Chispas y Desayuno
Alexander despertó con la luz tenue del amanecer filtrándose por las cortinas. Su primer instinto fue moverse, pero el peso cálido y delicado sobre su pecho lo detuvo. Bajó la mirada y encontró a Helena, profundamente dormida entre sus brazos, su respiración tranquila, su piel desnuda contra la suya.
Mierda.
La noche anterior había sido más de lo que esperaba. Le había hecho el amor hasta el amanecer, tomándola de todas las maneras posibles antes de que el cansancio y la saciedad del deseo satisfecho le hicieran dormir. Era como si su cuerpo hubiese sido diseñado para encajar con el suyo. Y, aún así, parecía que no podría saciarse de ella.
Pasó una mano por su espalda desnuda, apenas rozándola, pero lo suficiente para sentir el calor de su piel. Parecía tan serena, tan hermosa en su sueño, que por un momento se permitió solo mirarla, maravillado por el contraste entre la mujer feroz que conocía y esta versión vulnerable que tenía entre sus brazos.
Pero la realidad l