En el salón de eventos, uno de los amigos le dio una palmada en el hombro a Dylan.
—Dylan, ¿qué cara tienes? ¿No decías que ya encontraste a María? ¿Por qué sigues tan apagado?
No se veía bien. Giró hacia ellos.
—Si alguien hizo las cosas mal… ¿cómo se enmienda para recuperar lo perdido?
El otro soltó una risa, divertido.
—Jamás pensé verte así. ¿Qué, María no quiso volver contigo?
—Yo digo que te pongas firme: la agarras, te la llevas a casa y luego… y listo.
Dylan frunció el ceño por el exabrupto; estaba por responder cuando oyó:
—¡¿No es María?!
Se dio la vuelta a toda velocidad. Al ver a la mujer que entraba por la puerta, se quedó inmóvil.
María llevaba un vestido verde jade, de corte minimalista, que delineaba su figura con elegancia. Los tirantes finos dejaban a la vista unas clavículas marcadas; el cabello suelto le caía a la cintura y hacía que su rostro se viera aún más delicado. Sin maquillaje, acaparó en segundos todas las miradas del salón.
—¡Dios… qué guapa está! Dylan, q