"Un año para sanar: La enfermera y el millonario" cuenta la historia de Amelia Jones, una mujer que siempre ha tenido mala suerte como fiel compañera. Tras una oferta que no puede rechazar para cuidar a un hombre rico en silla de ruedas, ve la oportunidad de cambiar su vida y cumplir su sueño de estudiar Literatura en Europa. Pero cuidar de Alexander Alderidge, un hombre controlador, cínico y arrogante, no será tarea fácil. Mientras Amelia lidia con los problemas cotidianos de cuidar a un paciente, también debe enfrentarse al doloroso pasado que la persigue. Alexander, por su parte, también tiene sus heridas abiertas por el tiempo, y ambos necesitan curar no sólo sus piernas, sino también sus propias almas. A lo largo de un año, estos dos personajes, tan diferentes pero tan parecidos en su dolor, descubrirán que la vida puede ser impredecible y que el amor puede aparecer en los lugares más insospechados. Una conmovedora historia sobre la superación, la madurez y la búsqueda de la felicidad.
Leer más- Buenos días. - Dijo el ama de llaves en cuanto abrió la puerta de la residencia.
- Buenos días, el señor Alderidge me pidió que viniera. - contestó Amelia.El ama de llaves se limitó a sonreír y cedió el paso a Amelia, guiándola por la casa hasta el salón.- Se lo diré al señor Alderidge, por favor espere aquí. - Dijo el ama de llaves, saliendo del salón y dejándola sola.Observó el lugar, acercándose a la pared principal donde colgaban algunos cuadros. Se sobresaltó al escuchar el ruido metálico de un encendedor, notando a un hombre sentado frente a la chimenea, justo cuando el humo y el olor a cigarrillo iban tomando poco a poco el lugar.
- Buenos días. - habló Amelia mientras se acercaba, pero el hombre pareció ignorarla. Amelia volvió a intentarlo, caminando hacia el hombre allí sentado.- Buenos días, señor. - Intentó una vez más llamar su atención. - Me llamo Amelia Jones, soy la nueva enfermera. Él siguió ignorándola, disfrutando de su cigarrillo. El olor le produjo a Amelia unas ligeras náuseas. Odiaba los cigarrillos.Respiró hondo y acarició con los dedos el ojo griego que colgaba de su brazalete.- Espero que te guste mi trabajo. Es la primera vez desde que me licencié que me contratan, pero te juro que se me da muy bien lo que hago. - dijo Amelia, intentando de algún modo llamar su atención, aunque fuera inútilmente-. - Mis profesores me dieron muy buenas referencias y me licencié en la mejor facultad de medicina de Carolina del Sur.- ¿Y en qué momento dirás la verdad? - preguntó el hombre al interrumpirla, con una voz tan penetrante que incomodó a Amelia. Giró la silla de ruedas, quedando frente a Amelia, y se llevó el cigarrillo a los labios.
Amelia se sorprendió por su pregunta y lo miró fijamente a los ojos azules. Era un hombre atractivo. Su mandíbula cuadrada estaba cubierta por una espesa barba rubia, a pesar de su rostro alargado. Una manta le cubría las piernas y llevaba una sudadera cubriéndole el torso. Llevaba el pelo igualmente corto y rubio, que le sobresalía en todas las direcciones posibles.Al mirarle, Amelia se sintió intimidada.- No he mentido. - replicó Amelia, manteniéndose firme. No se dejaría intimidar por aquel hombre, él no tenía ese poder como todos los demás. No aquella vez.
- ¿Así que tú, una niña, aceptaste un trabajo de enfermera en este lugar alejado de todo sólo por la bondad de tu corazón? - Habló con sorna, dando una calada a su cigarrillo. - ¿O fuiste detrás de un inválido rico para conseguir un matrimonio ventajoso? - preguntó con expresión dura y astuta.
Los ojos verdes de Amelia se abrieron de golpe; lo que estaba diciendo era un completo disparate.
- ¡Me ofendes! - alzó la voz, con el asombro transformando su rostro-.- Es tu presencia aquí lo que me ofende, muchacha. - replicó el hombre, frunciendo el ceño y cerrando los ojos con fuerza-. - Está claro que hay otra razón. - Acepté este trabajo porque lo necesito. Tu cuenta bancaria no me interesa. - replicó Amelia, sintiendo que se le aceleraban los latidos del corazón. - Ahora entiendo por qué nadie acepta este trabajo.- No tienes el perfil de enfermera que solemos contratar, con mucha más experiencia que tú. Eres joven y este lugar del fin del mundo no es el tipo de trabajo que prefiere la gente de tu edad. - replicó, dándose cuenta de que realmente había ofendido a la chica.- Precisamente por eso es perfecto. No me interesa nada más que la paz que proporciona este lugar. - replicó Amelia, respirando hondo y cerrando los ojos para intentar serenarse-.- Mira, necesito este trabajo de verdad. No tengo más interés en tu cuenta bancaria ni en ti que el mío propio. Aparte de cuidar de tu salud. - dijo.El hombre la observaba, sus penetrantes ojos azules analizaban no sólo la expresión de Amelia, sino también su postura. Ella ocultaba algo y él se daba cuenta.
Ella ocultaba algo, pero no era lo que él pensaba. La mente de Amelia nunca era tan absurda como la de él. Definitivamente, el matrimonio no entraba en sus planes, ni siquiera un golpe en el pecho. Más aún con un hombre tan arrogante y grosero como aquel, sentado frente a ella.
Ella sólo quería una nueva vida, nuevas expectativas más allá de lo que se había creado y formado para ella todos esos años. Pero él era hombre y rico, nunca entendería lo que sería ser mujer y más aún, pasar por todo lo que ella pasó en sus veintitrés años.
Prefirió juzgarla con todos sus prejuicios, hiriendo su orgullo de inmediato sin siquiera conocerla.
- Bueno, aquí estoy. Quiero este trabajo y casi nada de lo que digas me hará cambiar de opinión. - replicó Amelia, recuperando lentamente la compostura, aunque su respiración y sus latidos seguían acelerados-. - Aunque mi futura paciente resultó ser una persona muy difícil.- Entonces ocultas algo, muchacha. - Lo miró fijamente, con el rostro endurecido.
Amelia respiró hondo, la tristeza nubló sus facciones al recordar parte de su pasado y sus heridas personales.- Mi pasado y mis motivos no son de tu incumbencia. - replicó.
La puerta se abrió de nuevo y el ama de llaves entró en la habitación acompañada de otro hombre, igualmente rubio y con rasgos similares a los del hombre de la silla de ruedas. - Señorita Jones, soy Ethan Alderidge. - Se presentó el hombre, acercándose a Amelia y saludándola con un apretón de manos. - Veo que ya conoce a mi hermano, Alexander. - Ethan se calló y Amelia pudo notar su sonrisa nerviosa.- Sí, he tenido ese placer. - mintió ella, sonriéndole aburrida mientras Alexander giraba de nuevo su silla hacia la chimenea-.
- Espero que haya sido educado contigo. - Ethan habló, pero Amelia se dio cuenta de que aquellas palabras iban dirigidas más a Alexander que a ella, y asintió.
- Venga, señorita Jones. Hablaremos mejor en el despacho. - Ethan tomó la palabra y Amelia hizo ademán de coger su bolso, pero el ama de llaves se le adelantó.
- Ya lo cojo yo, no se preocupe. - La mujer habló y Amelia asintió, más aún al notar su sonrisa compasiva.
Amelia estaba a punto de salir de la habitación cuando oyó que Alexander se movía en su silla y encendía otro cigarrillo.- Sea lo que sea lo que escondes, no puede ser peor que esta vida patética. - Amelia y Ethan lo escucharon hablar.
Amy respiró hondo, recordando toda la m****a que la había llevado a aquel lugar, todas las cicatrices y el hombre al que había abandonado en Charleston, justo el día de su boda.
La mirada de Amelia se cruzó con la de Alexander en el altar.Ella sostenía un hermoso ramo de magnolias blancas que dejaban flotar su perfume por el salón de la residencia Alderidge de Nueva York.Era enero y hacía poco que había dejado de nevar. El frío y los jardines cubiertos por el manto helado daban a la boda un ambiente más acogedor.Todos estaban reunidos en el gran salón, con la chimenea encendida y algunas sillas decoradas para los pocos invitados.Alexander le guiñó un ojo a Amelia, dedicándole una sonrisa encantadora.El juez de paz estaba delante, sosteniendo el libro de firmas para que los novios lo firmaran una vez finalizada la boda.- ¿Tú, Ethan Alderidge, aceptas a Benjamin Jones como legítimo esposo? - preguntó el juez.Ethan sonrió junto a Benjamin; ambos vestían trajes de color gris oscuro, y sus padrinos, Alexander y Amelia, iban vestidos de gris claro.- Sí. - respondió Ethan, acercándose a la mano de Benjamin para besarla.- Y tú, Benjamin Jones, ¿aceptas a Eth
Aquella noche, Amelia estaba tumbada junto a Alexander en la alfombra de la biblioteca mientras le leía Macbeth.Tenía los ojos fijos en el libro mientras él la observaba atentamente, acariciando con una mano su cabello oscuro mientras lo besaba.Cuando terminó el libro, Amelia se levantó para guardarlo y cogió el suyo, sosteniéndolo entre las manos como si fuera precioso. Volvió a sentarse en la alfombra junto a él, miró por la ventana y notó que empezaba a llover. Estaban a mitad del otoño y pronto llegaría el invierno.Volviendo su atención hacia Alexander, colocó el libro sobre su regazo.- Toma. - Habló con calma. - Quiero que leas todo lo que está escrito aquí.Alex se sentó y cogió el libro entre las manos.- ¿Estás segura de esto, Amy? - preguntó con cierta inquietud.- Completamente. Quiero que lo sepas todo. - respondió ella.Alexander se levantó con el libro en las manos y se dirigió al escritorio para sentarse.Cuando abrió el libro, empezó a leer atentamente los poemas de
Amelia permaneció en silencio todo el camino de vuelta a casa mientras Alex conducía. Él le apoyó la mano en el muslo, dándole el tiempo que necesitaba para contarle lo que fuera que estuviera pasando con aquel hombre. Cuando llegaron al garaje del edificio, Amelia hizo ademán de bajarse del coche, pero Alexander no se lo permitió. Necesitaba saber qué estaba pasando.- Dime, ¿qué ha hecho ese hombre? - preguntó de inmediato.Amelia miró fijamente los serios ojos azules de su novio y respiró hondo mientras intentaba articular las palabras.- El día del Nox Daemonum, me atacó. - dijo por fin.Alex agarró con fuerza el volante, furioso y a punto de romperlo.- ¡Maldita sea, Amelia! ¡Deberías habérmelo dicho! - Dijo con rabia.- Lo sé... - Contestó ella con la cabeza gacha.- ¡Ese asqueroso aún tuvo la osadía de venir a tu cumpleaños! - Perdí mi alianza la noche que me atacó, sabía que estaba con él, pero no quise cuestionarlo por miedo a que intentara algo más... -dijo en voz baja. -
Era la semana del cumpleaños de Amelia y estaba aún más tensa.Benjamin estaba trabajando duro para que acusaran al profesor Brown. Alexander había cerrado un pub para celebrar el cumpleaños de Amelia, incluso en contra de su voluntad, ya que ella había insistido en no celebrarlo. - Bueno, tampoco es que tuvieras muchas opciones, Amelia Jones. - dijo Alex mientras le rodeaba la cintura con los brazos, apoyaba la barbilla en su hombro y le besaba el cuello. - Sí, vamos a celebrar tu cumpleaños y nos vamos a emborrachar muchísimo. Ella sonrió mientras lo escuchaba, sabiendo que era una batalla perdida. - Vale, pero prométeme que será algo pequeño. - Le pidió, volviéndose hacia él y besándole los labios.- No te prometo nada. - Contestó él, sonriéndole.Cuando llegó la noche, Amelia se arregló con Alexander. Con un vestido sencillo pero elegante y el pelo cuidadosamente arreglado, Amelia sintió una mezcla de ansiedad y emoción. Estaba agradecida de tener a alguien como Alexander a s
Cuando llegó a casa, intentó no hacer ruido para no despertar a nadie.En silencio, subió al dormitorio donde Alexander ya dormía plácidamente en la cama, tan plácidamente que contuvo el nudo en la garganta para no llorar allí mismo.Amelia entró en el cuarto de baño, quitándose toda la ropa y la chaqueta del profesor Brown, que aún la cubría. Cuando se la quitó, notó las marcas de sus dedos en los brazos y se negó a llorar. También tenía las rodillas magulladas por la caída cuando él la tiró al suelo.Siempre lloraba.Ya había llorado tanto ese año, había sido la víctima tantas veces que no podía permitirse serlo de nuevo.No podía ser víctima de otro maltratador.Al entrar en la cabina de ducha y dejar que el agua fría corriera por su cuerpo, Amelia se limpió toda la suciedad que aquel hombre le había causado. Entonces se fijó en su propia mano. El anillo de casada ya no estaba en su dedo.Había perdido el anillo que le había regalado Alexander.Tenía que recuperarlo. Iba a ir al c
Cuando terminó de hablar, Amelia jadeaba, le ardía la cara y le pesaba el pecho. Miró a los presentes, todos en silencio mientras asimilaban sus palabras sobre su dolor por el hijo que nunca volvería a sentir. El profesor Brown la observaba atentamente, sus analíticos ojos azules fijos en los movimientos corporales de Amelia, en cómo su cuerpo temblaba ante las mismas palabras pronunciadas con tanta fiereza y llenas de rencor.Cuando salió de la espiral, los demás alumnos que la rodeaban la observaron mientras se dirigía a la barra, donde divisó a Rose con una copa de vino en la mano.- Toma. - Le ofreció la copa a Amy. - Tú lo necesitas más que yo.Amelia no pestañeó mientras se bebía todo el líquido de un trago, y volvió a llenar el vaso.- Tranquila, Amy. - le ordenó Rose, pero Amelia se sentía como si no hubiera bebido agua en años, con la garganta completamente seca.Al cuarto vaso, por fin dejó de respirar mientras Rose la miraba confundida.- ¿Te encuentras bien? - preguntó p
Último capítulo