Capítulo 22
Al oírla, Dylan se quedó pálido.

En todos esos años, nunca supo que María no era alérgica al mango. Ella lo dejó de comer solo porque él no podía.

María se llevó el pastel de mango a la boca, bocado tras bocado. Saboreó el dulzor; se le iluminaron los ojos y miró a Pedro.

—Este pastel de mango está delicioso.

Pedro inclinó la cabeza con una sonrisa cómplice.

—Si te gusta, come otro.

María miró los demás postres, indecisa.

—Pero los otros también se ven riquísimos.

Los quería todos.

Pedro no dudó: sirvió un trocito de cada uno. Al ver el plato rebosante, María abrió los ojos.

—Esto me va a hacer engordar.

Pedro soltó una risa suave.

—No.

Ella vaciló, mirando el tenedor.

—Entonces solo una porción pequeña.

—De acuerdo —asintió él sin titubear.

Dylan la observó comer y, por un instante, se le vino a la mente una imagen conocida: antes ella era igual, antojadiza y, a la vez, temerosa de subir de peso. Siempre le preguntaba si tal cosa “engordaba”. Solo cuando él decía que “no”, se permitía
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