Mundo ficciónIniciar sesiónLo primero que hizo María Vargas al salir del funeral del hermano mayor de su esposo fue pedirle el divorcio al hombre con quien llevaba tres años casada. La razón: la familia Ramos le exigía a Dylan que, pese a estar casado, le diera un hijo al hermano recién fallecido mediante una FIV con su cuñada, Emilia Blanco. —Mari, mis papás amenazaron con quitarse la vida e incluso con hacer huelga de hambre; no tuve opción. Además, con Emilia solo fue una FIV: no hubo nada entre nosotros. ¿Por qué tienes que pedir el divorcio? —dijo Dylan. Al oírlo, María cerró los ojos; el pecho le ardió y, tras contenerse, las lágrimas por fin se le escurrieron. —Dylan, nosotros somos los esposos. ¿No te parece absurdo? El hombre al que amaba iba a tener un hijo con otra mujer. ¡Absurdo!
Leer másA la salida del hospital, Dylan volvió a buscar a María. Al ver el rechazo en sus ojos, habló deprisa:—Vine para que vayamos juntos al Registro Civil. Quiero formalizar el divorcio.Aunque ya habían firmado un acuerdo, el acta no se había emitido. Ante la ley, seguían casados.María no esperaba que él lo propusiera primero. Alzó la mirada, sorprendida. Había pensado hablar de eso pronto; no imaginó que Dylan se le adelantaría.Él, al sentir su mirada, desvió el rostro. Se le humedecieron los ojos.—No me mires, por favor. Si me miras… voy a arrepentirme.Solo él sabía lo difícil que había sido tomar esa decisión.—De acuerdo —respondió María.Era diciembre. Nevaba. Cuando estampó su firma, sintió que el pecho por fin se le aflojó. Salieron con el acta de divorcio en la mano. Ella se disponía a irse cuando Dylan la tomó del antebrazo con cuidado.—Mari, ¿me acompañas a un lugar?María dudó al ver el ruego en su mirada.—Te prometo que no voy a hacer nada inapropiado. Lo juro.Ella asin
La noche anterior, cuando le confirmaron la cita, Pedro sintió curiosidad por saber con qué saldría Dylan. Al escuchar su primera frase, soltó una risa breve.—Dylan, ¿qué es María para ti?—Por supuesto, es mi esposa —respondió, como si fuera obvio.—Veo que, para ti, una esposa es algo que se puede intercambiar. En eso no estoy de acuerdo. Para mí, María no tiene precio; no se compra con nada —dijo Pedro; llevó la taza a los labios y bebió un sorbo—. Si no hay más, me retiro. A María le gusta el desayuno que yo preparo. Voy a cocinarle.—¿Viven juntos? —Dylan abrió los ojos; se puso de pie de golpe y lo sujetó por el cuello de la camisa—. ¡Te voy a matar!Estaba por soltar el primer puñetazo cuando se abrió la puerta.—¡Alto! —la voz de María cortó el aire. Corrió para detenerlos y, al alzar la vista, vio la lámpara de techo de cristal balanceándose sobre sus cabezas.—¡Cuidado!Ellos miraron hacia arriba justo cuando la lámpara se desprendía. María se lanzó, tiró de Pedro y los dos
Al oírla, Dylan se quedó pálido.En todos esos años, nunca supo que María no era alérgica al mango. Ella lo dejó de comer solo porque él no podía.María se llevó el pastel de mango a la boca, bocado tras bocado. Saboreó el dulzor; se le iluminaron los ojos y miró a Pedro.—Este pastel de mango está delicioso.Pedro inclinó la cabeza con una sonrisa cómplice.—Si te gusta, come otro.María miró los demás postres, indecisa.—Pero los otros también se ven riquísimos.Los quería todos.Pedro no dudó: sirvió un trocito de cada uno. Al ver el plato rebosante, María abrió los ojos.—Esto me va a hacer engordar.Pedro soltó una risa suave.—No.Ella vaciló, mirando el tenedor.—Entonces solo una porción pequeña.—De acuerdo —asintió él sin titubear.Dylan la observó comer y, por un instante, se le vino a la mente una imagen conocida: antes ella era igual, antojadiza y, a la vez, temerosa de subir de peso. Siempre le preguntaba si tal cosa “engordaba”. Solo cuando él decía que “no”, se permitía
En el salón de eventos, uno de los amigos le dio una palmada en el hombro a Dylan.—Dylan, ¿qué cara tienes? ¿No decías que ya encontraste a María? ¿Por qué sigues tan apagado?No se veía bien. Giró hacia ellos.—Si alguien hizo las cosas mal… ¿cómo se enmienda para recuperar lo perdido?El otro soltó una risa, divertido.—Jamás pensé verte así. ¿Qué, María no quiso volver contigo?—Yo digo que te pongas firme: la agarras, te la llevas a casa y luego… y listo.Dylan frunció el ceño por el exabrupto; estaba por responder cuando oyó:—¡¿No es María?!Se dio la vuelta a toda velocidad. Al ver a la mujer que entraba por la puerta, se quedó inmóvil.María llevaba un vestido verde jade, de corte minimalista, que delineaba su figura con elegancia. Los tirantes finos dejaban a la vista unas clavículas marcadas; el cabello suelto le caía a la cintura y hacía que su rostro se viera aún más delicado. Sin maquillaje, acaparó en segundos todas las miradas del salón.—¡Dios… qué guapa está! Dylan, q
María bajó la mirada a la mano que le apretaba la muñeca.Aquellas manos, que había sostenido tantas veces, antes le habían dado alegría.Ahora solo le provocaban repulsión.Alzó el brazo y apartó la de él sin dudar.—Señor Ramos, respétese.Al escuchar el trato distante, Dylan apenas se sostuvo en pie. Habló con urgencia:—Mari, te quedaste a mi lado en el hospital… Eso significa que todavía me amas, ¿cierto? Me equivoqué en todo, voy a cambiar. ¡De verdad voy a cambiar!—Si no quieres ver a Emilia, desde hoy no vuelve a aparecer. ¿Está bien?La miró con hambre de pasado, esperando la misma devoción de antes.—Dylan —levantó la vista y le sostuvo la mirada—, ¿cuándo vas a entender que a quien de verdad no quiero ver es a ti?—Aunque deteste a Emilia, te odio más a ti.—El responsable fuiste tú. Nadie te obligó. Todo lo hiciste por voluntad propia. No intentes lavarte las manos.—Si te queda una pizca de conciencia, si de veras sientes culpa, no deberías intentar detenerme. Me das asco
Al oír a María mencionar a los Ramos y a Emilia, a Dylan se le desgarró algo por dentro; dio un paso hacia ella, fuera de sí.—Mari, sé que mi familia y yo te debemos demasiado. Te lo juro: voy a repararlo. Voy a compensarte. No puedo vivir sin ti.La miró, con la voz temblándole de ansiedad.María sonrió de medio lado.—Dylan, ¿actuaste tanto que acabaste creyéndote tu propio papel?Las palabras de él, las de los últimos meses, le zumbaban aún en los oídos. No había olvidado nada.—Tú amabas a Emilia —dijo, sin apartar la mirada—. En estos seis años fui yo la que se engañó pensando que me amabas a mí. Ahora ella se quedó sin esposo y tú sin esposa. Deseo cumplido.—No… no es así —balbuceó Dylan. Alzó la mano, quiso tomarle la mano, pero la bajó al ver el rechazo en su gesto—. Fui un idiota; ni siquiera entendía mi propio corazón. Mari, a quien de verdad amo es a ti.María soltó una risa breve. La distancia en sus ojos se volvió cortante.—No quiero tu “amor”.—¿Me amabas? Entonces obe
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