Cuando Leonor vio que la cuenta de G.E. se conectaba, su corazón dio un salto. Sin pensarlo, cerró la aplicación y dejó el móvil sobre la mesa como si estuviera caliente. No quería que Gabriel supiera que su cuenta todavía existía, mucho menos que ella la usaba de vez en cuando. No quería tener más nada que ver con Gabriel
Se obligó a respirar hondo, pero la inquietud permaneció.
El resto de la noche se la pasó dando vueltas en la cama, mirando el techo. Su mente no paraba de reproducir escenas antiguas: las risas, las promesas, las miradas… y aquella traición que había cambiado todo.
“Esto no significa nada —se dijo a sí misma—. Puede estar conectado por cualquier motivo. No es asunto mío.”
Pero, aunque intentara convencerse, la sensación de que algo se avecinaba no desaparecía.
Al día siguiente, Leonor volvió a la oficina. Ahora era la nueva diseñadora de la empresa Rocher. Tan pronto como llegó, escuchó los sonidos de celebración.
—¡Lo conseguimos! —decía uno de sus compañeros—. El proyecto de diseño fue aprobado sin ninguna corrección.
Leonor sonrió y se unió a los aplausos, aunque todavía no entendía del todo la magnitud de lo que celebraban. Pronto se enteró: el departamento recibiría un bono especial, y Emily, la directora del área, invitaría a todos a una cena de celebración esa misma noche en el prestigioso hotel La Concha.
Normalmente, Leonor evitaba estos eventos. Prefería pasar tiempo con Clara, cenar en casa y descansar. Pero rechazar la invitación en su situación siendo ella un importante miembro del equipo podría dar una mala impresión. Además, Emily era la hija del presidente de la empresa, y eso significaba que no podía permitirse enemistarse con ella. Así que aceptó con una sonrisa forzada.
La tarde transcurrió rápido. Leonor terminó algunos bocetos y salió con suficiente tiempo para alistarse en casa. Eligió un vestido azul marino sencillo, zapatos bajos y un abrigo ligero. No quería destacar, pero tampoco parecer descuidada. Debía impresionar a Emily.
Por otro lado, en el hotel La Concha, la recepción estaba llena de gente elegante. La música suave flotaba en el aire y el aroma a flores frescas provenía de grandes jarrones decorativos. Un camarero la guió hasta un salón privado donde sus compañeros ya charlaban animadamente.
—¿Creen que Gabriel vendrá? —preguntó una mujer, con tono curioso.
—Probablemente no —respondió un hombre—. Nunca le gustaron este tipo de celebraciones. Además, dicen que sigue sin llevarse bien con algunos del instituto.
—Pero escuché que él y Elena…
El sonido de la puerta abriéndose interrumpió la conversación. Gabriel entró en la sala. Estaba vestido de manera formal con un traje oscuro, con el cabello cuidadosamente peinado. Sus ojos recorrieron la sala, buscando a alguien. Pero cuando pasó su mirada hasta los rincones más lejanos de la sala, sin encontrar lo que buscaba, una leve decepción se reflejó en sus ojos.
Cuando su mirada recorrió el último rincón y no encontró lo que esperaba, una sombra de decepción se dibujó en su rostro.
Varios se levantaron para saludarlo. Entre ellos, Aurora, una excompañera que siempre había estado interesada en él.
—Gabriel —dijo con voz dulce, acercándose demasiado—, qué sorpresa verte aquí. Dime, ¿qué tipo de chicas te gustan ahora? Seguro que tu gusto ha cambiado…
Gabriel sonrió apenas, pero su respuesta fue directa:
—No me gustan las chicas demasiado delgadas, pero sí que tengan la cintura fina… y que sean blancas. —Luego, apartándola con un leve empujón—. En resumen, no como tú.
Aurora se quedó boquiabierta, y un murmullo recorrió la mesa. Gabriel, ignorando las reacciones, se sentó y pidió una copa.
—Por cierto —dijo dirigiéndose a todos con curiosidad por sus respuestas preguntó —, ¿alguien sabe algo de Elena?
Un silencio incómodo se apoderó de la sala.
— No sabemos mucho sobre cómo está Elena. — Alguien respondió.
Finalmente, una voz tímida se atrevió:
—Ellena, ella parece que falleció.
Escuchar la palabra “falleció” fue como agujas clavándose en el corazón de Gabriel. Un frio lo abrazó sintiendo como su cuerpo comenzaba flagelarse acompañado de un gran dolor. Su pecho se sintió aún más pesado y, sin pensarlo, bebió de un trago un vaso de alcohol. Luego, apresuradamente, dijo:
—Disculpen, tengo que irme.
Por otro lado, Leonor llegó sola al hotel La Concha. En el trabajo, tuvo que hacer una última modificación en un proyecto, por lo que se separó de sus compañeros y fue al hotel por su cuenta. En el camino, un hombre ebrio comenzó a caminar hacia ella, mirándola con una expresión lasciva. De repente, trató de tocarla. Leonor intentó defenderse, pero no pudo hacerle frente, pues el hombre la inmovilizó con solo una mano, mientras que su boca estaba a punto de llegar a su rostro.
—Oye, preciosa… —balbuceó, acercándose con una sonrisa torcida.
Leonor retrocedió, pero él la acorraló contra la pared y trató de tocarla. El olor a alcohol era tan fuerte que le revolvió el estómago. Intentó empujarlo, pero él la sujetó con una sola mano, inclinado hacia ella.
—Suéltame —dijo entre dientes, pero su voz apenas era audible.
En ese instante, un golpe seco resonó. El hombre salió disparado hacia un lado, cayendo al suelo.
Gabriel estaba frente a ella, respirando agitado, con los puños cerrados. Sin darle tiempo a reaccionar, se lanzó sobre el ebrio y empezó a golpearlo una y otra vez, como si cada golpe llevara años de rabia acumulada.
—¡Gabriel, basta! —gritó Leonor, corriendo hacia él—. ¡Lo vas a matar!
Su voz lo sacó del trance. Gabriel soltó al hombre, que quedó tendido en el suelo, sangrando por la boca.
—Lárgate —le dijo con frialdad—. Y no vuelvas a acercarte a ella.
El ebrio, tambaleándose, se alejó sin mirar atrás.
Gabriel se volvió hacia Leonor. La observó por un largo instante, como si intentara leer un secreto en sus ojos.
—¿Nos conocemos? —preguntó finalmente.
Leonor tragó saliva. Su primera reacción fue mentir, fingir que era una desconocida. Pero algo en su mirada le impidió hacerlo.
—Claro que sí —respondió, enderezándose.