La Casa De Helena
El auto se deslizó suavemente por la avenida principal de un exclusivo vecindario londinense, donde las luces cálidas de faroles antiguos creaban un juego de sombras sobre fachadas victorianas cuidadosamente restauradas. Helena permaneció en silencio mientras James conducía con una precisión impecable. Alexander, sentado a su lado, la observaba de reojo con expresión indescifrable, sus dedos trazando círculos invisibles sobre la costura de su abrigo gris.
- Espero que no estés reconsiderando el trato. - dijo Alexander con su voz grave y controlada.
- No suelo dar marcha atrás una vez que cierro un acuerdo. - respondió Helena, ladeando ligeramente la cabeza hacia él - Pero espero que tú tampoco lo hagas.
Una sonrisa fugaz curvó los labios de Alexander.
- Nunca.
El coche finalmente giró hacia una calle discreta y tranquila, alejada del bullicio del centro y se detuvo frente a una casa adosada de tres plantas. No era una mansión ostentosa, pero tampoco una simple vivienda urbana. La fachada de ladrillos oscuros, con ventanas altas y molduras clásicas, proyectaba una elegancia sobria y profesional, perfecta para una abogada penalista exitosa que debía mantener una imagen impecable.
Sin embargo, lo que no era evidente para cualquiera era que la casa contaba con modificaciones cuidadosamente diseñadas para las actividades nocturnas de Helena Thorne como Shade, la implacable sombra que acechaba en el submundo del crimen. Había entradas secundarias ocultas, sistemas de seguridad avanzados y un sótano insonorizado que servía tanto como espacio de planificación estratégica como refugio en caso de emergencia.
James salió del coche y abrió la puerta para ellos con la misma eficiencia casi militar de antes. Helena bajó primero, sus tacones resonando sobre el pavimento húmedo, seguida de Alexander, cuya presencia siempre parecía ocupar más espacio del que debería.
- Bonito lugar. - comentó Alexander mientras miraba la fachada.
- Funcional. - corrigió Helena con tono seco.
- ¿Siempre tan pragmática, Helena?
- Cuando el pragmatismo te mantiene vivo, sí. - replicó, dirigiéndole una mirada intensa antes de caminar hacia la puerta.
Alexander soltó una risa baja, apreciando su franqueza.
La cerradura electrónica emitió un suave clic cuando Helena introdujo su código personal. La puerta se abrió con un leve chirrido, revelando un vestíbulo minimalista con pisos de madera oscura y paredes en tonos neutros. Una escalera elegante conducía a los pisos superiores, mientras que una puerta oculta al fondo del pasillo llevaba al sótano fortificado.
- ¿Esperas encontrar intrusos aquí? - preguntó Alexander, notando las cámaras de seguridad discretamente instaladas.
- Siempre es mejor prevenir. - dijo Helena mientras dejaba su bolso sobre la superficie de mármol del recibidor.
James permaneció en la entrada, vigilante como siempre.
- ¿Café? ¿Whisky? - ofreció Helena con un gesto hacia la sala de estar.
- Whisky, si no es molestia. - respondió Alexander, quitándose el abrigo y dejándolo sobre el respaldo de un sillón de cuero negro.
Helena desapareció momentáneamente en la cocina y regresó con dos vasos. Le tendió uno a Alexander antes de sentarse en el sillón opuesto y le entregó jugo de naranja a James quien la miró sorprendido.
- Mi padre también estuvo en el ejército un tiempo. Es el jugo estándar si no lo he olvidado. Misma marca. Me acostumbré a tomarlo.
- Gracias, señorita Thorne.
- Helena, sólo Helena.
- Llámeme James, Helena.
- No esperaba que estuviera tan protegida. - dijo James finalmente, rompiendo su silencio habitual.
- No es sólo protección, James. - aclaró Helena con una sonrisa sardónica - Es trabajo. Cómo abogada penalista también tengo gente que no está de acuerdo con los resultados de sus juicios.
Lo que no mencionó, era su trabajo como agente. Ese era más complicado.
Alexander alzó su vaso en un brindis irónico.
- Trabajo muy entretenido, al parecer.
La conversación se desvaneció en un cómodo silencio mientras el reloj avanzaba lentamente hacia la medianoche. Todos sabían que esa casa, con sus secretos cuidadosamente resguardados, sería testigo de muchas más negociaciones y conflictos, pero por ahora, era un refugio seguro en medio de las intrigas que comenzaban a tejerse a su alrededor.
Noticia Inesperada
El aire fresco de la noche londinense envolvió a Alexander Blackwood mientras bajaba los escalones de la elegante casa adosada de Helena. Los faroles proyectaban sombras alargadas sobre el pavimento húmedo y la brisa nocturna traía consigo el murmullo distante de la ciudad que nunca dormía.
James ya estaba junto al auto, con una postura rígida y alerta ante una amenaza. La puerta trasera se abrió con un movimiento fluido cuando Alexander llegó, su expresión tranquila e imperturbable a pesar de lo que acababa de decidir.
- Listo, señor. - anunció James mientras cerraba la puerta tras Alexander y rodeaba el vehículo para tomar el asiento del conductor.
- A casa.
El motor rugió suavemente y el auto se deslizó por las calles adoquinadas, dejando atrás la residencia de Helena. Las luces de la ciudad se reflejaban en las ventanas, creando destellos dorados en el interior del lujoso vehículo.
James rompió el silencio después de varias cuadras, con el tono de voz calculado de quién sabe cuándo hacer las preguntas importantes para poder cumplir con su trabajo.
- ¿Va a decirme qué estaba haciendo en la Galería tanto tiempo?
- Negociando, como siempre. - respondió Alexander con indiferencia, observando las luces pasar por la ventana.
James alzó una ceja, pero mantuvo su mirada en la carretera.
- ¿Negociando qué, exactamente? Esa abogada es peligrosa.
Alexander dejó que el silencio se extendiera unos segundos más, disfrutando de la anticipación antes de soltarlo con naturalidad:
- Voy a casarme con ella.
El volante casi se desvió cuando James tosió abruptamente, desconcertado.
- ¡¿Me está tomando el pelo?! - dijo, componiéndose.
Alexander giró ligeramente la cabeza, su expresión perfectamente seria.
- Nunca bromeo sobre asuntos importantes. Lo sabes.
James lo miró por el espejo retrovisor, incrédulo.
- A ver si entiendo bien... Me pidió que investigara a esa mujer para casarse con ella.
- Así es. Necesitaba conocer a mi futura esposa. - respondió Alexander, como si fuera lo más obvio del mundo.
- ¿Incluso si es la famosa Shade? - preguntó James, bajando la voz como si mencionara un nombre prohibido.
Alexander sonrió, esa sonrisa que solo aparecía cuando estaba a punto de tomar una decisión arriesgada y calculada, pero infinitamente ventajosa para él.
- Eso es lo que más me gusta de ella. Será un matrimonio en el que nunca me aburriré.
James negó con la cabeza, entre sorprendido y resignado.
- Usted siempre sabe cómo complicarse la vida, señor.
- Es parte del encanto, James. - dijo Alexander, cruzando una pierna sobre la otra con despreocupación - La vida sin riesgo no tiene sabor.
- Ella es más que un riesgo, señor Blackwood. Podría hacerlo caer al mismo infierno.
- Eso lo veremos... Ya soy un ángel caído que espera redimirse para tener sus alas.
James no respondió conociendo el significado de sus palabras.
Su jefe nació en una familia adinerada con una vasta colección de arte, pero su madre murió en circunstancias sospechosas cuando él tenía diez años. Su padre, un comerciante inescrupuloso, fue investigado por fraude y tráfico de arte antes de morir en prisión.
Alexander heredó tanto la fortuna como las conexiones ilícitas de su padre, junto con la necesidad de demostrar que podía manejar el imperio familiar sin caer del todo en el lado oscuro o perderlo en manos de su tío quien deseaba el poder y recursos de su familia.
Pasó años moviéndose entre París, Roma y Londres, construyendo su red secreta para proteger y preservar arte, aunque inevitablemente cruzó líneas legales.
Mientras el auto avanzaba por las calles elegantes hacia la mansión Blackwood, James no pudo evitar preguntarse si esta vez el joven magnate no había ido demasiado lejos. Pero si algo sabía tras tantos años a su lado era que Alexander siempre lograba lo que se proponía... incluso cuando el precio era peligroso o debía ensuciarse las manos por lo que quería.