Capítulo 7
Cuando Emilia se acercó, María se dio la vuelta y corrió escaleras abajo.

Un segundo después sintió un empujón brutal en la espalda. Perdió el control y cayó de frente; el cuerpo golpeó los escalones y rodó, escalón tras escalón.

—¡Mari! —gritó la voz de Dylan, asustada.

En la puerta, a Dylan se le resbalaron de las manos las bolsas de fruta deshidratada y salió disparado hacia la escalera.

Justo cuando iba a correr hasta María, Emilia se agachó de golpe, se sujetó el vientre y gimió:

—Dylan, me duele el vientre… Llévame al hospital. ¡Rápido!

Dylan se quedó clavado. Miró a María tendida en el descanso y luego a Emilia, encogida a unos pasos. Se le heló el gesto.

Emilia volvió a quejarse, más fuerte. Un instante después, él la sorteó, subió dos escalones de un brinco y cargó a Emilia en brazos.

—Mari, no te muevas. Primero llevo a Emilia. ¡Regreso enseguida! —alcanzó a decir al pasar junto a ella.

En cuanto Dylan salió, la sangre empezó a extenderse por debajo del cuerpo de María. El pánico le cortó la respiración.

—¡Dylan! ¡Dylan!

Lloró y lo llamó a gritos.

“Mi bebé. Mi bebé…”

Dylan se detuvo un latido. Le vino a la mente aquella vez en que María tuvo un accidente y se fracturó en varios puntos: él temblaba al tocarla; ella, con una resistencia casi imposible, le sonrió y le dijo que estaba bien.

Giró el cuerpo, dispuesto a volver.

Pero Emilia sollozó junto a su oído:

—Dylan… me duele… nuestro bebé… el bebé…

No podía permitir que “su” bebé corriera peligro.

Dylan apretó los dientes, se dio la vuelta y se fue sin mirar atrás.

En el piso, María lloró en silencio. Soportó el dolor y, a rastras, dejó una estela roja hasta alcanzar el celular. Marcó al 911.

La ambulancia llegó con la sirena encendida. De camino al hospital, un auto se plantó delante y les cerró el paso. Los paramédicos golpearon la ventanilla del conductor.

—¡El auto de adelante, hágase a un lado! ¡Placas 6547, ceda el paso, por favor!

Al oír “6547”, María forzó la vista. Era el auto de Dylan.

Adelante, Dylan también escuchó la sirena. Estaba por hacerse a un lado cuando Emilia rompió a llorar con más fuerza. Él pisó el acelerador y siguió, ignorando el ulular a su espalda.

El conductor de la ambulancia, al oír el aviso, se jugó el pellejo entre los vehículos y, a fuerza de maniobras, logró abrirse camino.

En Urgencias, apenas la empujaron hacia adentro, Dylan entró sosteniendo a Emilia.

—Paciente María Vargas, hemorragia por aborto espontáneo. ¿Algún familiar? —preguntó alguien, con voz firme.

—Doctora, la paciente no para de sangrar. ¡No cede! —dijo la enfermera.

La médica apartó el paño azul y se le heló el gesto al ver cómo la sangre seguía brotando.

—Hay que entrar a cirugía ya.

***

María abrió los ojos y, por reflejo, llevó la mano al vientre.

Al instante, unos dedos le sujetaron la mano con fuerza.

—Mari… fue mi culpa —sollozó Dylan—. Voy a compensarte. Te lo juro.

María lo miró pálida. La escena de él cargando a Emilia le cruzó la mente sin permiso. Retiró la mano con un temblor.

Ya sabía cuál era el resultado.

Su bebé. Apenas llevaba un día sabiendo que existía…

Las lágrimas le corrieron. Dylan tragó saliva.

—Mari, vamos a tener más hijos.

Sí, quizá tendría hijos algún día, pero no con él.

—¿Dónde está Emilia? —preguntó María.

Dylan desvió la mirada, descolocado.

—Descansando. Y, Mari, esto no fue culpa de Emilia. Ustedes discutieron, fue un accidente. Además, ella está embarazada; no puede alterarse. Tú ya… no tienes al bebé. No podemos permitir que Emilia también lo pierda.

El corazón de María se encogió hasta doler. La voz le salió entrecortada:

—¡Dylan! ¡Era nuestro bebé! ¡Nuestro único bebé!

Habían esperado tanto. Y ese bebé no había llegado ni a los tres meses.

—¡Lo sé, lo sé! —Dylan la abrazó con fuerza—. ¡Fue mi culpa! ¡Toda mía! Pero Emilia no lo hizo adrede. No la odies. Está sensible por las hormonas. Perdónala, por favor. O dime qué quieres: te doy lo que sea. Solo… perdónala.

María lo miró, muda. Toda palabra se le volvió nudo en la garganta. Las lágrimas cayeron gruesas.

“Ya no debía esperar nada de él.”

El celular de Dylan sonó. Contestó.

—Dylan, me volvió a doler el vientre. ¿Dónde estás? —era la voz de Emilia.

Antes de que él respondiera, María habló:

—Ve con ella.

Dylan la observó sin saber cómo consolarla. Tuvo la sensación de que María se le escapaba, cada vez más lejos.

Antes de salir, le tomó la mano.

—Espérame. Vuelvo —repitió una y otra vez.

Apenas Dylan cruzó la puerta, María intentó incorporarse. La enfermera entró corriendo y la contuvo con cuidado.

—No se mueva. Tuvimos que practicarle una histerectomía para salvarle la vida. Aún no se ha estabilizado.

Histerectomía.

El golpe la dejó en blanco.

No volvería a tener un hijo propio.

La enfermera bajó la voz, con pena.

—Llegó con un sangrado muy abundante. Si hubiéramos alcanzado a entrar un poco antes…

“Si hubieran llegado antes…”

María recordó el número de placas que habían gritado desde la ambulancia. Las lágrimas le brotaron como lluvia.
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