Capitulo 3 "Estúpido"

El silencio de la sala esa noche no era real; era una gruesa capa de mármol cubriendo años de resentimiento y abuso frío. Julián no podía evitarlo.

Regresar a esta casa significaba que las viejas pesadillas regresaban.

Recordaba la biblioteca de Abietti, un lugar prohibido. Él y Narciso, solo niños, jugando en la alfombra gruesa mientras su padre hablaba en voz baja con sus Consigliere.

Narciso siempre fue el favorito. Alto, carismático, la réplica perfecta de la ambición de Abietti. Julián, en cambio, era más callado, más analítico. Pero a veces, la rabia infantil se encendía en él con una furia tan grande que sentía que otra persona tomaba el control.

Una vez, cuando tenía ocho años, Narciso había roto su juguete de madera favorito. Julián recuerda el destello de la furia, el grito ajeno... y luego, despertar en su cama, con la sangre de su nariz manchando las sábanas, mientras su madre le decía que se había caído por las escaleras. Él no recordaba haber tocado las escaleras. Él recordaba... otra cosa. Algo ajeno.

Abietti nunca fue físico con ellos, pero sus palabras eran armas afiladas.

"Julián, eres débil. Te falta la resolución de tu hermano. Siempre estás en otro sitio, hijo."

"Narciso, tú serás el verdadero Don. Julián se encargará de los libros, de las sombras. El poder no es para los que se pierden."

Julián recordaba esas frases. Y recordaba que a veces, cuando la presión era insoportable, su mente simplemente se apagaba. Pequeñas lagunas que siempre atribuía al estrés. Ahora, el miedo de que el asesino fuera él, sin saberlo, no le permitiría dormir.

La tensión se rompió cuando la lancha de Julian atracó. Nos dirigimos al salón. Habíamos hablado de la coartada, de los socios, del envenenamiento. Pero no habíamos hablado de la atracción que hacía que el aire fuera electricidad.

—Mantendremos las apariencias —dije, sintiendo el peso de su mirada.

—Mantendremos la verdad. Que el asesino no nos verá tambalear —respondió Julián, su voz, aunque controlada, vibraba con algo más profundo.

El sonido de una voz segura interrumpió la fría coreografía.

—Vaya. Pensé que el heredero vendría solo.

Narciso Vermilion estaba allí, un hombre de 19 años que era la viva imagen de un joven Abietti, con esa sonrisa fácil y esa arrogancia peligrosa.

—Narciso. No te vi en el funeral —dijo Julian, su voz plana.

—Llegué tarde, hermano. Los negocios de Génova no esperan. Y al parecer, tampoco la exnovia —Narciso me miró, y su sonrisa era un espejo del cinismo de Abietti. Un escalofrío me recorrió, sentí miedo, sentí una extraña familiaridad.

Julian dio un paso posesivo a mi lado.

—Agustina es mi socia.

—Una socia... ¿o un premio? En todo caso, Julian, será mejor que asegures tus bienes. Este es un negocio cruel.

La tensión entre los hermanos era insoportable. Era un concurso silencioso por el derecho a ser el 'verdadero' Don. Yo sabía que Narciso era un sospechoso obvio, pero también la mayor fuente de resentimiento de Julian.

—¿Y tú, Narciso? ¿Qué negocios eran más importantes que despedir a tu padre? —preguntó Julián, con un destello peligroso en los ojos.

—Negocios que te darán el trono limpio. Sabes que siempre he sido el más leal a Abietti. Me ocupé de que todo estuviera en orden. O al menos, en el orden que le gustaba a nuestro padre.

Narciso se fue con un guiño, dejando a Julian hirviendo.

—El juego de Narciso es la provocación. No lo sigas —ordenó Julian, intentando recuperar el control.

—No me afectaba —repliqué, la cercanía de Julian me afectaba—. El problema no es Narciso. El problema es que tenemos que compartir esta casa, sabiendo que el asesino está ahí fuera. Y sabiendo que uno de nosotros lo vio por última vez.

Julian apretó su mandíbula. El deseo por mí era una distracción, pero también una necesidad.

—La casa tiene dos alas, Agustina. Y las puertas tienen cerraduras. No eres mi esposa —dijo, su voz era una orden para sí mismo.

—Y tú no eres mi esposo. Eres el hombre que odiaba a su padre lo suficiente como para querer su trono. Y eso te hace el único hombre en quien puedo confiar ahora.

Me acerqué a él, sintiendo su calor.

—Dime una cosa, Julian. ¿Por qué te fuiste de Milán meses antes de la muerte de Abietti? ¿Qué hiciste la noche que tu padre murió?.

La pregunta era un cuchillo. Julian me miró, y por un instante aterrador, sus ojos se nublaron con esa misma ausencia que había sentido cuando era niño. Un parpadeo, una laguna. Como si estuviera buscando la respuesta en un lugar donde su propia mente no le permitía ir.

Y en ese instante, el control se rompió. Él no respondió con palabras. Su furia se canalizó hacia el único escape que esta casa les permitía.

—Te ves tenso, puedo ayudarte con eso, ¿sabes? —Aproveché el silencio para bajar el cierre de su pantalón.

Julian estaba en shock, nunca pensó que ella haría eso mientras continuaba la conversación.

—¿Qué carajos haces?, no me toques, guarda el luto...—

—Entonces, quieres que no te saque el miembro del pantalón, tanto tiempo te has masturbado pensando que yo no sabía, puedo masturbarte si así lo deseas, Julian.

Julián no sabía qué decir, toda su moral le decía que no...

Pero cada célula, cada músculo, cada órgano quería estar con ella...

Y cada gota de semen, quería correr por sus pechos operados...

La pregunta de Agustina, lanzada con la precisión de un veneno.

"¿Qué hiciste la noche que tu padre murió?"

Golpeó a Julian con más fuerza que cualquier puñetazo de la mafia.

Él sintió el frío. El vacío. La jodida laguna que siempre llegaba cuando la presión era máxima. Quería gritar, huir, pero su boca se secó. En ese silencio cargado de pólvora, su mente solo procesó una cosa, escapar.

Y el único escape era ella. El único ancla era la traición.

Julian no podía respirar. Su mente se llenó de sus sueños húmedos. Los años de obsesión, las noches solitarias, la rabia de que ella perteneciera a Abietti. Agustina era su castigo, un castigo con unos senos perfectos.

Agustina notó la parálisis. Su mano subió lentamente por su pecho y se detuvo. Ya que Sus dedos no lo acariciaron; fueron directos al borde del cierre de su pantalón. El sonido metálico al deslizarse fue fuerte, un disparo en el silencio del Palazzo.

Para después de ello, le sacó el miembro, estaba emocionado y fuerte al saber que la mujer de sus sueños húmedos lo estaba acariciando de arriba hacia abajo con delicadeza, sus uñas estaban arregladas y bellas cubiertas con esmalte rojo intenso.

Julián sudaba mientras ella lo masturbaba lenta pero sutilmente viendo con deseo aquel joven, algo en que también la mojó entre sus piernas, ella sentía como sus jugos brotaban y caían gota a gota ignorando su encaje inferior de color negro Marca cara.

—Está... seco— la voz de ella se cortó por el momento.

No había Nadie en el palazzo, sólo dos mafiosos que ignoraban que de alguna forma eran familia.

Ella escupió vulgarmente su miembro, excitante a Julián.

Él mientras tanto sentía como si estuviera en el paraíso, como si sus dedos estuvieran danzando sobre su pene.

Ella se inclinó ante el nuevo rey de la mafia.. y de rodillas, sus hermosas y tersas rodillas, y ante su polla, lo metió en su boca, haciendo que éste suspire de placer...

...

—Para... Por... Favor— Julián no lo podía creer, Agustina Josefina Santini, estaba haciéndole un oral... Que bendición

Sentó a Julián en una silla.

El cabeceo de Agustina era perfecto, haciendo pausas para mirar a Julián, disfrutando de su placer, Julián podía ver su culo y ese corazón que formaba cuando estaba así en cuatro, ya que su vestido pegado a la piel se levantó mostrando y apreciando su hilo color rosa pastel.

Agustina era hábil, y Julián ya no podía resistir más, estaba aguantando las ganas de venirse desde hace minutos.

—No vengas tan rápido, y si lo haces, hazlo en mi boca...

Agustina no parecía ella, la mujer tan delicada se despojó de su delicadeza ante la polla de ése hombre.

Utilizó sus manos para aumentar el placer, la cabeza del miembro de Julián podía tocar su garganta, su saliva caía al suelo así como caía su elegancia, y sus ojos se llevaron de lágrimas al no poder respirar bien.

Y fué en un momento inesperado, Julián llegó, llenando su boca del semen.

Sus labios corrían de ése líquido blanco, quitándole el labial sexy que llevaba.

—Eso fué demasiado, Agustina, no aguanté.

—Está dulce, pero sigues erecto, me sorprende— Agustina estaba impresionada de que su polla estuviera dura pese a venirse.

—Eres un...— Hizo una pausa, lo vió con deseo, ya que su coño estaba húmedo y listo para la acción.

—Eres,-  continúo. —Un estúpido.

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