La noche pasó tan lenta como pudo y Gabriel no logró conciliar el sueño. A su cabeza venían imágenes de la cena con Emily, la plática con sus padres y la incomodidad que le ocasionaba esta cerca de aquel lugar.
Sin pensar más en ello bajó en busca de sus padres. El comedor parecía comprimido, no por el espacio, sino por la tensión que llenaba cada rincón. La luz de los candelabros de cristal reflejaba sobre los manteles impecablemente blancos y los vasos de cristal relucientes, proyectando un brillo casi cegador que parecía contrastar con la oscuridad que Gabriel sentía en su interior. Había algo en la manera en que la familia se agrupaba, como si todos los años de educación, de expectativas y de reglas implícitas se concentraran en ese momento, exigiendo obediencia.
—Buen día hijo —su madre fue la primera en saludar, pero ese saludo estaba cargado de incomodidad o molestia.
—¿Qué sucede? —se apresuró a preguntar sin imaginar que había acontecido minutos antes.
Emily se encontraba