Negociando El Contrato
Helena y Alexander estaban frente a frente en los sillones de la sala privada de la galería de arte. La atmósfera estaba cargada: la luz tenue reflejaba el peso del acuerdo que estaban por revisar. Alexander estaba sentado con una postura tranquila y calculada que no intimidaba a la joven y eso le dio curiosidad.
La tensión era palpable y Alexander, acostumbrado a manipular a todos, encontró en Helena a alguien inmune a sus encantos, lo cual despertó su curiosidad y admiración.
- No voy a ser la esposa decorativa de nadie, Blackwood. - advirtió Helena, cruzando los brazos - Si hacemos esto, quiero acceso irrestricto a tus finanzas y tus operaciones de arte.
Alexander, sentado frente a ella con una copa de brandy, la observaba como si estuviera negociando la compra de una obra maestra.
- Eso sería suicida para mí ¿Y si decides entregarme a la justicia antes de que logremos nuestro objetivo?
- Entonces asegúrate de que no tenga motivos para hacerlo. - respondió ella con frialdad.
- Perfecto. - Alexander sonrió, pero su mirada no perdió esa peligrosidad habitual - También tengo condiciones.
- Adelante. - lo desafió Helena.
- Asistirás a todos los eventos sociales que sean necesarios para mantener las apariencias. Esto incluye galas, cenas privadas y viajes internacionales.
- ¿De qué hablas exactamente?
- Estamos hablando de un contrato matrimonial, querida. Y como toda sociedad estratégica, debemos parecer una pareja felizmente enamorada. - Alexander bebió tranquilamente - Nada de escándalos.
Helena lo evaluó con desconfianza.
- ¿Y cómo sé que no me estás utilizando como pantalla para proteger tus negocios ilegales?
- Porque si realmente quisiera utilizarte, no estaría aquí ofreciéndote el control parcial de mis cuentas.
Ambos se miraron en un tenso enfrentamiento, hasta que Helena tomó aire y extendió la mano.
- Entonces hagámoslo. Pero prepárate, Alexander, porque si me traicionas, te hundiré sin dudarlo.
- Otra cosa más…- le dijo con un tono extraño.
- Tendrás que vivir conmigo, en mi casa, en mi cama…
- ¿Perdón?
- Necesito sacarme a alguien de encima y si sabe que este matrimonio es falso, todo se irá a la alcantarilla.
- ¿Una amante despechada? – se burló la joven.
- Peor, mi tío… Hay algunos problemas con la familia y necesito usarte como escudo.
- ¿No dijiste que no me utilizarías?
- Técnicamente no te estoy utilizando. Te estoy pidiendo ayuda como mi socia y esposa. Si yo caigo, caerás conmigo.
Helena lo miró, pero no dijo nada.
- Quiero seguir trabajando como abogada… El que esté casada contigo no significa que estaré en tu casa o en tu cama como quieres.
- Pffft. Trata de trabajar desde casa y minimiza las reuniones presenciales hasta que la noticia de la boda se calme.
- ¿Quieres una boda? ¿Esas con el vestido de novia? – preguntó incrédula.
- ¿Tu no? – le preguntó confundido – Creí que a las mujeres les gustaban esas cosas.
- Tal vez a las que se aferran a tu polla. Mis padres murieron hace años y no tengo otra familia. Sólo a mi mejor amiga. Sólo firmar la licencia está bien para mi.
- No lo creo… Necesitamos esa exposición. Podemos hacerla discreta, en mi villa en Francia. Solo los amigos.
- ¿A qué llamas “solo los amigos”? – preguntó desconfiada.
- Solo 2 o tres personas por mi parte.
- ¿Ellos sabrán del contrato?
- No, en mi mundo no puedes bajar la guardia y espero que no lo olvides. Es por eso por lo que tenemos que ser creíbles.
- Esto es una locura…
- Puede parecer abrumador, pero me encargaré de todo lo que necesites durante nuestro matrimonio. Aunque sea un contrato llevarás mi apellido.
- Yo tengo mi propio dinero. – advirtió a la defensiva.
- Lo sé, pero necesitamos mostrarle al mundo que este matrimonio es por amor…
- De acuerdo, pero no abuses. No quiero un unicornio o el diamante Hope. Lo que enamora son los detalles.
Helena lo dijo sin pensar mucho, pero Alexander tomó nota mental de su comentario. Si esa mujercita quería detalles, él era experto en observarlos.
- Ok, no el diamante Hope o un unicornio. – le dijo levantándose para marcharse. Le pediré a mi abogado que redacte el contrato.
- No, lo haré yo… No se supone que no quieres que nadie se entere.
- Eso es cierto, pero puede hacerlo. Le pago mucho dinero por su trabajo.
- Soy abogada… Lo haré y lo revisaremos mañana en mi oficina. Te enviaré la dirección.
- Lo averiguaré… - le dijo coqueto – mañana a las 12:00. Luego iremos a almorzar.
- De acuerdo…
- Te llevaré a casa…
- ¿Disculpa?
- Ahora estamos en esto juntos. Es mejor empezar desde ahora…
- ¿No me dejarás en paz?
- Puedo ser muy persistente…
- Me imagino. Está bien. Dejaré que me lleves.
- Encantado, bella señorita.
La Salida De La Galería
El murmullo del público aún llenaba la elegante galería, donde los últimos compradores y críticos intercambiaban impresiones sobre las piezas expuestas. El aire olía a vino fino y conversación cargada de secretos. Alexander y Helena cruzaron el umbral con una sincronía perfecta, como si sus pasos estuvieran ensayados, aunque lo único que compartían era el silencio tenso de una negociación recién cerrada.
Todos los ojos se volcaron hacia ellos. No había el menor intento de disimulo por parte de los presentes. Las miradas indiscretas analizaban la salida conjunta con una mezcla de sorpresa y curiosidad mordaz. La desaparición prolongada de Alexander en compañía de una mujer desconocida había encendido más de una chispa de especulación.
Algunos susurros apenas contenían comentarios:
“¿La nueva amante del señor Blackwood?” “Pensé que Alexander no aparecía con nadie desde aquel escándalo...”
Helena, en su impecable traje negro de corte moderno, caminaba con el mentón erguido, ignorando las miradas con una frialdad profesional. Había aprendido hace tiempo a no pestañear ante el juicio ajeno. Sin embargo, la presencia imponente de Alexander a su lado, con su elegante abrigo de cachemira gris ondeando levemente por la brisa nocturna, convertía la escena en algo casi teatral.
Al llegar a la amplia entrada de la galería, un coche negro de lujo esperaba ya encendido junto a la acera. Frente a la puerta, un hombre alto y corpulento se encontraba de pie, con una postura recta y vigilante que recordaba a un soldado en formación. Su cabello canoso estaba perfectamente peinado hacia atrás y el corte limpio de su abrigo oscuro resaltaba su autoridad discreta.
- James Whitaker. - dijo Alexander al detenerse junto a él - Mi guardaespaldas. También mi más confiable aliado.
- Señorita Thorne. - saludó James con voz grave, haciendo una ligera inclinación de cabeza. Sus ojos azules, duros, pero atentos, escanearon a Helena con rapidez, como si evaluara posibles amenazas incluso en una noche aparentemente tranquila.
- Señor Whitaker. - respondió Helena con firmeza, sin dejarse intimidar por la figura imponente frente a ella.
- Llevarás el coche tú mismo. - indicó Alexander con un gesto despreocupado.
- Por supuesto, señor Blackwood.
James abrió la puerta trasera con precisión casi militar.
Helena no pudo evitar una leve sonrisa irónica ¿El poderoso Alexander Blackwood no confiaba en un chofer cualquiera? La seguridad personal parecía ser algo que tomaba muy en serio.
- ¿Siempre es así de ceremonioso? - preguntó despacio mientras se acomodaba en el interior del vehículo, sintiendo el aroma a cuero fino y madera pulida.
- James tiene sus principios. - respondió Alexander con una sonrisa casi imperceptible - Yo prefiero llamarlo profesionalismo extremo.
Cuando el coche se puso en marcha, Helena notó que James, pese a su papel de conductor, seguía observando los espejos retrovisores con la atención de alguien acostumbrado a detectar amenazas antes de que se materialicen.
- ¿Ex militar? - aventuró Helena.
- Un verdadero caballero británico con más cicatrices de las que cuenta. - admitió Alexander con una sonrisa - Lo mejor de lo mejor.
La conversación quedó en silencio mientras avanzaban por las calles iluminadas de la ciudad. Helena sabía que esa noche no solo había negociado un contrato; había ingresado a un mundo completamente diferente, donde el lujo y el peligro parecían caminar de la mano. Y James Whitaker, con su presencia firme y leal, sería sin duda parte fundamental de lo que estaba por venir.
Helena suspiró y Alexander lo notó con rapidez.
- ¿Cansada? - le preguntó con cortesía y la joven se giró para verlo al rostro.
- Tuve tres audiencias hoy, olvidé la exposición...
- ¿Siempre trabajas tanto?
- Me gusta mi trabajo... y el arte. Supongo que es influencia de mis padres. Hoy sólo fue mala coordinación. No me pasa a menudo.
- Eso me alegra... - murmuró Alex sin dejar de mirarla.
- Gracias por llevarme a casa... - dijo con suavidad y Alexander sonrió.
- Es lo menos que puedo hacer ¿No crees?
Helena sonrió levemente.
En su interior se dijo que debería luchar por no dejarse seducir por la sofisticación y la peligrosa honestidad de Alexander, quien parecía verla más claramente que nadie.