El eco de la puerta aún resonaba en la mente de Leonor. La presencia de Emily había dejado tras de sí un aire cargado de electricidad estática, como si el consultorio entero hubiese quedado impregnado de un perfume pesado que no se disipaba fácilmente. Clara, sin embargo, estaba más interesada en perseguir al gatito que corría de un rincón a otro con movimientos ágiles, completamente ajena al peso de los adultos.
Gabriel se inclinó para recoger algunos papeles que se habían caído tras el forcejeo de la puerta. Leonor lo observó en silencio, intentando recuperar el control de su respiración. Ese encuentro había abierto cicatrices que ella no estaba segura de querer recordar. Emily siempre había sido esa sombra que buscaba opacar, la que sabía dónde golpear para herir.
Gabriel rompió el silencio, sin levantar la vista:
—Emily puede ser… insistente. Lo lamento.
Leonor lo miró de reojo.
—No tienes que disculparte. No es tu culpa que ella haya aparecido de esa forma. Supongo qu