Mundo ficciónIniciar sesión¿Te follarias a tu madrastra? .. ¿Estas seguro de éso que no? Julián Vermilion es el primogénito del líder de la Mafia, tras la muerte de tu padre tiene que unir fuerzas con Agustina, su madrastra, para averiguar quién fué el asesino. Pero en el camino, ambos se enredan entre sí.
Leer másDespués de probar su miembro fuerte y venoso, me senté en él colocándolo con delicadeza pero con deseo, mientras me acomodaba, yo misma me daba placer y frotando mi coño con su abdomen. Me veía divina encima de él, como si Cleopatra hubiera reencarnado sobre él pero vestida de divinidad, bueno humildemente,. éso era lo que veía en sus ojos. Sus ojos y absurdos ojos, veían con deseo mis senos, mi cula, olía todo mi ser, todo era perfecto aunque estuviera agitada.
Subimos el ritmo y con eso el sonido de placer en la alcoba, hubiera sido tan perfecto y no fuese sólo un sueño húmedo. El amanecer en el Palazzo Vermilion era siempre una farsa. Mármol frío, silencio ostentoso. Me levanté a las 9:00 AM. Mi día nunca fue sobre el amor con Abietti, jamás, . Yo era sólo su trofeo, el símbolo de su poder, y yo jugaba mi papel con una perfección pulida. Bajé a la cocina, con mi ropa de estar en casa, me encantaba, ya que no sólo podía dar más figura a mis senos recién operados, sino también a mis muslos gruesos y figura delgada. El personal se movía con la rigidez del miedo. Mi mirada se detuvo en Marco, el joven asistente de la bodega. Sus ojos, llenos de terror y deseo, me decían todo lo que necesitaba saber. —Marco, ¿has asegurado el envío del Norte? —Sí, señora Agustina. Su mano rozó la mía al entregarme el registro. Un roce insignificante para él, para mí, una chispa eléctrica. Marco no era el único. La opulencia del Palazzo era la coartada perfecta para mi hambre. Mi cuerpo, mi herramienta. Mi forma de ejercer el poder que Abietti me negaba. Una vez fue Marco, otra fue Carla, la jefa de lavandería, cuyos labios sabían a un secreto aún más profundo que el de los hombres. Yo tomaba lo que quería, cuando quería. Era mi pequeña venganza contra el hombre que me había comprado. Mientras Abietti se encerraba en su estudio, yo trabajaba. Mi verdadera obra maestra no era la decoración de la mansión, sino la evaporación sistemática de su fortuna. Abrí mi laptop en el desayunador. El café estaba negro y amargo, como mi matrimonio. Hace meses había ejecutado la transferencia final. Doscientos millones de euros. No era codicia, para nada, era supervivencia. Yo sabía que si Abietti moría, me destrozarían. El dinero era mi escudo. Mientras revisaba la cuenta offshore, recordé la noche anterior. Abietti, roncando, gordo de poder y vino. Yo, enviando la última remesa de documentos encriptados. Una ladrona durmiendo junto a su víctima, que maldición. —La mejor forma de robar a un paranoico es hacerlo tan cerca que nunca sospeche— me había dicho una vez mi mentor, antes de que me vendieran a Abietti. Eran las 10:30 AM. Abietti siempre tomaba su café en la alcoba. Subí las escaleras, mis tacones un eco de autoridad vacía. Al llegar a la puerta, algo estaba mal. El silencio era demasiado profundo. Abrí la puerta. Abietti estaba en la cama, su cuerpo rígido. Su cara, normalmente roja de ira, estaba de un tono azul grisáceo. La taza de porcelana favorita, volcada en la alfombra persa. No fue un ataque al corazón. Supe de inmediato. El olor a almendras amargas, muy leve, persistía en el aire. Cianuro. Un veneno lento, íntimo. No fue un tiroteo, ni un coche bomba. Fue alguien que pudo entrar en su alcoba y servirle el café. Mi primera reacción no fue el dolor, para qué. —La policía dirá ataque al corazón. Pero yo sé la verdad. En lugar de gritar, cerré la puerta. Me acerqué al cuerpo, fría como el mármol de Venecia. Toqué su mano. Estaba helada. —¿Quién, Abietti? ¿Narciso? ¿El niño mimado que quería todo? ¿O Baldi, el Consigliere que conocía tus secretos? Mis sospechas se centraron en Baldi. Tenía la llave del estudio, el acceso. Pero Baldi era un cobarde. Necesitaba un instigador. Luego pensé en Julián. su primogénito. El chico roto que se había autoexiliado en Montevideo. El que me había tocado en sueños. Él era el único con el valor y la locura para hacerlo. Y el único a quien yo realmente necesitaba. Mi única misión era asegurarme de que Julián Vermilion volviera a Venecia. —Mierda– suspiré, los nervios se apoderaron de mí, mis manos templaron, era la primera vez que estaba ante un cadáver. y de la nada, las lágrimas salieron. soyose, no sabía el por qué, supongo que no quería éso.Julian arrancó el motor de la lancha. El rugido rompió el silencio de las estrechas aguas napolitanas. El Retablo, envuelto en terciopelo negro y embarrado, yacía a nuestros pies, el trofeo de nuestra traición mutua.—¡Agárrate! —ordenó Julian, girando el timón con furia.Agustina se aferró al asiento, su rostro pálido pero firme. Su ropa de seda estaba rasgada, la suciedad de la Capilla manchaba su piel. Se veía más peligrosa que nunca.La lancha aceleró, rompiendo olas. La Capilla quedó atrás, pero el peligro no había terminado. Sabíamos que los Conti no nos dejarían ir tan fácilmente.—Luca Rossi y Narciso no van a dejar esto pasar —dije Julian, con la boca amarga por la traición de su hermano.—Y la Nonna no va a dejar que los humillemos robando el Retablo. Es una ofensa a su honor —replicó Agustina, limpiándose una mancha de sangre (no suya) de la mejilla.Cruzamos un canal abierto. Entonces lo vi. Una lancha rápida, oscura y poderosa, saliendo de un puerto pesquero cercano.—Ahí
El amanecer napolitano no prometía paz. Julian y yo nos vestimos en silencio. Yo con el vestido sencillo de seda, él con el traje oscuro de corte napolitano. Éramos la imagen perfecta de una pareja elegante que había venido a cerrar un trato, no a sabotear una venganza.—No vamos a ir a rezar, Agustina —dijo Julian, asegurando una pistola bajo su chaqueta.—Lo sé. Vamos a ver cómo la familia de tu abuela le cobra a la familia de tu padre —repliqué, sintiendo el peso de la historia.Julian se giró y me atrapó por la mandíbula. Su mirada era pura amenaza, mezclada con la desconfianza que aún ardía por las cuentas robadas.—Si intentas negociar con los Conti a mis espaldas, si intentas usar ese dinero para comprar mi trono, te juro que...—No necesito tu trono, Julian. Necesito que sobrevivas para que yo sobreviva —dije, desafiándolo—. Y tu abuela es mi única coartada hoy. Soy tu esposa, tu escudo. Úsame bien.Él no me besó. Simplemente soltó mi rostro con un gruñido. La proximidad era u
Julian se sentó. El teléfono estaba frío en su bolsillo, pero la información ardía en su mente. Todas las cuentas de Abietti, a nombre de Agustina. No era un error. Era un robo perfectamente ejecutado, meses antes de la muerte de su padre. La mujer sentada frente a él no era lo que él pensó quién era; era una ladrona. La de parte de su herencia.Agustina lo miraba con esa calma perturbadora.—¿Todo bien, Julian? —preguntó, y él notó un ligero brillo en sus ojos. Ella sabía que él sabía.Julian tomó un sorbo de vino. El sabor era amargo.—Perfecto. Mi Consigliere en Milán estaba revisando las cuentas de Abietti. Es un laberinto, por supuesto. Nuestro padre era un paranoico —dijo Julian, manteniendo la voz baja.—Lo sé. Siempre pensé que el dinero lo hacía sentir seguro —dijo Agustina, con una sonrisa ligera.—Lo hacía sentir seguro. Pero ahora, tres de las cuentas principales están vacías. Y no vacías por un negocio. Vacías por una transferencia.El tenedor de Agustina se detuvo a medi
Los pechos de Agustina rebotaban con intensidad delante de Julián, habían parado la lancha en un sitio donde nadie aliviaron la tensión. En medio de donde nadie escuchará sus gemidos, decidieron sucumbir ante su lascivia. Julián levantó a Agustina y la puso sobre una silla, mirando al estribor, y se hizo sx oral a ella. Tocó su clít*r mientras metía su lengua en su orificio. Agustina se dedicó a acariciar su cabello ondulado y negro solo para guiarlo a complacerla. Exploró con saliva cada rincón de su vagina, hasta que Agustina deseó de su duro pene. Se pusieron en posición de misionero, y la penetró con ahínco, sonando su abdomen con el suyo, aplaudiendo con sus cuerpos hasta el él eyaculó en sus senos. —Tienes la mala costumbre de ensuciarme los senos, Julián. —Cállate, te traeré toallas húmedas. Ella sólo se rió de él, ya que no duró mucho en venirse. El regreso al Palazzo fue silencioso. Julian condujo la lancha a toda velocidad, la rabia de la acusación de Nicolás y la f
Julián ha pasado toda su vida en el palazzo sintiéndose extranjero. El hermano menor de Abietti, la madre de su hermana menor, Nicolás, era una mujer fría que solo veía la línea de sangre. Ella lo toleraba, pero lo miraba con esa misma fijeza que luego vería en Abietti, como si le faltara algo, como si fuera un engranaje mal ajustado.Recordaba una cena. Tendría unos seis años. Él estaba jugando solo. De repente, la furia lo invadió porque un sirviente había movido sus juguetes. El recuerdo era borroso, pero recordaba el grito que no era suyo y el plato de porcelana roto.Su madrastra en aquel entonces no lo castigó, lo estudió, analizó su comportamiento tan inusual.—Julian, eres... peculiar. Necesitas disciplina. Te pierdes en ti mismo.A los nueve años, el nacimiento de Nicolás fue un alivio y una condena. Nicolás era un bebé pequeño, llorón y asustadizo, tan inadaptado como Julián, pero sin la mafia. Nicolás se convirtió en el blanco de las burlas de Abietti. Mientras Julián recib
Julián no podía contenerse más, la quería coger El acto, tan deliberado, desató años de represión. Julián agarró y sostuvo su mano, después de aquel momento. Su rostro estaba a centímetros del suyo. No era un beso lo que venía; era el simple y complicado deseo de su piel.—Cruzaste la línea, esa delgada línea, Agustina —gruñó Julián, su voz ronca y cargada de amenaza—, no hay vuelta atrás. Esto no es un juego de coartadas. Esto es mío, y tú eres mía.—Siempre fuiste mío, Julián —replicó ella, el desafío en su mirada encendió una furia helada en su pecho—. Te estoy tomando.Julián la agarró por la cintura con una fuerza bruta y la estrelló contra el muro de mármol del salón. El golpe fue seco. El beso fue una lucha, una colisión de rabia y necesidad. Julián la besó con el resentimiento acumulado de años de dolor, contra ella misma por ser su obsesión, contra el caos que sentía en su cabeza.Agustina correspondió con la misma urgencia. Ella no era una víctima; era una contendiente. Sus
Último capítulo