Capitulo 4 "Nerviosa"

Julián no podía contenerse más, la quería coger

El acto, tan deliberado, desató años de represión. Julián agarró y sostuvo su mano, después de aquel momento. Su rostro estaba a centímetros del suyo. No era un beso lo que venía; era el simple y complicado deseo de su piel.

—Cruzaste la línea, esa delgada línea, Agustina —gruñó Julián, su voz ronca y cargada de amenaza—, no hay vuelta atrás. Esto no es un juego de coartadas. Esto es mío, y tú eres mía.

—Siempre fuiste mío, Julián —replicó ella, el desafío en su mirada encendió una furia helada en su pecho—. Te estoy tomando.

Julián la agarró por la cintura con una fuerza bruta y la estrelló contra el muro de mármol del salón. El golpe fue seco. El beso fue una lucha, una colisión de rabia y necesidad. Julián la besó con el resentimiento acumulado de años de dolor, contra ella misma por ser su obsesión, contra el caos que sentía en su cabeza.

Agustina correspondió con la misma urgencia. Ella no era una víctima; era una contendiente. Sus manos se aferraron al cuello de Julián. Al tomar al heredero, ella se estaba coronando.

Julián la alzó, el traje arrugándose. La subió a una pesada mesa de caoba, subió su vestido, y le puso el hilo de lado.

—¡Dime la verdad! ¿Estabas con alguien esa noche? —jadeó Julián.

—Solo en tus sueños —respondió ella, la voz baja y seductora—. Yo soy la única persona de la que tu padre nunca se aburrió. Por eso estoy aquí.

—¿Crees que porque mencionaste este tipo no te voy a coger?.

La respuesta airada no conformó el juego. Julián dejó de buscar la coartada y empezó a buscar la anulación de su mente. La pasión se convirtió en un acto frenético de escape psicológico. No había tiempo para la calma, solo para la urgencia. Él la tomó allí mismo, con la desesperación de un hombre que necesita probar que es real, lubricó su pll y mojada vagina. Se adentró en su estrecha y mojada vagina.

—Ayy..— suspiró Agustina.

El control de Julián se rompió con cada embestida. Y Agustina sintió el triunfo: se había rendido a él, pero al hacerlo, se había convertido en la única persona que realmente lo controlaba.

Pa sentir la piel de él, Agustina rompió la camisa de lino de Julián, ya su cuerpo no era el de un niño puerco, era ya de un hombre que ejercito su cuerpo en el gym, su abdomen y pecho definidos llenos de tatuajes minimalistas. Mientras Él hacía pequeños pausas para no venirse tan rápido, ella besaba su cuello y olía su perfume con fragancia a madera.

Él también quería sentir su delicada piel, así que levantó su vestido y le sacó los senos, sus perfectos senos. Y como un bebé recién nacido y hambriento, las chupó con diligencia teniendo en cuenta los piercing que llevaba en sus pezones rosados, las lamió excitando a esta y causándole gemidos mientras la embestía.

Los ruidos no cesaban en el palazzo, la mesa pesada de caoba se movió en cada movimiento, y era el único testigo de su placer mutuo.

Julián sacó su miembro antes de acabar, la volteó hacia atrás y se dedicó a lamerle entre los glúteos justamente haciendo énfasis en su ano.

—Julián... ¿Qué es esto?

—Callase, señora Agustina..

Se dejó llevar por el placer, era la primera vez que un hombre exploraba esa parte de su cuerpo, se sintió hecha, y eso hizo que tuviera un orgasmo.

Luego Julián volvió a introducir su miembro en ella, teniendola a gatas, y agarrando su cabellera lacia. La invistió nuevamente, pero esta vez con dureza, provocando sonidos dentro- suspiró ella en voz alta- aplaudiendo.

—No te Vegas adentro- suspiró ella en Medio del acto. -Vente en mis senos...

...

Él sacó su miembro de ella, y ella se arrodilló ante él, se tocó y ella succionó sus testículos. Cuando él ya le faltaba poco, ella levantó sus senos excitando a esta y llevandolo al límite.

Y así terminó su encuentro, con él de pie cansado del encuentro, y ella satisfecha lleva de su líquido blanco.

...

Cuando el acto terminó, Julian la ayudó a ponerse de pie para luego sentarse en la mesa, éste colapso sobre ella, agotado.

Agustina deslizó los dedos por su mejilla. Él se había rendido. Ella había ganado el primer asalto.

Julian abrió los ojos. Y por un segundo, ella vio de nuevo esa ausencia aterradora, esa mirada vacía, antes de que el Julian que ella conocía regresara.

—No vuelvas a preguntar por esa noche —ordenó Julian, su voz ahora era una promesa de violencia.

—No lo haré —Agustina lo besó, sellando el pacto.

—. Ahora, Don Julian, la pregunta es, ¿cuál es nuestro primer movimiento contra el asesino del envenenamiento?.

Ella lo había tomado. Y ahora, el juego continuaba, con un secreto de cama tan grande como el secreto del asesinato.

El Palazzo estaba frío esa mañana, hermoso como siempre, pero sucio y cruel esa mañana, tensión entre Julian y yo era algo extraño, parecíamos adolescentes. Después de la noche en su cama, éramos dos conspiradores más que ocultos aunque en el fondo sabía que me ocultaba algo, así como él sospechaba de mí. Baldi llegó. Lo recibimos en el estudio.

Julian se paró cerca de la chimenea. Yo me senté en el escritorio. Baldi nos miró, con el traje caro y una tranquilidad que parecía ensayada. No estaba nervioso; estaba preparado.

—Julian, Agustina. Me alegra ver que mantienen la cabeza fría. La Famiglia lo necesita. ¿Qué puedo hacer por vosotros? —preguntó Baldi, con su voz de abogado pulido.

—Gianfranco, siéntate —dije, señalando el sillón incómodo frente al escritorio.

Baldi se sentó. evitó mirar a Julian directamente.

—Abietti fue envenenado, Gianfranco —soltó Julian, sin preámbulos. Su voz era plana y gélida.

Baldi parpadeó. Tardó un segundo en reaccionar, pero mantuvo la compostura. —Julian, entiendo el dolor, pero no podemos... la policía...

—La policía de Venecia dice lo que se les dice que digan —interrumpí, con un tono más suave, pero igual de afilado—. La autopsia de la Famiglia es la única verdad, cianuro. Un acto íntimo, un acto de ratas sucias.

Baldi se cruzó de brazos. —Agustina, no entiendo adónde vas. Yo no tengo acceso a la cocina.

Julian se acercó lentamente al sillón en dónde se encontraba Baldi. Su presencia era la verdadera herramienta de presión.

—No te estamos pidiendo un cocinero, Gianfranco. Te estamos pidiendo un testigo. Dime la verdad, ¿quién más, además de Abietti, bebía el café de la mañana sin que nadie lo tocara? —preguntó Julian, la voz puesta a susurro.

Baldi sudó ligeramente en la nuca. —Nadie. Solo Abietti. Él era paranoico. A veces, si trabajábamos hasta tarde... él me ofrecía un trago. Pero no café.

—No el café de la mañana, no —dije, asintiendo, como si le estuviera dando la razón—. Pero, ¿quién más lo visitó la mañana de su muerte? ¿Alguien que no estaba en el funeral?

—Nadie, Julian. Solo yo le llevé unos papeles muy temprano. A las seis y media. Él ya había tomado su café. Estaba... irritado.

—¿Irritado por qué? —preguntó Julian, inclinándose sobre Baldi. La proximidad era sofocante.

Baldi tragó saliva. No por el asesinato, sino por el recuerdo. —Por un cargamento. Un envío de Nápoles de tu sabes, cositas. Dijo que si no llegaba a Venecia, todo se derrumbaría. Que alguien lo iba a traicionar.

—¿Quién en Nápoles, Gianfranco? —presionó Julian.

—¡No lo sé! Pero... la mañana que murió, Abietti me llamó al celular. Estaba muy alterado. Me dijo, 'Si me pasa algo, busca a Nicolás. Él tiene la llave que yo no pude encontrar. Y haz que Julian se case con Agustina'.

La revelación cayó pesada en la sala. La mención de Nicolás, el hermano menor despreciado, y la orden de matrimonio.

Hijo de puta— susurró Julián.

Julian se enderezó. El golpe no fue Baldi; fue Abietti, alcanzándolo desde la tumba. Julian no estaba preparado para la verdad de su padre.

—Dame los archivos de las cuentas. Todas. Ahora mismo —ordenó Julian, con una voz tensa que se sostenía.

—Claro, Julian. Ahora mismo —Baldi se puso de pie, su compostura completamente rota. Salió del estudio tropezando.

El silencio que quedó era más ruidoso que el interrogatorio. La pista era clara, Nicolás, la llave, Nápoles, y el matrimonio forzado.

—Él nos usó a los dos, Agustina —dijo Julian, su voz era un gruñido bajo. Estaba mirando el mapa antiguo, pero su mente estaba en otra parte.

—Nos condenó a estar juntos. El matrimonio es su última traición. Y Nicolás... él no es un asesino, Julian. Es la rata asustada que Abietti usó como buzón.

Julian se giró, su mirada era oscura y ya no era solo de sospecha. Era de necesidad. La mención de Nicolás y la laguna en su mente lo estaban quebrando. Necesitaba un ancla.

Julian se acercó a mí sin prisa. Su mano se dirigió a mi cuello, no con violencia, sino con una desesperación profunda. Un intento crudo y físico de anclar la realidad.

—Nicolás... él sabe algo. Mi padre siempre lo humilló. ¿Por qué le daría la llave? —Julian apretó su mandíbula.

—Porque nadie lo buscaría en el hijo que despreció —respondí, sintiendo el calor de su mano.

Julian me besó. Un beso corto, urgente, de control. Un simple contacto para reafirmar que, a pesar del caos, él era el Don y yo era la suya.

—Encuéntrame a Nicolás. Y no se lo digas a nadie. Si mi hermano menor tiene la llave, la tomaremos antes de que se entere de lo que tiene —ordenó Julian, soltándome. La pasión de la noche anterior se había transformado en un plan.

—Hecho. ¿Dónde buscarás al hijo que Abietti despreció?.

—En el único lugar donde se esconden las ratas en Venecia.

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