La luz del amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación principal de la mansión Blackwood. Cassandra observaba el techo, recostada sobre la cama que compartía con Sebastián solo en teoría. Habían pasado tres noches desde que él le había comunicado el acuerdo con sus padres: dos años, un heredero y libertad para ambos.
—Un hijo —murmuró para sí misma, mientras sus dedos jugueteaban con el borde de la sábana—. Un hijo para comprar su libertad.
¿En qué momento mi vida se convirtió en una novela de Jane Austen pero sin el romanticismo?, pensó con una mezcla de tristeza y sarcasmo que la caracterizaba. La propuesta había caído como un balde de agua fría sobre los tímidos sentimientos que comenzaban a florecer en su interior. Durante las últimas semanas, había visto destellos del verdadero Sebastián en el laboratorio: brillante, apasionado, incluso amable con sus colaboradores. Pero en casa, seguía siendo el hombre frío que la había rechazado en el altar.
El sonido de la duch