Capítulo Tres

Esa misma tarde, Amelia envió a Benjamin un correo electrónico explicándole lo sucedido. Él le compró inmediatamente otro móvil y se lo entregó al día siguiente.

A la mañana siguiente, Amelia salió de su habitación y se fue a la playa. Necesitaba deshacerse de aquel teléfono móvil, pues creía que, aunque estuviera roto, podía enviar algún tipo de señal. Por suerte, la residencia Alderidge tenía un embarcadero que daba al mar. 

Amelia disfrutó de su paseo por la playa, aún era demasiado temprano para que nadie allí estuviera despierto. Rápidamente, se dirigió al embarcadero y arrojó su teléfono móvil al mar. Respiró hondo y creyó que estaría a salvo.

Al volver a la casa, Amelia encontró abierta una de las ventanas del segundo piso y tuvo la extraña sensación de ser observada. Apurando sus pasos, regresó a su habitación, se cambió de ropa y se dirigió a la habitación del señor Alderidge.

- Buenos días. - le saludó Amelia, entrando en la habitación y dirigiéndose a la ventana, pero al notar que ya estaba abierta.

- ¿Acabas de despertarte? - preguntó, dirigiendo su atención a la cama donde yacía Alexander.

A continuación miró por la ventana, fijándose en la vista del muelle. La misma vista que había observado minutos antes cuando estaba fuera de la casa. Pero al mirar a la cama, dudó de que Alexander pudiera haberse levantado y acostado de nuevo.

- ¿Quieres que te ayude a bañarte? - preguntó mientras lo miraba.

- Bueno, para eso estás aquí, ¿no? - habló por primera vez, con la voz grave y ese tono arrogante.

Amelia asintió y acercó la silla de ruedas a la cama. Alexander se apoyó en ella y luego se sentó en la silla. 

Fue rápidamente al baño, abrió el agua de la bañera y regresó a la habitación cuando oyó que alguien llamaba a la puerta.

- Señorita Jones, un pedido para la señorita Jones. - dijo el ama de llaves al entrar, entregándole a Amelia una caja.

- Gracias, pero puede llamarme Amy. - respondió Amelia sonriendo.

Alexander observó en silencio y pronto el ama de llaves se alejó de los dos.

- ¿Qué es esto? - preguntó, con los ojos azules tensos en una línea de sospecha.

- Un teléfono móvil. - respondió ella, dejando la caja a un lado.

- ¿No tienes móvil? - preguntó él.

- El mío se rompió. Mi hermano me compró otro. - respondió Amelia, acercándose a Alexander para ayudarle a quitarse la ropa.

- Puedo hacerlo yo solo. - replicó él, quitándole la mano de encima del hombro. Amelia asintió.

- ¿Y cómo se te ha roto el móvil? - volvió a preguntar él, dándose cuenta de que la estaba molestando.

- Se cayó y se rompió. - respondió ella, entrecerrando los ojos y apartando la mirada. Pero él se dio cuenta cuando empezó a chasquear los dedos.

Él la observó con desconfianza, midiéndola con la mirada.

Luego guió la silla de ruedas hasta el cuarto de baño y Amelia la siguió. 

Tomó la temperatura, cerró el grifo y vertió sales de baño en el agua. Ayudó a Alexander a quitarse el resto de la ropa y lo sostuvo mientras se metía en la bañera. Evitando, por supuesto, mirar más de cerca su cuerpo, o mejor dicho, sus partes más íntimas. Pero por lo poco que pude ver de sus piernas estiradas en la bañera, pude darme cuenta de lo alto que era Alexander. 

- ¿Piensas quedarte mirándome? - Enarcó una de sus cejas.

Amelia no contestó, sus ojos seguían fijos en Alexander mientras continuaba observándolo.

- ¿Cuánto hace que no te lavas el pelo? - preguntó.

Alexander pareció no entender la pregunta de Amelia.

- Es que tienes el pelo fatal. - respondió ella, pero él murmuró rápidamente algo que ella no entendió.

- ¿Y a ti qué te importa, Jones? - preguntó él, claramente molesto.

- Que podría lavármelo si dejaras de ser tan desconfiado. - replicó Amelia, cruzándose de brazos.

- Me parece muy bien. - replicó Alexander, concediendo. 

Amelia cogió champú y acondicionador del armario, así como un peine. Aprovechando el reposacabezas, se sentó en una esquina del escalón que llevaba a la bañera y cogió la manguera de la ducha.

Mientras mojaba el pelo de Alexander, Amelia depositó un poco de champú y luego empezó a masajearle el cuero cabelludo. Podía oír sus gemidos de satisfacción, lo que la hizo sonreír mientras él abría los ojos y la miraba de abajo arriba.

- Cierra los ojos, el champú caerá. - Le ordenó y así lo hizo.

Cuando él apartó la espalda, ella pudo ver la cicatriz en su espalda, imaginando que era de la cirugía. Su mirada viajó por su cuerpo, encontrando otras cicatrices en sus piernas.

- ¿Qué le pasa? - oyó preguntar a Alexander cuando se dio cuenta de que la estaba mirando.

- Las cicatrices. ¿Son del accidente? - preguntó Amelia.

- Por lo visto Ethan ya te ha contado lo que pasó. - Contestó él, observándola.

- Solo me ha hablado de tus heridas. - Amelia habló, pero quería oírlo de él.

Alexander analizó aquella conversación, examinándola.

- Tuve una lesión en la L3, los herrajes me comprimieron la columna y parte de ellos me causaron fracturas en la tibia y el peroné. - Estaba contando, mostrando las cicatrices en las piernas. - Tengo plaquetas en ambas piernas, además de clavos. Al cabo de un tiempo dejaron de molestarme.

- ¿Y tus sesiones de fisioterapia? - preguntó.

- Paul viene tres veces por semana, hace los ejercicios de movimiento para que no se me atrofien las piernas. - explicó Alexander.

- ¿Y no has tenido ninguna mejoría? - preguntó ella, muy curiosa.

- No, Amelia. - respondió él, tuteándola mientras cerraba el tema.

Ella siguió masajeándole el pelo, luego terminó y empezó a aclarar los mechones rubios que ya tenían mucho mejor aspecto. 

- Y tú, Amelia Jones. ¿Qué debo saber de ti? - preguntó él, con aquellos profundos ojos azules inquisitivos. 

- No hay mucho que saber. - respondió ella, encogiéndose de hombros mientras se enjuagaba el acondicionador.

- Siempre hay algo que saber. - insistió él.

- Necesitaba un cambio en mi vida. No tenía mucho futuro en mi ciudad, así que vine a Nueva York para quedarme con mi hermano mayor. - respondió Amelia, sin querer profundizar más.

- ¿Y qué más? - volvió a insistir.

- ¿Qué quieres saber? - Se cruzó de brazos.

- No sé, cuéntame algo de ti. Algo íntimo. - preguntó Alexander con rotundidad.

Amelia lo miró pensativa y luego sonrió.

- Navegaba cuando era más joven. Era una afición mía y de mi madre. Cuando era pequeña, me regaló un velero de juguete y lo llamé Pequeño Abejorro. - me decía riendo. - Desde entonces, mis hermanos y hermanas me llaman Abejorro. 

- Te toca a ti. Cuéntame algo sobre ti que nadie sepa. - preguntó Amelia, terminando de peinarse. Podía oler el acondicionador, sonriendo satisfecha.

- Tengo que terminar de ducharme, quiero que me dejes en paz. - habló Alexander, acercándose inmediatamente a ella. - Por favor.

Amelia salió a continuación del cuarto de baño y pronto Alexander terminó de ducharse. Se vistió y cogió el móvil que tenía sobre la cama.

Alexander se quedó mirando por la ventana durante unos minutos hasta que por fin se decidió a hacer lo que pretendía. Tecleó un número en la pantalla del móvil y entonces le contestó la voz al otro lado.

- Jonas, quiero que investigues a alguien por mí. - Alexander empezó a hablar. - Se llama Amelia Jones. Te enviaré la información por correo electrónico más tarde.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo