capitulo 2

El eco de las palabras de Alexander aún golpeaba a Valeria días después. Seguía cumpliendo con su rutina en la oficina, entregando informes, asistiendo a reuniones, sonriendo cuando debía hacerlo… pero por dentro estaba desgastada. Aquella frase, “las personas como tú siempre terminan quedándose atrás”, se repetía en su mente como una maldición.

Necesitaba escapar, aunque fuera por una noche. Cuando su amiga Clara la invitó a una exposición fotográfica en una galería local, dudó. No era amante de los eventos sociales, pero algo en su interior le dijo que debía ir.

La galería estaba decorada con luces tenues, que caían como destellos cálidos sobre las fotografías enmarcadas. Cada imagen parecía contener un secreto. Valeria caminaba con calma, observando una serie de retratos en blanco y negro. Había en ellos una intensidad emocional que la atrapaba, como si cada mirada capturada reflejara parte de lo que ella sentía: vulnerabilidad, lucha, anhelos.

—Esa es mi favorita.

La voz la sorprendió. Al girarse, sus ojos se encontraron con los de un hombre que parecía surgir de la nada. Gabriel. Su presencia no era imponente como la de Alexander; era distinta, casi magnética. Tenía el cabello algo desordenado, la barba recortada y unos ojos que parecían esconder historias. Vestía de manera sencilla, pero había en él una elegancia natural imposible de ignorar.

—¿Cuál? —preguntó Valeria, intrigada.

Él señaló una fotografía de una mujer de espaldas, contemplando el mar. —Me recuerda que lo más hermoso muchas veces no es lo que mostramos, sino lo que ocultamos.

Valeria sonrió, sorprendida por la sensibilidad de su comentario.

—Curioso… pensé lo mismo —dijo, aunque en realidad nunca lo había razonado de esa manera.

Siguieron caminando juntos entre las imágenes. La conversación fluyó de manera inesperada. Gabriel tenía la habilidad de escuchar sin interrumpir, de responder con frases que la hacían reflexionar. Hablaban de arte, de viajes, de lo efímero del tiempo. Era extraño: parecía conocerla desde siempre.

Cuando la galería comenzó a vaciarse, Gabriel la invitó a tomar un café en una pequeña cafetería a la vuelta de la esquina. Valeria aceptó sin pensarlo demasiado.

Algo en él le transmitía confianza… y peligro a la vez.

La cafetería era acogedora, iluminada con lámparas amarillentas y olor a café recién molido. Se sentaron en una mesa apartada, donde el murmullo de la gente era apenas un telón de fondo.

—No tienes que fingir ser fuerte todo el tiempo —dijo Gabriel, luego de observarla un largo rato en silencio.

Valeria lo miró, sorprendida.

—¿Cómo dices?

—Tus ojos —respondió él, con calma—. Llevan un peso que intentas esconder. Pero yo lo veo.

Un escalofrío recorrió su espalda. No estaba acostumbrada a que alguien la desnudara de esa manera con una sola mirada.

—Tal vez no me conoces lo suficiente para decir eso —replicó, un poco a la defensiva.

—Tal vez. —Gabriel sonrió con suavidad—. Pero a veces, basta un instante para entender lo esencial de una persona.

Valeria bajó la vista hacia su taza de café. Había verdad en sus palabras, y eso la desarmaba.

El resto de la charla fue más ligera, llena de anécdotas divertidas. Pero hubo un instante que quedó grabado en su memoria: cuando Gabriel le tomó la mano fugazmente, como si no hubiera podido resistir el impulso. Fue rápido, casi accidental, pero lo suficiente para que su corazón se agitara.

Al despedirse, Gabriel no pidió su número. Solo dijo:

—El mundo es pequeño. Quizás volvamos a cruzarnos.

Valeria caminó de regreso a casa con una mezcla de calma y ansiedad. Su mente estaba dividida: una parte de ella quería volver a verlo, sentir esa extraña conexión otra vez; otra parte le advertía que había algo en él que no cuadraba.

Y tenía razón. Porque lo que ella no sabía era que, mientras hablaba con él, Gabriel había recibido una llamada. Una llamada que contestó alejándose apenas unos pasos, con la voz baja y el gesto tenso. Y cuando vio que Valeria lo observaba, cortó de inmediato.

Ese detalle quedó en la memoria de Valeria como una espina invisible. Pero decidió ignorarla. Al menos por esa noche, prefirió aferrarse a la ilusión de haber encontrado a alguien que la miraba como si realmente importara.

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