Mundo ficciónIniciar sesiónValeria nunca imaginó que su vida, tan rutinaria y gris en una oficina, se convertiría en un torbellino de pasión, dolor y decisiones imposibles. Alexander Montes, su jefe: un hombre arrogante, frío y despiadado, que la humilla frente a todos, pero que oculta una atracción feroz capaz de marcarla para siempre. Entre el odio y la obsesión, Alexander despierta en ella un deseo prohibido que la consume tanto como la destruye. Gabriel, el artista: encantador, libre, seductor. Llega a su vida con la promesa de ternura y refugio, dándole lo que Alexander le arrebató: la sensación de ser valorada, amada y deseada sin miedo. Todo se complica cuando Valeria descubre que está embarazada. Dos líneas en una prueba de embarazo cambian su destino para siempre. Un hijo… pero ¿de quién? ¿Del hombre que la hiere y la reclama como suya, o del que le ofrece un amor dulce y protector? En medio de secretos, celos y pasiones prohibidas, Valeria tendrá que decidir a quién pertenece realmente su corazón… y si está dispuesta a pagar el precio de ese amor
Leer másLa oficina en el piso treinta y cinco de Montes Enterprises era un mundo donde el lujo brillaba con frialdad.
El mármol blanco, las paredes de cristal y la vista panorámica de la ciudad eran tan imponentes como el hombre que gobernaba ese imperio: Alexander Montes.
Un CEO joven, temido por sus rivales, admirado por su ambición… y odiado por su arrogancia. Su sola presencia imponía. Traje a medida, mirada penetrante y ese aire de superioridad que convertía cada palabra suya en sentencia.
Valeria Torres, recién ascendida al equipo de marketing, respiró hondo antes de tocar la puerta de cristal.
Sus manos sudaban alrededor de la carpeta que contenía semanas de trabajo. Ese era su momento. Había preparado cada detalle de la propuesta, convencida de que era lo que la empresa necesitaba.
—Adelante —ordenó una voz grave desde dentro.
Valeria entró. La sensación de estar bajo un microscopio fue inmediata. Alexander ni siquiera levantó la vista; estaba revisando gráficos en su computadora.
—Tiene cinco minutos —dijo con frialdad.
—Será suficiente —respondió ella, controlando el temblor en su voz.
Con determinación, comenzó a exponer su propuesta.
Habló de las tendencias digitales, de cómo la marca debía renovarse, de la importancia de llegar a un público más joven sin perder la esencia corporativa. Sus palabras fluían seguras, cargadas de la pasión de alguien que no solo trabajaba por dinero, sino porque realmente creía en lo que hacía.
Durante unos segundos, creyó ver un destello de interés en los ojos de Alexander. Eso la motivó a seguir con más fuerza, pintando con palabras una campaña capaz de sacudir al mercado.
Cuando terminó, guardó silencio, expectante. Su respiración se mezclaba con el silencio tenso de la oficina.
Alexander se recostó en su silla de cuero y la miró con una calma insultante. Sonrió, pero no era una sonrisa amable: era la mueca arrogante de quien disfruta quebrando ilusiones.
—Interesante… —murmuró, alargando la palabra—. Se nota que trabajaste duro.
Valeria sintió que algo dentro de ella se iluminaba, como si por fin alguien reconociera su esfuerzo.
Pero la chispa se apagó con la siguiente frase:
—Aunque al final… todo esto es inútil.
Ella parpadeó, confundida. —¿Cómo que inútil?
Alexander se levantó de su silla. Caminó despacio hacia la ventana, con las manos en los bolsillos. La ciudad se extendía ante ellos como un tablero de ajedrez donde él parecía ser el único jugador.
—Mira a tu alrededor, Valeria. Este mundo no lo dominan las ideas, sino la sangre fría. Las personas como tú, soñadoras, trabajadoras, siempre terminan quedándose atrás.
El impacto de esas palabras fue brutal. Cada sílaba era un golpe directo a la herida más profunda de Valeria: el miedo a no ser suficiente.
—¿Eso es lo que piensa de mí? —preguntó con la voz quebrada, aunque intentó sonar firme.
Alexander giró apenas el rostro hacia ella, con un brillo cruel en la mirada. —Eso es lo que sé.
El aire se volvió pesado. Valeria apretó la carpeta contra su pecho, como si pudiera protegerse de aquel veneno.
No respondería. No le daría la satisfacción de verla rota.
—Gracias por su tiempo —murmuró, girándose hacia la puerta.
El sonido de sus tacones en el piso de mármol fue el único eco de su dignidad intacta.
Cuando el ascensor se cerró frente a ella, las lágrimas amenazaron con escapar. Se miró en el espejo metálico y vio el reflejo de una mujer que luchaba contra sí misma para no derrumbarse.
—No voy a darle ese poder —susurró con furia contenida.
Esa noche, en su pequeño apartamento, dejó caer la carpeta sobre la mesa y se desplomó en el sofá.
El recuerdo de las palabras de Alexander resonaba en su cabeza como un eco inquebrantable: “Siempre terminan quedándose atrás”.
Recordó su infancia, las veces que le dijeron que no lograría nada, los trabajos que perdió por confiar demasiado en otros.
Alexander no lo sabía, pero había tocado la herida que ella había ocultado toda la vida.
Las lágrimas finalmente cayeron, pero con ellas también nació una determinación nueva.
Se levantó, caminó hacia el espejo del pasillo y se miró fijamente.
—No volveré a permitir que nadie me humille así. Ni siquiera él —declaró, con la voz rota pero cargada de fuego.
No lo sabía, pero aquel juramento sería el inicio de una historia marcada por un triángulo de amor, poder y traición.
El destino ya estaba escribiendo un capítulo donde Alexander no sería su único desafío… y donde un nuevo hombre estaba a punto de entrar en su vida.
El silencio volvió a llenarse sólo con el crujido del fuego y la respiración pesada de ambos. Valeria sostenía aún el borde de la venda, como si temiera que al soltarla el dolor regresara o algo peor ocurriera. Gabriel la observó un segundo más… y esta vez no dijo nada. Solo bajó la mirada a su hombro, donde el vendaje improvisado ya comenzaba a teñirse de rojo otra vez. —Tengo que ajustarlo —murmuró ella, inclinándose. —Valeria… —la detuvo él, apenas rozándole la muñeca con los dedos. Ella se quedó quieta. Gabriel rara vez tocaba primero. Y mucho menos así, suave… casi temeroso. —Lo que pasó afuera —continuó— no fue tu culpa. Valeria sintió un nudo subirle por la garganta. —Si no hubiera gritado… si no me hubiera asustado… —Te iban a encontrar igual —replicó él con firmeza inesperada—. Y aun así, me escuchaste. Corriste. Me cubriste. Hiciste más de lo que cualquiera hubiera hecho. Ella apretó los labios. Quería creerle, pero las imágenes seguían golpeando su cabeza: la pers
La habitación era pequeña, pero cálida. Una cama matrimonial vieja pero limpia, una litera en la esquina y una ventana con cortinas gruesas. La señora Ada les dejó unas toallas y un balde con agua caliente. —Descansen. Hablan bajito; las paredes son finas —dijo con una sonrisa suave antes de cerrar la puerta. El silencio que quedó fue extraño. Demasiado tranquilo. Demasiado… ajeno a todo lo que habían vivido. Valeria ayudó a Gabriel a sentarse en la cama. Su herida estaba inflamada, y él apenas podía mantenerse despierto. —Tenemos que limpiarte —susurró ella, recogiendo el balde y una toalla. —Duele menos… —murmuró él, aunque su respiración lo desmentía. El niño ya estaba envuelto en una manta en la litera inferior, mirando con ojos redondos, preocupado por su madre y por Gabriel. Valeria se arrodilló frente a él y comenzó a limpiar la herida con suavidad. Gabriel apretó los dientes, tratando de no hacer ruido. —Deberías descansar tú también —murmuró él. Ella negó con la ca
La sala principal estaba llena.Directores, jefes de área, asesores.Un murmullo bajo recorría el lugar cuando Alexandre tomó el micrófono.Valeria estaba al fondo, junto a Gabriel. No sabía por qué la habían citado. Solo sentía esa presión en el pecho que anuncia que algo importante está por pasar.Alexandre no miró a Laura.Miró al frente.—Gracias por venir con tan poco aviso —comenzó—. Seré directo.El murmullo se apagó.—En las últimas horas han circulado rumores sobre decisiones internas, conflictos de interés y supuestos favoritismos. —Hizo una pausa—. No voy a permitir que la desinformación defina esta empresa.Laura cruzó las piernas, serena por fuera, tensa por dentro.—Quiero dejar algo claro —continuó Alexandre—. Ninguna empleada será movida, castigada o utilizada como moneda de cambio para proteger reputaciones ajenas.Valeria sintió que el aire le volvía a los pulmones.—Si existe incomodidad —añadió—, recae en mí. Y yo la asumo.—Su voz fue firme—. Las decisiones profes
La noticia no tardó ni una hora en filtrarse.Miradas que duraban más de lo normal.Susurros que se cortaban cuando Valeria pasaba.Correos enviados “por error”.Y una reunión extraordinaria convocada con demasiada urgencia.Gabriel lo supo antes que nadie.—Esto ya no es solo chisme —le dijo a Alexandre en voz baja, caminando junto a él por el pasillo—. Alguien habló con el Consejo interno. Recursos Humanos está incómodo… y no precisamente por Esteban.Alexandre no se detuvo.—Que estén incómodos —respondió—. Yo no hice nada ilegal.—No —admitió Gabriel—. Pero hiciste algo peligroso: sentir.Alexandre apretó la mandíbula.—¿Dónde está ella?—En su puesto —respondió Gabriel—. Haciendo lo que siempre hace: trabajar como si nada… aunque todo esté cambiando.Alexandre asintió, serio.—Protégela. No quiero que la expongan.—Lo estoy haciendo —respondió Gabriel—. Pero hay alguien más que no está nada contento.Alexandre se detuvo por fin.—¿Quién?Gabriel lo miró fijo.—Laura.La directora
Alexandre la condujo sin decir una palabra hasta una sala pequeña junto a su oficina. Cerró la puerta con suavidad esta vez.No hubo seguro.Ese detalle no pasó desapercibido para ella.—No estás atrapada —dijo él, como si hubiera leído su mente—. Si quieres irte, la puerta está ahí.Valeria se quedó de pie, respirando hondo.—Siempre dices eso… pero cuando me miras así, siento que no puedo moverme.Alexandre apoyó una mano en la pared, a cierta distancia de ella. No la tocó.—Entonces mírame ahora —pidió—. Y dime si ves a alguien que quiera obligarte a algo.Ella levantó la vista.No vio al jefe implacable.Vio a un hombre cansado, tenso, con miedo de cruzar una línea que ya estaba demasiado cerca.—Me asustaste —confesó ella—. No Esteban… tú. Cuando te vi bajar así… pensé que ibas a perderte.Alexandre cerró los ojos un instante.—Yo también lo pensé.El silencio se alargó.—No quiero volver a sentirme propiedad de nadie —continuó Valeria—. Ya pasé por eso. Me costó demasiado salir.
El golpe volvió a sonar, más fuerte esta vez.—Señor Alexandre, es urgente —repitió la voz desde afuera, casi desesperada.Alexandre respiró hondo, como si necesitara reunir toda su paciencia antes de girarse hacia la puerta.Ella dio un paso atrás, instintivamente. Gabriel se movió también, alerta.—Quédate aquí —le dijo Alexandre a ella, con un tono más protector que autoritario.Ella abrió la boca para protestar, pero él ya había destrabado la puerta.El asistente entró casi corriendo, pálido.—Lo siento, señor, pero… hay alguien abajo en recepción exigiendo verla. —Apuntó directamente hacia ella.Ella se congeló.—¿A mí? —preguntó con la voz entrecortada.El asistente asintió, nervioso.—Sí, señorita. Dice que tiene derecho… que usted le pertenece.Alexandre sintió cómo el aire se le tensaba alrededor.Su expresión cambió de inmediato: se endureció, oscureció, se volvió peligrosa.—¿Quién es? —preguntó, aunque su tono ya presagiaba que no le iba a gustar la respuesta.—Un hombre…
Último capítulo