El Poder De Las Redes Sociales
El estudio estaba en penumbras, iluminado solo por la pantalla tenue de la computadora, donde el documento del contrato aún permanecía abierto. Helena Thorne yacía con la cabeza apoyada en sus brazos cruzados sobre el escritorio, el cabello desordenado cayendo en mechones rebeldes alrededor de su rostro. El cansancio la había vencido tras horas de escritura, revisión y cálculos meticulosos para sellar el acuerdo con Alexander Blackwood.
El zumbido insistente de su teléfono móvil rompió la calma del lugar, vibrando contra la madera pulida del escritorio. Parpadeó somnolienta, moviendo la mano con torpeza para tomarlo. Varios registros de llamadas perdidas brillaban en la pantalla: Maggie Evans (6 llamadas).
- Dios... - murmuró Helena mientras deslizó el dedo para contestar la séptima llamada entrante.
- Vas a derretir mi teléfono, Maggie, - dijo, aún con voz ronca de sueño - ¿Qué pasa?
Al otro lado de la línea, la voz afilada y directa de su mejor amiga no dejó espacio para sutilezas.
- ¿No has visto las redes sociales?
Helena se frotó los ojos, confundida.
- ¿De qué estás hablando? Acabo de despertar.
- Bueno, prepárate para el espectáculo. - dijo Maggie con su característico sarcasmo - Hay fotos tuyas con Blackwood en la galería.
Helena sintió que la sangre le bajaba al estómago.
- ¿Qué clase de fotos?
- Caminando juntos. Mirándose demasiado cerca para ser "solo conocidos". Desapareciendo de la vista por un buen rato... Vamos, Helena. No te dije que ese hombre era peligroso por nada.
- Esto no puede estar pasando... - bufó Helena, poniéndose de pie con rapidez y caminando hacia la ventana, el corazón acelerado.
- Oh, sí que está pasando, cariño. Tienes a medio Londres hablando de si eres su última conquista o alguna mente brillante que va a defenderlo en sus líos legales.
Helena se mordió el labio, evaluando rápidamente la situación. Alexander Blackwood no era solo un empresario millonario con gusto por el arte; era un imán de atención mediática.
- Esto es malo. - murmuró.
- Depende de cómo lo mires. - respondió Maggie con tono despreocupado - Si querías ser famosa, felicidades. Pero si prefieres no tener paparazzi campando frente a tu casa, te sugiero que vengas a verme. Tenemos que hablar.
Helena suspiró, ya recogiendo su abrigo del respaldo de la silla.
- Dame treinta minutos.
- Hazlo veinte, Thorne. Y trae café. - dijo Maggie antes de colgar sin esperar respuesta.
Helena se quedó un momento en silencio, mirando el teléfono en su mano. Apenas estaban empezando, y ya sentía el peso de lo que implicaba estar cerca de Alexander Blackwood. El contrato que había redactado parecía un juego de niños comparado con el caos que probablemente vendría.
Maggie
- ¡¿Recuerdas el escándalo del que te hablé?! - le gritó Maggie, mientras abría la puerta de su oficina de detectives con gesto teatral.
Helena apenas cruzó el umbral y dejó el café sobre el escritorio. El aroma del expreso apenas lograba aliviar su tensión mientras intentaba recomponerse del caos mediático que había despertado aquella mañana.
- Por supuesto que sí, Maggie. Aunque... - Se quedó en silencio un segundo, dejando que los recuerdos afloraran. El escándalo Blackwood.
Había leído sobre ello durante una de sus largas noches de investigación. Circuló como pólvora en tabloides y revistas sensacionalistas. Según los rumores, Alexander Blackwood había sido acusado de estar involucrado en la desaparición de una escultura renacentista invaluable, La Serenidad de Éfeso, durante una exposición privada en Florencia. Las malas lenguas aseguraban que había sido el cerebro detrás de un sofisticado robo de arte: testigos lo habrían visto "desaparecer misteriosamente" momentos antes de que se activaran las alarmas del museo.
Lo más jugoso para los tabloides no fue el robo en sí, sino la teoría que vinculaba a Blackwood con Irina Petrova, una coleccionista de cuarenta años. Incluso llegaron a insinuar que habían estado juntos en un hotel de Florencia toda la noche el día del robo.
Según la información que manejaba la agencia era refinada y manipuladora, respetada en el mercado clandestino de piezas robadas, manejado supuestamente desde los círculos más exclusivos de Europa.
- Eso fue hace dos años. - dijo Helena con el ceño fruncido, recordando los titulares llamativos que ensuciaron el nombre del magnate - Pero nunca hubo pruebas, ¿cierto?
Maggie bufó, tomando su café con un gesto brusco.
- Claro que no. Los cargos se desvanecieron más rápido que mi paciencia con esta historia. La escultura apareció intacta meses después en el depósito del museo y la investigación se cerró. Pero ya sabes cómo funciona esto, ¿no? Donde hay humo...
Helena la interrumpió.
- A veces solo hay humo. Especialmente si conviene a alguien destruir una reputación.
Maggie arqueó una ceja.
- ¿Ahora lo defiendes, Helena? No leíste el informe que te envié.
Helena exhaló, frotándose la sien con frustración.
- No estoy diciendo que sea inocente. Pero tampoco compro esas historias sin pruebas sólidas. Soy abogada.
Maggie se inclinó sobre el escritorio, su mirada perspicaz brillando.
- Te daré esto: tienes agallas para meterte en ese lío. Pero ten cuidado, Thorne. Blackwood es muchas cosas y simple no es una de ellas.
Helena apretó los labios.
- Lo sé, Maggie. Créeme, lo sé mejor que nadie ahora.
- ¿Pasó algo en la galería? ¿Te amenazó?
"No, fue peor. Me propuso matrimonio", pensó Helena, pero no lo dijo en voz alta o su amiga estaría gritándole por horas y no había dormido mucho.
La joven se levantó de la silla y miró a su amiga con cariño.
- No lo hizo... Debo ir a la oficina por un cliente. Hablaremos más tarde ¿De acuerdo?
- Ten cuidado... Los paparazzi ya deben saber donde está tu oficina...
- Lo tendré... Llevo una sudadera y gabardina. Nadie me reconocerá. Tengo ropa en la oficina para cambiarme.
- Avísame. Enviaré a los chicos si quieres ayuda.
- Lo haré. Nos vemos.
Con una sonrisa abrazó a su amiga de infancia y salió hacia su trabajo.
Esto podía salirse de control y exponerla más de lo que necesitaba.
Tendría que hablar con Alexander en cuanto lo viera más tarde.