El salón de la mansión Blackwood siempre había sido un lugar colorido y hermoso, pero en ese momento el ambiente era tan frío como el corazón del hombre que acababa de firmar el contrato matrimonial. Sebastián Blackwood, con su traje impecable y su rostro cincelado en mármol, trazó su firma con un gesto mecánico, sin dirigir una sola mirada a la mujer que acababa de convertirse en su esposa. Para él, Cassandra Montemayor no era más que un medio para un fin: el treinta por ciento adicional de las acciones que pertenecían originalmente a su padre. Un simple trámite burocrático que le permitiría expandir su imperio. Sebastián se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo en seco. Sin volverse completamente, hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza. Como si hubiera estado esperando esa señal, un hombre delgado con gafas de montura metálica —Javier Mendoza, su asistente personal— dio un paso adelante, sosteniendo una tableta electrónica. —Las condiciones para la señora Blackw
Ler mais