¿Todavía estás en línea?

Leonor no esperaba que su hija Clara reconociera a Gabriel tan pronto, y mucho menos que a su corta edad hiciera una pregunta tan directa y profunda. Su inocencia le pegó como un golpe inesperado. La pregunta quedó suspendida en el aire y la tomó totalmente por sorpresa, haciéndola retroceder en sus pensamientos.

Recordó con nitidez un episodio ocurrido apenas unos días antes, cuando mientras ordenaba la habitación, había dejado caer accidentalmente una fotografía guardada en un viejo cofre. En esa foto aparecían ella y Gabriel juntos, jóvenes, risueños, como si el tiempo no hubiese dejado cicatrices. Clara, con la curiosidad natural de una niña, la había tomado entre sus manos y la había mirado con atención. Ahora, con solo una mirada, la pequeña parecía recordar esa figura que ella intentaba borrar.

Pero Leonor no estaba lista para contarle la verdad, no aún. Su mente sabía que no estaba preparada para revivir todo el dolor que había atravesado hasta tener a Clara en sus brazos. Además, pensaba con firmeza que Clara era demasiado pequeña para cargar con secretos tan pesados. Quería que su hija creciera feliz, despreocupada y sin el peso de realidades duras.

—¡Mamá! —La voz aguda de Clara la sacó de su ensimismamiento, trayéndola de vuelta a la realidad con urgencia.

En un acto de desesperación, Leonor repitió las palabras que había ensayado para proteger a su hija:

—No, ¿no te lo dije? Tu papá está trabajando en un lugar muy lejos, y volverá más tarde. Tranquila. —La mentira benevolente le desgarraba el alma, pero la pronunció con suavidad, tratando de ocultar el dolor que le comprimía el pecho.

En su interior, Leonor no sabía cuánto tiempo más podría sostener esa farsa. Mentirle a su hija se estaba convirtiendo en una carga que pesaba más que cualquier problema médico.

Gabriel, ese hombre que la había abandonado sin mirar atrás, no merecía saber que ella había quedado embarazada justo antes de que él se marchara al extranjero.

Su embarazo había sido un viaje solitario y lleno de desafíos. Su padre, al enterarse, la echó de casa, avergonzado por lo que consideraba una deshonra para la familia. Leonor tuvo que mudarse a un pequeño dormitorio que había rentado con los pocos ahorros que había logrado juntar. Su madre la llamaba con poca frecuencia y los demás familiares simplemente desaparecieron, como si la tierra los hubiese tragado.

Para sostenerse, Leonor encontró trabajo limpiando pisos en una empresa. Era un empleo agotador, pero sabía que cada centavo contaba para prepararse para la llegada de Clara.

El día del parto fue una prueba dura. Todo terminó en una cesárea de emergencia debido a complicaciones. La negligencia de algunos médicos casi le cuesta la vida. Por unos minutos, Leonor estuvo muerta, pero la lucha del equipo médico logró revivirla.

Clara nació prematura y pasó varias semanas en incubadora, luchando por fortalecerse. Cuando finalmente la dieron de alta en perfectas condiciones, fueron solo ellas dos en aquel pequeño cuarto, enfrentando juntas el mundo.

Leonor prefería no pensar en Gabriel. Creía que ya se había liberado de su sombra, pero el reencuentro tan abrupto en el hospital volvió a sacudir su corazón. A pesar de todo, se imaginaba que él ya tenía otra vida: novia, esposa, lo que fuera.

—No es necesario que preguntes por él, hija —dijo Leonor, besando con ternura la frente de Clara—. Recuerda que yo estoy aquí para ti.

La relación de Leonor y Gabriel había sido un secreto bien guardado durante tres años, una historia que pocos conocían. Ella sabía bien la distancia que existía entre ellos, no solo en apariencia sino también en situación económica. Había ahorrado durante meses para regalarle a Gabriel una pluma elegante, un símbolo de su amor y esfuerzo, aunque probablemente él la había tirado hacía mucho tiempo. Eso, sin embargo, ya no importaba. Los años habían pasado y las heridas se habían cerrado, o al menos eso intentaba convencerla a sí misma.

—De acuerdo, mamá —respondió Clara con una sonrisa inocente, sin sospechar el torbellino de emociones que había desatado.

Después de comprar la medicina recetada para Clara, Leonor regresó a la casa que alquilaba para poder trabajar cerca de su empleo. Su casera, una señora mayor con un carácter peculiar, había demostrado ser más que una simple arrendadora. La última vez que se encontraron, Leonor la había ayudado cuando sufrió un ataque cardíaco en la calle. Desde entonces, la señora le insistió en que se mudara a su casa ofreciéndole un descuento considerable. También le presentó a su hijo Tomás, un hombre educado y elegante, director general de una empresa reconocida. Leonor había conocido a Tomás y, aunque amable, pensaba que no tenían nada en común. Solo sonrió y negó con la cabeza ante la idea de una posible relación.

Tras acunar a Clara hasta que finalmente se durmió, Leonor tomó su móvil y abrió F******k. Cambió a una cuenta que hacía mucho no usaba: la que había utilizado en el instituto y universidad. Después de marcharse, había creado otra cuenta diferente y perdiendo contacto con muchos compañeros.

Al abrir la aplicación, le sorprendió la cantidad de mensajes acumulados. Uno de los más recientes provenía del grupo de antiguos compañeros de instituto: “Compañeros, ¿buscamos un día para reunirnos?”

Leonor cerró la ventana de mensajes con un suspiro. Recordó los años difíciles de instituto, cuando la enfermedad por la que tomaba medicamentos alteraba sus niveles hormonales y causaba problemas de peso y piel. Aquellos recuerdos todavía dolían y la forma en que sus compañeros la trataban solo alimentaba su deseo de desaparecer de esas vidas falsas.

Lo único que realmente le importaba era una cuenta llamada G.E., creada por Gabriel en aquel entonces, con un apodo que unía las iniciales de sus nombres: Gabriel y Elena. Para ella, esa mezcla tenía un significado especial, aunque dudaba que para él fuera igual. Lo que no esperaba era que, después de tantos años, el nombre seguía igual. ¿Acaso Gabriel todavía guardaba algo por ella?

“No seas tonta, no puedes pensar eso,” se regañó mentalmente, tratando de alejar cualquier esperanza.

Suspiró y dejó el teléfono a un lado, convencida de que Gabriel no pensaría ni un segundo en ella. Quizás la cuenta ni siquiera estaba activa. Después de todo, cuando se separaron, Leonor había eliminado todos los contactos y devuelto todas las cosas que le había dado. Había actuado con una crueldad que aseguraba que Gabriel no volvería jamás.

Pero algo la hizo mirar de nuevo.

La cuenta G.E. mostraba el estado “en línea”.

El corazón de Leonor se disparó al instante y sus palmas comenzaron a sudar frío.

—¡No puede ser! —murmuró con un hilo de voz.

¿Desde cuándo usaba esa cuenta? ¿Y por qué ahora?

Habían pasado casi seis años desde la separación.

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