Un lobo no bebe sangre.
Esa noche, cuando Derek cruzó los terrenos de la manada y llegó a su residencia, lo recibió el inconfundible y escalofriante aroma a sangre fresca.
Apenas abrió la puerta, su madre apareció con una sonrisa sospechosamente maternal… y una sopera de porcelana en las manos.
—Hijo, hazlo por mí —rogó, extendiendo el recipiente con un gesto dramático—. Si consumes sangre de vampiro, podrías mantenerte con vida… incluso hasta más de mil años. Todavía hay tiempo. Tienes dos meses para acondicionarte. Muchos lobos han sobrevivido así.
Derek arrugó la nariz. El olor le revolvió las entrañas.
—¿Estás bromeando? —susurró con voz grave, helada.
Su madre no se inmutó. Siguió ofreciéndole la sopa infernal, con la esperanza temblando en los ojos.
—La dueña de esta sangre está dispuesta a vivir a tu lado. Sería tu reina. Haría cualquier cosa por ti… y lo sabes.
Derek levantó la mano con fuerza y, sin tocarla, la sopera salió disparada por los aires, estrellándose contra la pared.
Un baño rojo cubrió