—Claro que nos conocemos —respondió Leonor, con cierta incomodidad, tirando nerviosamente del borde de su chaqueta—. Tú fuiste quien atendió a mi hija Clara, doctor Gabriel.Gabriel la observó fijamente, como si intentara descifrar un enigma. Había algo en su voz, en la manera en que pronunciaba cada palabra, que lo inquietaba. Una sensación incómoda, casi familiar, le recorrió el pecho. Negó mentalmente; no podía ser Elena. No tenía sentido.Y sin esperar a que Leonor dijera nada más, ni que le agradeciera por haber intervenido, se dio media vuelta y se marchó apresuradamente del hotel.Leonor lo siguió con la mirada por unos segundos, pero tampoco quería prolongar el encuentro. Aún con el corazón acelerado por lo ocurrido en la calle, se dirigió directamente al salón privado donde Emily había organizado la cena de celebración. Al entrar, las conversaciones, risas y música contrastaron con el torbellino emocional que llevaba dentro. Se unió al grupo, forzando una sonrisa, pero su men
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