A la salida del hospital, Dylan volvió a buscar a María. Al ver el rechazo en sus ojos, habló deprisa:
—Vine para que vayamos juntos al Registro Civil. Quiero formalizar el divorcio.
Aunque ya habían firmado un acuerdo, el acta no se había emitido. Ante la ley, seguían casados.
María no esperaba que él lo propusiera primero. Alzó la mirada, sorprendida. Había pensado hablar de eso pronto; no imaginó que Dylan se le adelantaría.
Él, al sentir su mirada, desvió el rostro. Se le humedecieron los ojos.
—No me mires, por favor. Si me miras… voy a arrepentirme.
Solo él sabía lo difícil que había sido tomar esa decisión.
—De acuerdo —respondió María.
Era diciembre. Nevaba. Cuando estampó su firma, sintió que el pecho por fin se le aflojó. Salieron con el acta de divorcio en la mano. Ella se disponía a irse cuando Dylan la tomó del antebrazo con cuidado.
—Mari, ¿me acompañas a un lugar?
María dudó al ver el ruego en su mirada.
—Te prometo que no voy a hacer nada inapropiado. Lo juro.
Ella asin