POV Gabriel
Después de cuatro años intensos de estudios médicos en el extranjero, Gabriel finalmente regresó a su tierra natal, listo para incorporarse a uno de los hospitales más prestigiosos de la región. Sin embargo, a pesar del éxito académico y profesional que había alcanzado, al pisar nuevamente este lugar familiar sintió una presión extraña en el pecho, como si el aire mismo estuviera cargado de emociones que no sabía manejar. Había dejado muchas cosas atrás cuando se fue, y ahora que volvía, sentía que nada de eso regresaba con él. La gente que conocía parecía haberse desvanecido; Elena ya no estaba, y su círculo de amigos se había reducido a casi nada. Su familia seguía ahí, sí, pero su contacto con ellos era limitado a unas pocas horas por las noches y fines de semana. Se sentía extraño: pertenecía a este lugar y, al mismo tiempo, era un forastero en su propia tierra. Aquella mañana, Gabriel despertó mucho antes que de costumbre. Una pesadilla lo había sacudido del sueño profundo, dejándolo con el corazón acelerado y la mente inquieta. Aún con los ojos cerrados, se preparó mentalmente para afrontar el día que se avecinaba, consciente de que pronto estaría frente a sus pacientes, ejerciendo la profesión que tanto le costó alcanzar. A las siete en punto llegó al hospital. Saludó con cortesía a sus compañeros de guardia, se registró en recepción y se dirigió a su consultorio. Ya esperaba la primera consulta del día; la sala de espera estaba silenciosa, salvo por la figura de una mujer delgada que entraba de la mano de una niña pequeña. Al verla cruzar la puerta, Gabriel notó que ella se quedó paralizada al verlo. Sin embargo, atribuyó esa reacción a la desconfianza que solían tener los pacientes con médicos jóvenes. A menudo, su apariencia juvenil hacía que dudaran de su experiencia, pero él siempre se esforzaba por demostrar profesionalismo y calmar cualquier temor. Decidió tomar la iniciativa y hablar primero para generar confianza. La mujer se sentó con la niña y extendió una mano pálida y delicada para entregarle la ficha médica. Al tomarla, un destello del pasado cruzó por la mente de Gabriel. Ella le parecía increíblemente blanca, con una piel tan tersa como la de Elena, su Elena. Elena había sido la mujer más blanca y pura que jamás había conocido. Durante los días en que estuvieron juntos, Gabriel adoraba apretar sus mejillas redondas y suaves, como si fueran pequeñas bolas de algodón. Todavía podía sentir la calidez de su piel y la suavidad de su mano. Pero, ¿por qué esos recuerdos volvían ahora, después de seis años? La ruptura entre ellos había sido abrupta, dolorosa y sin explicación. Elena se llevó consigo todo cuando se fue, dejando a Gabriel con un vacío que aún no podía llenar. Y es que ella había decidido terminar la relación sin dar una explicación del por qué. —Muchas gracias, doctor —fueron las últimas palabras de la mujer antes de salir del consultorio con la niña. Gabriel cerró la puerta y, en silencio, sacó de un cajón una pluma antigua que parecía haber sido guardada por años. La acarició con cuidado, temiendo casi romperla. Recordó el momento exacto en que la recibió, el significado profundo que tenía para él, y cómo se había convertido en su amuleto durante los días más oscuros, dándole la fuerza para perseguir sus metas. —¿Dónde estás, Elena? —susurró, mirando el cajón donde guardaba la pluma con esperanza y nostalgia. Miró su reloj. Habían pasado ya veinte minutos desde que había atendido a la mujer y su hija, y el día parecía moverse lentamente, pero en ese instante, su teléfono vibró con una notificación que apareció en su reloj inteligente. Era un mensaje en su cuenta de F******k G.E., una que usaba poco pero que nunca había eliminado. De vez en cuando, se conectaba para revisar si había novedades o, en el fondo, con la esperanza de encontrar algo sobre Elena. Al abrir la lista de mensajes, vio que alguien había organizado una reunión de antiguos compañeros del instituto. A Gabriel no le agradaban esos eventos sociales, así que al principio ignoró el mensaje. Pero de repente, una idea cruzó su mente: ¿Y si Elena iba a asistir? Sin pensarlo más, decidió confirmar su asistencia. Curioso, revisó la lista de miembros del grupo y un perfil le llamó la atención. Era una chica sonriente, radiante como una flor en plena primavera. Al entrar en su página, vio que sus últimas publicaciones databan de hace seis años. Sin dudarlo, envió una solicitud de amistad. Al instante, cerró la aplicación con rapidez, sintiendo una mezcla de miedo y nervios. Era solo una solicitud de amistad, algo tan simple que podía ser aceptado o rechazado, pero por alguna razón, su corazón se aceleraba. Justo entonces, alguien tocó a la puerta. Al abrir, vio a su hermana Sara, con la expresión seria que siempre la caracterizaba. —Papá y mamá están preocupados por tu vida amorosa —dijo ella sin rodeos—. ¿Cuánto hace que no sales con nadie? Emily, la hija del presidente de la empresa Rocher, está interesada en ti. Dicen que es guapa y muy capaz. Organizaré un encuentro para vosotros en los próximos días, para que puedan charlar. Gabriel frunció el ceño, claramente incómodo con la idea. No estaba listo para retomar la vida social ni para esos eventos diseñados por su familia. —No voy —respondió frío y directo. —¡Por favor, hermanito! —exclamó Sara, tirándole de la mano con gesto de puchero—. Pasas todo el día en el hospital, y papá y mamá solo me dejan a mí la tarea de convencerte. Si no aceptas, me van a fastidiar hasta el cansancio. —No quiero. Estoy demasiado ocupado para salir o para lo que sea que quieras organizar. ¡Por favor, Sara! Entiende que no me apetece. Pero Sara no estaba dispuesta a aceptar un no por respuesta. Sabía cómo manipular a su hermano cuando se lo proponía. —¡Por favor, Gabriel! Sabes que solo quiero lo mejor para ti. Quiero que encuentres a alguien que te quiera, pero no te dejas ayudar. Solo acepta esta invitación y si no funciona, no insistiré más. Gabriel suspiró, vencido. —Está bien —cedió finalmente—. Pero solo será una reunión. Nada más. —¡Eres el mejor! —celebró Sara—. Le daré a Emily tu número ahora mismo. Gabriel le dio una torcida sonrisa a su hermana solo para verla feliz