La condición.
Respirando como un toro embravecido, con la mirada asesina que pasaba de su madre pálida al sonriente y burlón rey de los brujos; que no había apartado su mano de la cintura de Ana.
Derek se endureció hasta los huesos. Yeho lo empujaba por dentro, obligándole a querer arrancarle el corazón.
—¡Hechicero de m****a! —bramó—. Te arrancaré esos asquerosos dedos si no la sueltas.
El rey brujo se puso a reír, soltando una carcajada que olía a triunfo.
—Lobo —dijo con voz melosa—, me debes algo por haberme encerrado injustamente. Para saldar la ofensa, dame a tu madre.
Esas palabras hicieron que a Derek se le fuera el poco control que le quedaba.
Se abalanzó, agarró al brujo con rabia y, apartando a Ana con un empujón, lo lanzó contra una mesita. La mesa estalló en astillas como si hubiera sido hecha de espejos, y el polvo y las virutas chisporrotearon en el aire.
Cuando Derek se disponía a levantarlo para lanzarlo de nuevo, Scarlet, que lo había seguido con el corazón en un puño, se plantó de