María bajó la mirada a la mano que le apretaba la muñeca.
Aquellas manos, que había sostenido tantas veces, antes le habían dado alegría.
Ahora solo le provocaban repulsión.
Alzó el brazo y apartó la de él sin dudar.
—Señor Ramos, respétese.
Al escuchar el trato distante, Dylan apenas se sostuvo en pie. Habló con urgencia:
—Mari, te quedaste a mi lado en el hospital… Eso significa que todavía me amas, ¿cierto? Me equivoqué en todo, voy a cambiar. ¡De verdad voy a cambiar!
—Si no quieres ver a Emilia, desde hoy no vuelve a aparecer. ¿Está bien?
La miró con hambre de pasado, esperando la misma devoción de antes.
—Dylan —levantó la vista y le sostuvo la mirada—, ¿cuándo vas a entender que a quien de verdad no quiero ver es a ti?
—Aunque deteste a Emilia, te odio más a ti.
—El responsable fuiste tú. Nadie te obligó. Todo lo hiciste por voluntad propia. No intentes lavarte las manos.
—Si te queda una pizca de conciencia, si de veras sientes culpa, no deberías intentar detenerme. Me das asco