El aroma del café recién hecho la despertó. Valeria parpadeó, confundida, hasta que vio a Gabriel entrando en la habitación con una bandeja. —Buenos días, preciosa —dijo con una sonrisa cálida.
Ella no pudo evitar sonreír también, pese a todo lo que cargaba en el corazón.
Gabriel había sido un bálsamo, un escape necesario.
—Te ves feliz —murmuró, recibiendo la taza que él le tendía.
—Lo estoy —respondió él, inclinándose para besarle la frente—. Me alegra que anoche hayas confiado en mí.
Valeria lo observó en silencio mientras bebía un sorbo de café. Una parte de ella se sentía agradecida por su ternura… otra no dejaba de pensar en la mirada oscura de Alexander, en su furia, en su rechazo.
…
Ese día en la oficina, Alexander no apareció. Tampoco el siguiente. Todo parecía haber vuelto a la normalidad: documentos, llamadas, café en la mesa. Valeria intentaba convencerse de que lo peor había quedado atrás.
Pero al tercer día, algo cambió.
Mientras revisaba unos archivos, un mareo la oblig