Un año para Sanar: La enfermera y el Millonario
Un año para Sanar: La enfermera y el Millonario
Por: Natalie Jones
Capítulo Uno

El taxi dejó a Amelia frente a su residencia de los Hamptons. La chica bajó del vehículo concentrándose en meter el pie derecho en la propiedad junto al mar. Arrastró la maleta de ruedas hasta la puerta y no tardó en llamar al timbre que sonaba silenciosamente en el exterior.

- Buenos días. - Dijo el ama de llaves en cuanto abrió la puerta de la residencia.

- Buenos días, el señor Alderidge me pidió que viniera. - contestó Amelia.

El ama de llaves se limitó a sonreír y cedió el paso a Amelia, guiándola por la casa hasta el salón.

- Se lo diré al señor Alderidge, por favor espere aquí. - Dijo el ama de llaves, saliendo del salón y dejándola sola.

Observó el lugar, acercándose a la pared principal donde colgaban algunos cuadros. Se sobresaltó al escuchar el ruido metálico de un encendedor, notando a un hombre sentado frente a la chimenea, justo cuando el humo y el olor a cigarrillo iban tomando poco a poco el lugar. 

- Buenos días. - habló Amelia mientras se acercaba, pero el hombre pareció ignorarla. 

Amelia volvió a intentarlo, caminando hacia el hombre allí sentado.

- Buenos días, señor. - Intentó una vez más llamar su atención. - Me llamo Amelia Jones, soy la nueva enfermera. 

Él siguió ignorándola, disfrutando de su cigarrillo. El olor le produjo a Amelia unas ligeras náuseas. Odiaba los cigarrillos.

Respiró hondo y acarició con los dedos el ojo griego que colgaba de su brazalete.

- Espero que te guste mi trabajo. Es la primera vez desde que me licencié que me contratan, pero te juro que se me da muy bien lo que hago. - dijo Amelia, intentando de algún modo llamar su atención, aunque fuera inútilmente-. - Mis profesores me dieron muy buenas referencias y me licencié en la mejor facultad de medicina de Carolina del Sur.

- ¿Y en qué momento dirás la verdad? - preguntó el hombre al interrumpirla, con una voz tan penetrante que incomodó a Amelia. Giró la silla de ruedas, quedando frente a Amelia, y se llevó el cigarrillo a los labios.

Amelia se sorprendió por su pregunta y lo miró fijamente a los ojos azules. Era un hombre atractivo. Su mandíbula cuadrada estaba cubierta por una espesa barba rubia, a pesar de su rostro alargado. Una manta le cubría las piernas y llevaba una sudadera cubriéndole el torso. Llevaba el pelo igualmente corto y rubio, que le sobresalía en todas las direcciones posibles.

Al mirarle, Amelia se sintió intimidada.

- No he mentido. - replicó Amelia, manteniéndose firme. No se dejaría intimidar por aquel hombre, él no tenía ese poder como todos los demás. No aquella vez.

- ¿Así que tú, una niña, aceptaste un trabajo de enfermera en este lugar alejado de todo sólo por la bondad de tu corazón? - Habló con sorna, dando una calada a su cigarrillo. - ¿O fuiste detrás de un inválido rico para conseguir un matrimonio ventajoso? - preguntó con expresión dura y astuta.

Los ojos verdes de Amelia se abrieron de golpe; lo que estaba diciendo era un completo disparate.

- ¡Me ofendes! - alzó la voz, con el asombro transformando su rostro-.

- Es tu presencia aquí lo que me ofende, muchacha. - replicó el hombre, frunciendo el ceño y cerrando los ojos con fuerza-. - Está claro que hay otra razón. 

- Acepté este trabajo porque lo necesito. Tu cuenta bancaria no me interesa. - replicó Amelia, sintiendo que se le aceleraban los latidos del corazón. - Ahora entiendo por qué nadie acepta este trabajo.

- No tienes el perfil de enfermera que solemos contratar, con mucha más experiencia que tú. Eres joven y este lugar del fin del mundo no es el tipo de trabajo que prefiere la gente de tu edad. - replicó, dándose cuenta de que realmente había ofendido a la chica.

- Precisamente por eso es perfecto. No me interesa nada más que la paz que proporciona este lugar.  - replicó Amelia, respirando hondo y cerrando los ojos para intentar serenarse-.

- Mira, necesito este trabajo de verdad. No tengo más interés en tu cuenta bancaria ni en ti que el mío propio. Aparte de cuidar de tu salud. - dijo.

El hombre la observaba, sus penetrantes ojos azules analizaban no sólo la expresión de Amelia, sino también su postura. Ella ocultaba algo y él se daba cuenta.

Ella ocultaba algo, pero no era lo que él pensaba. La mente de Amelia nunca era tan absurda como la de él. Definitivamente, el matrimonio no entraba en sus planes, ni siquiera un golpe en el pecho. Más aún con un hombre tan arrogante y grosero como aquel, sentado frente a ella. 

Ella sólo quería una nueva vida, nuevas expectativas más allá de lo que se había creado y formado para ella todos esos años. Pero él era hombre y rico, nunca entendería lo que sería ser mujer y más aún, pasar por todo lo que ella pasó en sus veintitrés años. 

Prefirió juzgarla con todos sus prejuicios, hiriendo su orgullo de inmediato sin siquiera conocerla. 

- Bueno, aquí estoy. Quiero este trabajo y casi nada de lo que digas me hará cambiar de opinión. - replicó Amelia, recuperando lentamente la compostura, aunque su respiración y sus latidos seguían acelerados-. - Aunque mi futura paciente resultó ser una persona muy difícil.

- Entonces ocultas algo, muchacha. - Lo miró fijamente, con el rostro endurecido.

Amelia respiró hondo, la tristeza nubló sus facciones al recordar parte de su pasado y sus heridas personales.

- Mi pasado y mis motivos no son de tu incumbencia. - replicó.

La puerta se abrió de nuevo y el ama de llaves entró en la habitación acompañada de otro hombre, igualmente rubio y con rasgos similares a los del hombre de la silla de ruedas. 

- Señorita Jones, soy Ethan Alderidge. - Se presentó el hombre, acercándose a Amelia y saludándola con un apretón de manos. - Veo que ya conoce a mi hermano, Alexander. - Ethan se calló y Amelia pudo notar su sonrisa nerviosa.

- Sí, he tenido ese placer. - mintió ella, sonriéndole aburrida mientras Alexander giraba de nuevo su silla hacia la chimenea-.

- Espero que haya sido educado contigo. - Ethan habló, pero Amelia se dio cuenta de que aquellas palabras iban dirigidas más a Alexander que a ella, y asintió. 

- Venga, señorita Jones. Hablaremos mejor en el despacho. - Ethan tomó la palabra y Amelia hizo ademán de coger su bolso, pero el ama de llaves se le adelantó.

- Ya lo cojo yo, no se preocupe. - La mujer habló y Amelia asintió, más aún al notar su sonrisa compasiva. 

Amelia estaba a punto de salir de la habitación cuando oyó que Alexander se movía en su silla y encendía otro cigarrillo.

- Sea lo que sea lo que escondes, no puede ser peor que esta vida patética. - Amelia y Ethan lo escucharon hablar.

Amy respiró hondo, recordando toda la m****a que la había llevado a aquel lugar, todas las cicatrices y el hombre al que había abandonado en Charleston, justo el día de su boda.

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