla de sentimientos. Caminó por la habitación como un hombre que no sabía bien cómo sostener todo lo que estaba ocurriendo, pero con la seguridad absoluta de que esta vez no iba a retroceder.Clara, ese nombre le había dado vueltas en la cabeza durante horas, repitiéndose una y otra vez hasta convertirse en una especie de mantra. Clara. La niña que no vio crecer. La niña que había sido la sombra de cinco años de decisiones equivocadas. La niña que ahora, por fin, tenía un rostro para él. Un rostro que no podía sacarse de la memoria y junto a ese rostro estaba Leonor La versión adulta, la mujer rota, la mujer que había tenido que cargar sola con una vida entera. La que había huido, cambiado su nombre, borrado rastros, construido una nueva existencia a la
Las palabras de Gabriel cayeron como un balde de agua fría. Ambos se miraba fijamente, ella intentando comprender su et aúna broma lo que su hijo había dicho, y él, analizando la expresión incrédula de su madre. —¿Qué? —Gesticulo ella en un susurro. Gabriel aún tenía el cuerpo tembloroso cuando volvió a sentarse en la cama. Su madre lo miraba como si acabara de escuchar la tragedia del siglo. Y, para él, lo era.—¿Cómo que… una hija? —repitió ella, como si necesitara escucharlo otra vez para entenderlo.—Mamá —Gabriel respiró profundo, pero sentía la voz rota—. Clara, la niña de Leonor o Elena, es mi hija… Clara es mi hija.La mujer se quedó inmóvil unos largos segundos. Su rostro pasó de la sorpresa, al enojo, luego a una especie de cálculo frío que a Gabriel siempre le había molestado.—¿Y esa muchacha te lo había ocultado por cinco años? —preguntó la madre, ladeando la cabeza con ese tono pasivo-agresivo que solo las madres expertas manejan.Gabriel la miró con cansancio.—No lo
Y justo ahí cuando la verdad estaba a un suspiro. La puerta de la cafetería se abrió de golpe, dejando a Emily a la vista de los que estaban allí. Con el paso acelerado, el maquillaje fresco, los ojos encendidos de furia como si hubiera corrido por todo el hospital. Como si supiera exactamente dónde encontrarlo. Como si la urgencia la hubiera consumido por dentro hasta llevarla a esa escena.El corazón de Leonor cayó al suelo tan pronto como la vio, pero el de Gabriel se incendió.Emily los localizó en un segundo. Y se acercó como una tormenta.—¡Así que aquí era! —soltó en voz alta, sin importar quién escuchara—. ¡Aquí venías a buscar tus respuestas!Gabriel cerró los ojos un instante, como si rezara por un segundo de paz.Leonor no se movió. No podía tenía miedo, culpa, el agotamiento, todo se mezclaba en un torbellino insoportable.—Emily, no hagas un escándalo —pidió Gabriel, aunque sabía que ya era inútil.Emily rió a grandes carcajadas burlándose de ambos, era una risa fría y
Gabriel caminaba por las aceras de la ciudad con paso apresurado, el día que tanto esperó había llegado y con él, el peso de un silencio de cinco años. Su mirada estaba firme en cada paso que daba, aunque su cabeza pensaba en cómo sería esa conversación, qué le diría Leonor que justificara cada cosa que había hecho. Llegó a la puerta de la cafetería y allí estaba Leonor sentada con sus manos sobre la mesa acariciando la tasa de café que había pedido para calmar sus nervios. La cafetería del hospital tenía ese olor tibio y extraño que mezcla café con desvelo. Las mesas estaban casi vacías, apenas dos enfermeras agotadas y un médico revisando papeles. Y ahí, en la esquina que daba a la ventana, estaba ella, sentada con los codos apoyados en la mesa, intentando controlar el temblor mínimo de sus manos.Gabriel miró la hora, tan solo faltaban quince minutos para hora acordada. Había llegado quince minutos antes, no por cortesía o por necesidad. Llevaba cinco años esperando respuestas.
Gabriel miró su celular, repasando una y otra vez los mensajes que Leonor le había enviado. La citación para dentro de dos días lo llenaba de enojo y también de satisfacción al tener, al fin, una respuesta ha todo lo que le atormentaba. Dejó su celular de lado, se tumbó en la cama y se centro en pensar qué le preguntaría a Leonor, principalmente en que punto de la relación Tomás entró. A lo que el recordaba solo eran ellos dos, jamás hubo terceros que pudieron dañar la relación. Luego de pensar se replanteó las preguntas, pero cada una de ellas tenía una importancia significativa. La frustración se apoderaba de él, aunque la ansiedad de tener que esperar terminaba desesperandolo. Cerraba sus ojos y Leonor se hacía presente, recordaba aquellos días de universidad cuando tomaba a Leonor entre sus brazos. Se giró en su cama hasta quedar de medio lado. Abrió sus ojos para ver si podía concentrarse en otras cosas que no fuera Leonor y sus mensajes. La promesa de un encuentr
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