Cuando Helena Thorne, una abogada implacable con una reputación impecable, acepta un contrato matrimonial con Alexander Blackwood, magnate envuelto en oscuros negocios financieros, parece solo una fría transacción para beneficio mutuo. Él necesita limpiar su imagen pública y ella busca una posición que le dé acceso a ciertas esferas de poder. Pero Helena guarda un secreto: es también Shade, una agente encubierta especializada en desmantelar redes criminales. Su objetivo principal es el imperio clandestino de Blackwood, sospechoso de financiar operaciones ilegales que destruyeron a su familia años atrás. Lo que comienza como una relación de conveniencia pronto se convierte en un peligroso juego de traiciones, atracción y lucha por el control. Mientras Alexander intenta ganarse su lealtad, sospecha cada vez más de las dobles intenciones de su nueva esposa. Sin embargo, Helena descubre que Alexander no es el único enemigo; alguien más dentro de su propio equipo ha estado saboteando su misión, poniéndola en la mira de un contraataque letal. En medio de un matrimonio ficticio, ambos deberán decidir si sus deseos de venganza superan la creciente necesidad de confiar el uno en el otro… o si el amor puede ser la jugada final para acabar con aquellos que los quieren ver caer. Todos los Derechos Reservados Registro Safe Creative
Leer másPrimer Encuentro
En una elegante galería privada en Londres, durante la inauguración de una exposición de arte contemporáneo la mirada de Helena Thorne recorría la muestra con desinterés. Estaba más interesada en la gente que había concurrido a la inauguración que en las piezas de arte.
Los muros de prístino color blanco reflejan las luces doradas que bañan las obras expuestas. La élite europea del arte murmura en círculos, entre copas de champán y miradas evaluadoras en tanto se desplazaban por el lugar admirando las piezas y estableciendo alianzas.
A sus veintiocho años, la abogada de estatura media, de complexión atlética y movimientos precisos, tenía una belleza elegante que solía camuflar bajo su fachada profesional como abogada. Su cabello castaño oscuro solía estar recogido en un moño severo durante el día, pero suelto y salvaje cuando no estaba en la corte. Sus ojos verdes son observadores, siempre evaluaban cada detalle del entorno.
La joven era hija de un prestigioso abogado británico y una restauradora de arte y creció rodeada de conversaciones sobre justicia y cultura. La tragedia que destruyó a su familia la empujó a especializarse en derecho penal internacional y luego a unirse a una agencia secreta dedicada a combatir el crimen organizado relacionado con el arte.
De personalidad independiente, decidida y con una mente estratégica brillante. Sabía jugar el juego político tanto en tribunales como en el submundo del espionaje. Adoptó el alias Shade por su capacidad para moverse en las sombras sin ser detectada. Había desmantelado varias redes internacionales, pero Alexander Blackwood representaba su caso más personal y complejo.
Aunque proyectaba una imagen fría, tenía un sentido del deber arraigado debido a la pérdida de su familia en un atentado relacionado con el tráfico de arte cuando era adolescente.
Poseía una moral flexible: creía en la justicia, pero no en la burocracia que la frena. No temía romper reglas si el resultado lo justificaba, aunque eso la ha metido en varios problemas con su superior en la agencia.
Ahora, en el presente, Helena estaba enfundada en un vestido negro ceñido y elegante, se desplazaba entre la multitud con la misma precisión que en una sala de juicios. Su misión es clara: acercarse lo suficiente a Alexander Blackwood para recabar información incriminatoria sobre su supuesta red clandestina de tráfico de arte.
Lo localizó cerca de una escultura minimalista. De pie, con una copa de vino en la mano, Alexander parece ajeno a las conversaciones que lo rodean, como si el tiempo girara a un ritmo distinto solo para él. Su traje oscuro está impecablemente ajustado; la luz resalta los ángulos definidos de su rostro.
"M****a, es más atractivo en persona que en los informes", pensó la joven divertida.
El joven de treinta y dos años, alto, con rasgos aristocráticos y elegantes; cabello negro cuidadosamente despeinado y ojos grises que parecían analizarlo todo. Su postura reflejaba el dominio del espacio que pisaba, ya fuese una subasta de arte en París o un salón privado en Florencia.
Su guardarropa debía incluir trajes de cortes impecables y corbatas de seda, pero a veces prescindía de formalidades, luciendo con igual sofisticación prendas informales.
Según los informes, era un hombre refinado, astuto y carismático. Tenía un control absoluto de sus emociones en público, proyectando una calma que intimida a quienes lo rodeaban.
Aunque en apariencia era el perfecto caballero inglés, era cínico respecto al sistema judicial y las leyes internacionales. Las consideraba “herramientas para los débiles” que él ha aprendido a manipular a su favor.
Según la información que se manejaba en la agencia, la traición y el abandono lo marcaron profundamente, volviéndolo desconfiado. Nació en una familia adinerada con una vasta colección de arte, pero su madre murió en circunstancias sospechosas cuando él tenía diez años. Su padre, un comerciante inescrupuloso, fue investigado por fraude y tráfico de arte antes de morir en prisión.
Alexander heredó tanto la fortuna como las conexiones ilícitas de su padre, junto con la necesidad de demostrar que podía manejar el imperio familiar.
- Curiosa elección de pieza, ¿no cree? - comentó Helena al detenerse a su lado, con un tono deliberadamente casual.
Alexander desvió la mirada hacia ella, sus ojos grises centelleando con una mezcla de sorpresa y diversión.
- Demasiado literal para mi gusto. - Su voz era suave, pero cargada de una autoridad natural - Aunque debo admitir que su compañía mejora cualquier obra de arte, señorita...
- Thorne. - responde ella con una sonrisa afilada - Helena Thorne.
Alexander alzó una ceja y en ese instante, Helena supo que la había reconocido. Su fachada cuidadosamente construida como abogada de renombre no es suficiente para engañar a alguien como él.
- Ah, la brillante abogada penalista que acaba de ganar el caso Wexley. – Alexander dio un sorbo a su copa sin apartar la mirada de ella - Me pregunto qué hace una mujer tan distinguida en una velada como esta, rodeada de traficantes disfrazados de filántropos.
Helena mantuvo la compostura ante su comentario descarado.
- Tal vez busco inspiración. O tal vez me gustan los desafíos intelectuales.
Alexander sonrió, pero hay algo peligroso en la curva de sus labios.
- ¿Y qué tipo de desafío le interesa más, señorita Thorne? ¿El legal o el moral?
Antes de que Helena pudiera responder, él se inclinó ligeramente hacia ella, su voz reducida a un murmullo privado cerca de su oído.
- Sé quién eres realmente, Shade.
El impacto de esas palabras hizo que su corazón se detuviera por un segundo, pero Helena no permitió que su expresión delatara nada.
- No sé de qué está hablando.
- Oh, lo sabe perfectamente. - Alexander la observa con una intensidad que deja claro que no va a soltarla fácilmente - Y estoy dispuesto a hacerle una oferta que ni siquiera usted podrá rechazar.
- ¿Qué quiere? Creo que ha tomado suficiente vino.
- No, señorita Thorne. No he bebido y eso es independiente de tu identidad.
- Estás loco...
- ¿Lo estoy?
- No puedo asegurarlo...
- Tendremos que averiguarlo... Y también tengo la evidencia de tu identidad... Si te niegas, te expondré en el círculo de arte... Tu vida estará acabada.
- ¿Me estás amenazando?
- Para nada, Helena... - su voz sonó de manera sensual y seductora. - Sólo dejo claro que ambos nos necesitamos. Escucha mi propuesta y decide.
- ¿Y si me niego?
- Ya sabes lo que voy a hacer... Si vuelves a acercarte a mi... tendré que tomar medidas para resguardar mi privacidad.
Helena se mordió el labio, incómoda y Alexander le puso el pulgar en sus labios para que no siguiera haciéndolo.
- No lo hagas... Eso me excita mucho y no querrás que te tome en el baño.
- ¡Pero qué demonios! - exclamó ofendida.
- Nos vemos en dos horas en la sala privada del dueño... Lo conozco y me la prestará para hablar lejos de las miradas curiosas.
Con esas últimas palabras y una sonrisa que prometía demasiadas cosas, Alexander se alejó.
La Propuesta de Matrimonio
Horas después, en una sala privada lejos del bullicio de la galería, Alexander enfrentó a Helena con una propuesta sorprendente.
- Cásate conmigo.
Helena soltó una risa incrédula.
- ¿Es una broma?
- Para nada. Lo digo en serio.
Alexander se sentó cómodamente en un sillón de cuero, cruzando las piernas con la elegancia de un rey en su trono.
- Necesito una esposa y usted necesita acceso a mi mundo sin levantar sospechas ¿Es así? - la miró con una mirada que pareció leer sus pensamientos - Un matrimonio resolvería nuestros problemas.
- ¿Sus problemas? - preguntó Helena con frialdad - ¿Qué clase de problemas tiene alguien como usted, aparte de una acusación inminente por tráfico de arte?
Alexander se inclinó hacia adelante, su voz bajando a un tono confidencial.
- Hay personas mucho más peligrosas que yo en este juego, Helena. Usted lo sabe. Si realmente quiere desmantelar la red que estás investigando, necesitará algo más que órdenes judiciales. Necesitará poder y mi conocimiento.
- ¿Y cree que casarme con usted me dará ese poder?
- Oh, le dará mucho más. Acceso y conocimiento desde adentro. - La sonrisa de Alexander era tan calculada como letal - Pero lo mejor de todo es que podrá vigilarme de cerca ¿No es eso lo que siempre quiso?
Helena sabía que aceptar ese trato sería jugar con fuego, pero también sabía que rechazarlo podría significar perder la oportunidad de detener algo mucho más grande que Alexander Blackwood.
- Si lo hago, - le dijo finalmente - será bajo mis condiciones.
Alexander se inclinó hacia atrás, satisfecho.
- Por supuesto... si son razonables y no me ponen en riesgo. Esto es solo el principio, después de todo. Te escucho...
El RegaloA medida que la noche caía, el bullicio de París no alcanzaba la calma que ambos necesitaban, así que Alexander la condujo hasta Le Jules Verne, un elegante restaurante con vistas espectaculares desde la Torre Eiffel. Este no era solo un lugar de lujo, sino un sitio con significado para ellos. La atmósfera era tranquila, iluminada por la suave luz de las velas que adornaban las mesas y el aire fresco de París envolvía la noche. El lugar reflejaba la sofisticación y la intensidad de la relación de la pareja.Helena, aún sintiendo las huellas del día, pero ahora segura y feliz, se sintió envolverse en la magia del lugar. Se sentó frente a Alexander, la torre de acero iluminada a lo lejos, creando una atmósfera casi irreal.El camarero les ofreció el menú y mientras degustaban cada platillo con un deleite compartido, se miraban de reojo, como si el mundo fuera solo un segundo plano. La mirada de Alexander, siempre tan atenta y calculadora
AcuerdosJames tuvo que apretar los labios para contener la risa cuando vio a su jefe tomar una inhalación profunda mientras parecía contar en su mente para calmarse. Alexander asintió, entendiendo que no era el momento para insistir. Su mente aún daba vueltas a lo sucedido, a la sensación de terror que había invadido su pecho al saber que ella había estado en peligro. Algo dentro de él le decía que este incidente no era aislado, que había algo más grande, oscuro, en juego. Pero, en ese momento, su única preocupación era Helena.Sin pensar en las consecuencias, la atrajo hacia él, envolviéndola en sus brazos con la desesperación de no querer perderla, de no querer que algo la lastimara.- No me vuelvas a hacer eso. - dijo en voz baja, más para él que para ella. La adrenalina aún lo recorría, pero ahora hab&i
No Es un AccidenteJames giró el volante con reflejos afilados, esquivando el golpe frontal, pero no lo suficiente para evitar el impacto en la parte trasera del auto.El golpe los sacudió con violencia y el sonido de metal contra metal resonó en sus oídos. Helena apenas tuvo tiempo de sujetarse antes de que el auto derrapara y James maniobrara con rapidez para estabilizarlo.- ¿Estás bien? - preguntó James, con la vista clavada en los espejos retrovisores.- Sí… - murmuró Helena, recuperando el aliento.Pero su instinto de agente y su aguda percepción de los movimientos humanos le gritaron que esto no había sido un accidente. Apenas el vehículo se detuvo lo suficiente, giró la cabeza y vio cómo el conductor del otro coche forcejeaba con el cinturón de seguridad y, en cuanto se liberó, salió tambaleante para
La EmboscadaHelena se deslizó fuera de la cama con cuidado, tratando de no despertar a Alexander, cuyo sueño parecía profundo y tranquilo. A pesar de su usual perspicacia, incluso él tenía momentos de vulnerabilidad y ella sabía que, si se movía con suficiente sigilo, podría escabullirse sin que lo notara.Tomó su bata de seda y la anudó a la cintura antes de caminar descalza hacia la ventana, donde la luz temprana de París filtraba su resplandor dorado a través de los cortinajes. La ciudad despertaba lentamente, pero en su mente ya tenía un plan claro.Tomó su teléfono del buró y marcó. James contestó al segundo timbre.- Señora.- James, necesito que me acompañes. Quiero comprar algo para Alexander y no quiero que lo vea.Hubo una pausa apenas perceptible antes de que él respon
Romance En ParisLa luna de miel de Alexander y Helena en París fue todo menos común, envuelta en una atmósfera de lujo y tensión palpable. Como si el destino hubiera jugado a su favor, la ciudad les ofreció la perfección que solo un lugar como París podría brindar a una pareja como ellos, aunque no todo fue tan sencillo. Había más de lo que parecía.La luna de miel en París fue un reflejo de todo lo que Alexander había soñado, pero de una manera que ni siquiera él había imaginado. La ciudad, bajo el manto de la noche, se desbordaba en una elegancia íntima que solo la capital francesa podía ofrecer. Las luces doradas de la Torre Eiffel brillaban al fondo, su resplandor suave como un faro, guiándolos hacia un rincón del mundo que era suyo, solo suyo, aunque estuvieran rodeados de miradas furtivas de otros turistas y
Este Matrimonio Es RealLa villa estaba bañada en una luz dorada, una tarde cálida que acariciaba cada rincón. Las mesas, cubiertas con manteles de lino blanco, se alineaban cuidadosamente a los lados, decoradas con rosas blancas, lirios y ramitas de olivo, todo en tonos suaves que transmitían serenidad y elegancia. El altar estaba adornado con cortinas de gasa que caían en ondas delicadas, enmarcando a los novios como si el entorno mismo quisiera ocultar cualquier rastro de lo que el acuerdo representaba. En lugar de ser una ceremonia ostentosa, se respiraba una paz serena, una discreción profunda. Alexander estaba allí, con Lorenzo a su lado, su rostro serio y los ojos atentos a la entrada. A pesar de estar rodeado por una atmósfera tan íntima, su mente no podía dejar de pensar en cómo todo esto sería percibido por los demás, aunque en realidad era un contrato m&aacut
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