Mundo ficciónIniciar sesiónDerek cerró los ojos, derrotado, y suspiró con fuerza. Estaba desesperado, pero no podía obligarla.
—Está bien. Pero… ¿y si al menos fuéramos amigos? No sé… cuando consiga trabajo te invito un café. Para agradecerte por dejarme dormir aquí esta noche. Aunque me tiraste al suelo. Dos veces.
Scarlet se quedó en silencio. Estaba dispuesta a decirle que no, que se fuera, que no quería saber nada de ningún hombre… pero se miró a sí misma, recordó que él no la había tocado sin permiso, no le robó nada, y hasta le trajo agua. ¿Y si realmente era buena persona?
«Estoy loca por confiar en alguien a primera vista», pensó.
—Está bien. Una taza de café no mata a nadie —largó sin pensarlo mucho, cruzándose de brazos mientras lo miraba con el ceño aún fruncido.
Derek asintió y buscó su camisa del suelo.
Mientras se la abotonaba con toda la calma del mundo, Scarlet no pudo evitar notar que, en su mano izquierda, justo por encima del nudillo, había un pequeño símbolo que parecía brillar levemente con un fulgor dorado.
—Eres tú… —murmuró, casi sin darse cuenta de que había tomado su mano para mirar mejor, y sintió un cosquilleo subirle por el brazo al tocarlo, como si su cuerpo recordara algo que su mente no alcanzaba a comprender.
Derek parpadeó, sin entender nada, mientras ella observaba como si no pudiera creer que el hombre del sueño loco que tuvo tenía justo ese mismo tatuaje.
—¿Yo qué? —preguntó él, arqueando una ceja.
Scarlet reaccionó como si despertara de un trance y soltó su mano de inmediato.
—¡Nada! No… no tiene sentido. Debo estar todavía un poco ebria… —aseveró con una risa forzada, desviando la mirada.
Caminaron en silencio hasta la puerta. Derek giró el pomo, pero en cuanto abrió…
—¡¿Scarlet Emilia Simón, cómo pudiste meter a un hombre a tu casa?! —rugió una mujer de rostro endurecido por los años, los prejuicios y las decepciones, antes de empujar a Derek por el pecho con tanta fuerza que lo hizo retroceder.
—¡Mamá! No es lo que parece, déjame explicar —dijo Scarlet, poniéndose entre ambos como si intentara detener un tornado con las manos desnudas.
—¿Qué más explicación necesito? —escupió su madre—. ¡Lo encontré saliendo de tu casa a primera hora! ¡Eso solo significa una cosa! ¡Que se acostó contigo y ahora quiere escapar como un cobarde! ¿Cuántas veces te he dicho que los hombres no son de fiar?
—Mamá, él durmió aquí, sí, pero no pasó lo que crees…
—¡Engañaste a tu prometido, Scarlet! ¡A solo una semana de tu boda haces esto! ¡Eres igual que yo! ¡Yo también creí en un hombre y terminé criando a mi hija sola!
La mano de la mujer se alzó, como un látigo cargado de reproche. Pero antes de que pudiera soltar la bofetada, Derek la detuvo.
—¡Ni se le ocurra pegarle! —bramó serio.
Scarlet tragó saliva y dio un paso adelante.
—¡Ya basta, mamá! ¡Soy adulta! ¿Quieres la verdad? Leo me engañó. ¡Sí! Con una compañera de trabajo. Y fue por seguir tus estúpidos consejos de "cuídate, no lo entregues todo antes del matrimonio", que terminé perdiéndolo. ¡Estoy harta de que vivas a través de mí! ¡De que pague por lo que tú sufriste! ¡No soy tú!
Su madre rió, pero sin una pizca de alegría.
—¡Malagradecida! Solo intento evitar que te vean la cara como a mí. ¡Y mira cómo me lo pagas! Si ese Leo te engañó, es porque es una rata sin pantalones. ¡No aguantó ni una semana más sin abrirle las piernas a otra!
—Tiene razón en eso —murmuró Derek, asintiendo como si estuviera en un debate político.
—¡Derek, no ayudes! —le gritó Scarlet, apretando los dientes.
—¡Ya basta, mamá! —volvió a decir Scarlet, más fuerte—. Desde ahora, haré las cosas a mi manera.
La mujer la miró con frialdad, como si acabara de anunciar que se uniría a un culto.
—Tú aún eres joven. No tienes idea de las consecuencias de tus malas decisiones. Yo te crié sola, y no dejaré que cometas el mismo error. —Sus ojos se giraron hacia Derek—. ¡Y tú, aprovechado! ¡Te vas a casar con mi hija!
Derek parpadeó… y sonrió.
—Por supuesto, suegra. Usted ponga la fecha, que yo compro las flores.
—¡DEREK! —gritó Scarlet, horrorizada.
—¡Mamá, no me pienso casar con él! ¡No pasó nada! —repetía ella, exasperada.
—Si no se casan… —la mujer alzó la voz con teatralidad— dejaré de tomar mis quimioterapias.
Scarlet la miró como si acabara de decir que se iba a lanzar desde un puente con una sombrilla.
—¿Qué? —susurró, sin aliento.
—Ya lo dije —repitió la madre—. Prefiero morir a verte repetir mi infierno. Así que piénsalo bien, hija.
Derek soltó una carcajada incrédula.
—¡Dios mío, adoro a mi suegra!
—¡Tú cállate! —gritaron madre e hija al unísono.
Scarlet se tapó la cara, mientras murmuraba para sí:
—Definitivamente, mi vida se volvió un chantaje emocional constante.
—Scarlet Emilia Simón, te casas o me ves morir, decídete ahora mismo. ¿Qué harás?







