3

El salón de la mansión Blackwood siempre había sido un lugar colorido y hermoso, pero en ese momento el ambiente era tan frío como el corazón del hombre que acababa de firmar el contrato matrimonial. Sebastián Blackwood, con su traje impecable y su rostro cincelado en mármol, trazó su firma con un gesto mecánico, sin dirigir una sola mirada a la mujer que acababa de convertirse en su esposa. 

Para él, Cassandra Montemayor no era más que un medio para un fin: el treinta por ciento adicional de las acciones que pertenecían originalmente a su padre. Un simple trámite burocrático que le permitiría expandir su imperio. 

Sebastián se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo en seco. Sin volverse completamente, hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza. Como si hubiera estado esperando esa señal, un hombre delgado con gafas de montura metálica —Javier Mendoza, su asistente personal— dio un paso adelante, sosteniendo una tableta electrónica. 

—Las condiciones para la señora Blackwood son las siguientes —anunció Javier con voz monótona, como si estuviera leyendo la lista de ingredientes de un medicamento—. Primera: la señora no trabajará fuera del hogar. Segunda: no concederá entrevistas ni aparecerá en eventos públicos sin la autorización expresa del señor Blackwood. Tercera: mantendrá la discreción sobre los asuntos familiares... 

Cassandra escuchaba, con los puños apretados bajo los pliegues de su vestido. Cada palabra era una nueva cadena que se cerraba alrededor de su libertad. No era que tuviera intención de convertirse en una celebridad, pero la forma en que dictaban estas reglas, como si ella fuera una niña o una empleada, hacía que la sangre le hirviera. 

Antes de que pudiera responder, Sebastián y Javier ya se dirigían hacia la puerta. Ni siquiera esperaban su consentimiento. Para ellos, su opinión carecía de valor. 

—¿Algo más que deba saber, esposo mío? —preguntó Cassandra, inyectando en la última palabra todo el sarcasmo que pudo reunir. 

Sebastián se detuvo brevemente. Por un instante, pareció que iba a responder, pero continuó su camino sin mirar atrás. 

En el otro extremo del salón, los padres de Sebastián —Ernesto y Lucía Blackwood— observaban la escena con expresiones de disgusto apenas disimuladas. Habían esperado que su hijo se casara con Danaé, la primogénita de los Montemayor, no con esta segunda hija que apenas figuraba en los círculos sociales. Como heredera mayor, Danaé representaba prestigio, derechos sucesorios y el respaldo total de la familia; en comparación, Cassandra parecía casi una sustituta de segunda categoría. 

—Conde Montemayor —la voz de Ernesto Blackwood resonó en el salón—, ¿podría explicarnos por qué ha sido su segunda hija quien ha contraído matrimonio con nuestro hijo? Teníamos entendido que sería Danaé quien... 

El Conde Rodrigo, con su porte aristocrático y su mirada fría, respondió con una sonrisa tensa: 

—Los negocios son negocios, Ernesto. Danaé tiene otros compromisos que atender. Cassandra cumplirá perfectamente con su papel como esposa de Sebastián. 

—¿Compromisos? —intervino Lucía Blackwood, con una risa aguda—. ¿O es que no querías desperdiciar a tu hija favorita en este matrimonio de conveniencia? 

Cassandra observaba el intercambio, sintiendo cómo su presencia se volvía cada vez más invisible. Era como si estuviera asistiendo a su propia boda como una espectadora, no como la novia. 

Más tarde, ya en el castillo Blackwood donde se realizaría la recepción, cuando intentó dirigirse hacia el área del banquete, uno de los sirvientes se interpuso "accidentalmente" en su camino, derramando una copa de champán sobre el borde de su vestido. 

—¡Oh, mil disculpas, señora! —exclamó el sirviente con una falsa preocupación que no engañaba a nadie. 

Cassandra miró la mancha en su vestido y luego al sirviente. Sabía perfectamente que aquello había sido deliberado, una pequeña humillación orquestada por sus nuevos suegros. 

En lugar de montar una escena, Cassandra sonrió con serenidad. 

—No se preocupe —respondió con voz clara—. Un poco de champán en el vestido es casi una tradición en las bodas, ¿no cree? 

El sirviente, desconcertado por su reacción, se retiró confundido. 

Mientras caminaba hacia su lugar en la mesa principal, Cassandra pensó en el rostro de Sebastián, en esos ojos oscuros que parecían contener un océano de secretos. Por un momento, se preguntó qué habría detrás de esa máscara de frialdad. Luego recordó su actitud, la forma en que la había tratado como un objeto, y la curiosidad se transformó en resentimiento. 

"Continúa hasta el final", se dijo a sí misma. Esta situación, por humillante que fuera, seguía siendo preferible a su vida en la casa Montemayor, donde cada día era una batalla contra las maquinaciones de Danaé y la indiferencia de su padre. Al menos aquí no tendría que soportar las miradas de desprecio de su hermanastra ni sus constantes intentos de sabotearla. 

La habitación que le habían asignado en la mansión Blackwood era espaciosa y elegante, pero fría como una celda de lujo. Cassandra apenas tuvo tiempo de familiarizarse con su nuevo entorno cuando la puerta se abrió y Sebastián entró, seguido por Javier. 

Sebastián la miró brevemente, como evaluando una adquisición reciente, antes de hacer un gesto a su asistente para que hablara. 

—Señora Blackwood —comenzó Javier, con un tono que oscilaba entre el desprecio y la condescendencia—, debo aclarar ciertos puntos sobre su... situación. Todos sabemos que usted ha maniobrado hábilmente para ocupar el lugar que correspondía a su hermana Danaé. Su ambición es comprensible, aunque no admirable. 

Cassandra apretó los labios. Las acusaciones eran absurdas —ella había estado tan sorprendida como todos por el cambio de planes de su padre—, pero sabía que cualquier defensa sería inútil. 

—El señor Blackwood —continuó Javier— desea que entienda que este matrimonio es estrictamente un acuerdo de negocios. No hay, ni habrá, ningún vínculo emocional entre ustedes. Dentro de dos años, cuando los términos del contrato se hayan cumplido, se procederá al divorcio. El señor Blackwood le proporcionará una compensación económica adecuada para que pueda vivir cómodamente. 

Cassandra miró directamente a Sebastián, que permanecía impasible, como si estuvieran discutiendo el clima y no el final programado de su matrimonio. 

—Acepto esos términos —respondió con calma—. Pero tengo una condición: quiero poder visitar a mi madre, la Condesa Elena, una vez al mes. 

Sebastián arqueó ligeramente una ceja, visiblemente sorprendido por la simplicidad de su petición. Había esperado demandas de joyas, propiedades o privilegios sociales. No una simple visita mensual a su madre. 

Tras un momento de silencio, asintió. 

Cuando Sebastián y Javier abandonaron la habitación, Cassandra se permitió un momento de debilidad. Escupió al suelo, en dirección a la puerta por donde acababa de salir su flamante esposo. 

—En lugar de ofrecerme dinero para deshacerte de mí —murmuró—, ¿por qué no lo inviertes en arreglar tu voz y tu cerebro? 

Se quitó el pesado vestido de novia, sintiendo cómo se liberaba de un peso tanto físico como simbólico. Se puso un camisón de seda y se tumbó en la cama, dejando que el agotamiento la arrastrara hacia un sueño profundo. 

No escuchó cuando, horas más tarde, la puerta se abrió silenciosamente. Sebastián entró en la habitación, movido por una curiosidad que ni él mismo comprendía. Observó el rostro dormido de Cassandra, la serenidad que emanaba de sus facciones relajadas, tan diferente de la tensión que había mostrado durante todo el día. 

Por un instante, la culpa que había sentido al tratarla con tanta frialdad se disipó. Había esperado encontrar a una mujer calculadora, resentida, quizás incluso llorando por la humillación sufrida. En cambio, encontró a alguien que parecía haber aceptado su destino con una dignidad que no había anticipado. 

"Es diferente", pensó, sin saber exactamente a qué se refería. 

Sebastián salió de la habitación tan silenciosamente como había entrado, llevándose consigo una impresión que no sabía cómo procesar: la de que quizás, solo quizás, Cassandra Montemayor —ahora Blackwood— era mucho más de lo que aparentaba. 

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP