Justo antes de la fiesta de compromiso, mi camerino se incendió de repente, causando una explosión, y haciendo que los vidrios que estallaron se incrustaran por todo mi cuerpo. Mi amiga Crista Ocampo me cubrió como pudo, mientras huíamos de las llamas. En el hospital, ella se quedó a mi lado mientras yo luchaba entre la vida y la muerte, y se encargó de llamar a mi prometido, Antonio Gamarra. Al otro lado del teléfono, él contestó con total desinterés: —Erika tiene dolor de estómago, la estoy acompañando mientras le ponen suero. Si no hay nada más urgente, hablamos luego —y colgó sin más. Crista, enfurecida, soltó una sarta de improperios y llamó a su novio, Santiago Silva, para pedirle que buscara un especialista que pudiera salvarme. —¡¿Podrías dejar de molestar, por favor?! ¡Erika está mal y estoy buscándole un especialista! —contestó Santiago. Cuando regresé de la muerte y crucé miradas con Crista, le dije con voz firme: —Quiero romper el compromiso. Crista no vaciló ni un instante y respondió: —Si tú lo rompes, yo también rompo el mío. El resultado fue que aquellos dos hombres entraron en pánico.
Leer másErika estaba furiosa y me mandó un mensaje: [¿Isabella, te sientes satisfecha? He perdido esta batalla por completo, ahora todo el mundo me ve como la amante despreciable. ¿Estás contenta?] Le contesté:[No, no lo estoy, porque ustedes aún están en mi camino. Quita a Antonio de mi camino, o echaré más leña al fuego y te hundo tu reputación del todo.]Quizá por miedo de que tuviera más pruebas, Erika apareció en menos de media hora. Desde arriba vi cómo discutían y forcejeaban debajo mi apartamento. Antonio levantó la mirada y, al encontrarme observando, me mantuve impasible. Me di la vuelta y corrí la cortina. Un rato después, miré de nuevo y ya no estaba el auto; parecía que se habían marchado. Después de eso no volví a ver a Antonio. Me enteré que, tras la suspensión, su reputación en el hospital ha empeorado. Los familiares y pacientes empezaron a quejarse de que él no se tomaba su trabajo en serio, y el hospital, sin más remedio, lo mandó a un puesto administrativo en el área
Le dije a Antonio:—No hace falta que vengas más, mañana me dan el alta.Antonio, con el rostro pálido, me respondió: —¡No, no puede ser!Sonreí, y le dije de nuevo: —Acabemos esto bien y sin dramas, déjame tranquila y hazte un favor a ti también, o te vas a arrepentir.Antes me obstinaba, siempre compitiendo con Erika por la atención de Antonio. Creía que la que más llora más consigue, pero ahora, ya lo tengo clarísimo: "¿por qué llorar por un tipo? Soy quien soy, no tengo por qué rebajarme ni andar detrás de alguien que no me valora. Si no le gusto, pues a otra cosa. Hombres sobran. Yo sigo siendo yo, y a mucha honra."Antonio, por su parte, nunca lo entendió; seguía pensando que yo estaba haciendo un berrinche o que estaba destrozada por él, y que por eso había decidido terminar la relación para lastimarlo.A partir de este momento, yo solo quería ser yo misma. Me daba igual con quién estuviera él, porque ya era asunto suyo.Viendo que seguía dando la lata, no me aguanté más y subí
Los comentarios sobre el video no se hicieron esperar:Usuario 1: [¡Qué asco! ¡Y yo que pensaba que Santiago era un verdadero caballero, y resulta que es un lamebotas!]Usuario 2: [¿Y qué tal estaban las empandas? Erika debe de estar muy orgullosa, logrando que dos hombres ignoren a sus parejas por ella.]Usuario 3: [¡Esto ya es el colmo de lo asqueroso!]Usuario 4: [¿O sea que una lesión de la prometida no es suficiente para posponer la fiesta? ¿Era necesario buscar reemplazo?]Usuario 5: [A este le falta un tornillo, que se haga revisar la cabeza.]Santiago, por su parte, jamás imaginó que un simple video acabaría volviéndose en su contra. Cuando quiso reaccionar y contactar al que subió el video para que lo eliminara, ya era tarde. No le quedó otra opción que buscar a Crista para intentar arreglar las cosas. Pero Crista no se quedó callada: publicó las conversaciones de WhatsApp donde él dejaba clarísimo hasta dónde era capaz de llegar por Erika.De nuevo, en redes lo hicieron peda
Crista había ido a cambiarse el vendaje y comprar comida, y justo cuando regresaba, escuchó lo que estaba sucediendo y vio a esos dos frente a mi habitación. Sin dudar, les tiró encima el caldo caliente que llevaba en la mano, mientras gritaba:—¡Basura de hombre y zorra resbalosa! ¡¿Cómo se atreven a venir aquí?!Erika, empapada, soltó un grito de horror:—¡¿Estás loca?!—¡Sí, loca! ¡Bien loca! ¿Que tenías dolor de estómago ese día? ¡Ojalá te hubieras muerto! —Crista siguió, fuera de sí—: ¿Y tú, Antonio? Cuando Isabella estaba entre las llamas, luchando por su vida, ¿dónde andabas? No le creíste cuando te dijo que estaba herida, y ahora vienes a hacerte el enamorado. ¡Fuera de aquí! ¡Lárguense! Gritó tan fuerte que todo el pasillo la escuchó. La gente miraba boquiabierta cómo Erika era arrastrada, empapada y humillada por Crista.Antonio, que no se esperaba tal reacción de Crista, mantuvo la calma y dijo:—Volveré otro día.—¡Ni te molestes! Ya te comprometiste con esta, ¿para qué si
—Isabella, sé que no te agrado, pero yo… yo no lo hice a propósito, Antonio solo estaba cuidándome —dijo Erika mientras, con sus palabras, seguía tanteando mis reacciones.Miré a Antonio, sin expresión alguna, dije:—¿Puedes irte ya?—Lo siento —respondió Antonio.Su disculpa me tomó por sorpresa, levanté la cabeza y lo miré. Erika, a su lado, también se quedó de piedra.Antonio siguió hablando:—Lo siento, te ignoré. Ese día pensé que solo intentabas engañarme. Pensé que tenías algo en contra de Erika, y por eso…Lo corté en seco:—¡Para! El amor tardío vale menos que nada. Ya decidí terminar contigo, y no quiero que vuelvas a molestarme. Además, ahora todos los reconocen como la parejita feliz —miré a Antonio con una sonrisa sarcástica y añadí—: tengo guardadas todas esas fotos y videos, así que, si vuelves a molestarme, no te sorprendas cuando me defienda.Antonio, sin alterarse, respondió:—No importa lo que digas, esta vez yo me equivoqué contigo. Me disculpo y quiero compensarte.
Al ver esto, Erika se quedó de una pieza y corrió hacia Antonio, mirándolo con preocupación mientras me gritaba:—¡¿Cómo te atreves a hacer eso?! Antonio vino corriendo en cuanto supo que estabas lastimada. ¡¿Por qué le pegas?!—Él empezó. Además, ¿por qué te metes? Nadie lo invitó. ¡Vete! —contesté tajante.Sacudí mi mano mientras lo miraba. Antonio movía los labios, con la marca de la bofetada bien visible en su mejilla, pero al final se quedó callado. Lo miré fijamente y le dije:—Antonio, ya ves que estoy herida. Ahora, lárgate, que no quiero seguir discutiendo contigo.Les ordené que se fueran, pero ninguno se movió. La mirada de Antonio mostraba destellos de furia, y en ese momento mi médico tratante, atraído por el alboroto, entró en la habitación.Al verme, se alarmó y dijo:—Te dije que tenías que mantener la calma, ¿verdad? ¡Mira cómo están los monitores!En ese instante me di cuenta de que los aparatos estaban pitando como locos. Miré a Antonio con expresión molesta.Al ver
Último capítulo