Capítulo Cuatro

Los fuertes y desesperados golpes despertaron a Amelia de inmediato. Corrió a la puerta para abrirla y se encontró a la señora Smith llorando, completamente fuera de sí.

- Helen, ¿qué ha pasado? - preguntó Amelia, sin entender por qué.

- Es el señor Alderidge, está inconsciente en el suelo del dormitorio. 

Inmediatamente, Amelia cogió su bolsa de primeros auxilios y corrió a la habitación de Alexander.

Cuando llegó, encontró al señor Smith intentando despertarlo, pero sin éxito. Amelia se acercó rápidamente a él, comprobando la respiración debilitada y los latidos del corazón de Alexander.

- ¡LLAMEN A UNA AMBULANCIA YA! - gritó Amelia, dejando el pesado cuerpo de Alexander en el suelo.

Al abrirle los ojos, vio que tenía las pupilas dilatadas y desenfocadas y que de la boca, que empezaba a ponerse azul, le salía una espuma blanca.

- Ron, busca algo en el baño, ¿dónde están sus medicinas? - preguntó Amelia, cogiendo su estetoscopio y comprobando una vez más los latidos de su corazón.

El Sr. Smith fue al baño, pero pronto regresó con las débiles en la mano, completamente vacías.

Amelia se dio cuenta inmediatamente de lo que había ocurrido. 

Actuando con rapidez, Amelia metió el dedo en la garganta de Alexander. Le movió la garganta para obligarle a vomitar. 

- 'Ron, ayúdame a ponerle la cabeza de lado. - Le pidió y, en cuanto el hombre lo hizo, Amelia empezó a masajear el pecho de Alexander. Cada cinco movimientos, le volvía a meter el dedo por la garganta.

Oía llorar a Helen mientras hablaba por teléfono, pero no podía permitirse distraerse en aquel momento.

- ¡Vamos, idiota! - maldijo al paciente, tratando de reanimarlo.

Pasaron unos minutos y Amelia ya notaba que le dolían las manos de la fuerza que estaba ejerciendo sobre Alexander para hacerle reaccionar.

- Uno, dos, tres, cuatro, cinco. - Contó los pasos del masaje y volvió a clavarle el dedo en la garganta. 

Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos cuando Alexander reaccionó y vomitó en su regazo. 

Ella mezcló en el vómito restos de píldoras y pastillas que él se había tragado.

El dedo de Amelia siguió forzando la garganta de Alexander hasta que lo expulsó todo. Débil como estaba, intentó resistirse, pero Ron lo contuvo.

Los paramédicos llegaron al piso superior, donde Amelia estaba rescatando a Alexander con la ayuda del señor Smith.

La mujer se dio la vuelta mientras los paramédicos empezaban a practicarle los primeros auxilios, colocando a Alexander en la camilla.

- ¿Quién es responsable de él? - preguntó uno de los paramédicos.

- Soy yo. Soy su enfermera. - respondió Amelia, todavía en camisón y cubierta de vómito. 

Helen apareció rápidamente con una bata y se la entregó a Amelia, que se cubrió inmediatamente.

Mientras los paramédicos subían a Alexander a la ambulancia, Amelia corrió a su habitación a por su móvil y sus papeles y subió a la ambulancia.

Estaba observando toda la asistencia que los médicos prestaban a Alexander, cuando uno de ellos se volvió hacia ella.

- ¿Sabes lo que ha tomado? - preguntó el hombre mientras el otro vigilaba a Alexander.

- Un frasco de oxicodona y dos cajas de Lexotan. Tomó la primera para el dolor, tenía algunas heridas para aliviar el dolor y Lexotan para dormir. - Contestó, sintiendo que su cuerpo temblaba.

- ¿Hizo bien en hacerle vomitar, señora? - preguntó el paramédico.

- Amelia, puede llamarme Amelia. Soy su enfermera. Es mi primer paciente. - Contestó aún más nerviosa.

- Has salvado la vida de tu paciente, Amelia. Si hubieras tardado más, quizá no habría vuelto. - replicó intentando calmar a Amelia, que hundió la cara entre las manos mientras a Alexander le ponían una vía intravenosa y una botella de oxígeno.

Unas horas más tarde.

Amelia descansaba en el sillón de la habitación en la que habían ingresado a Alexander. La señora Smith le había traído una muda de ropa para pasar la noche y Amelia le había pedido que le metiera en el bolso un libro que tenía en la mesilla de noche.

Amelia se duchó allí mismo, en el baño de la habitación.

Los médicos dijeron que Alexander ya no corría peligro, pero que tendría que permanecer hospitalizado en observación y que, cuando despertara, vendría un psiquiatra a hablar con él.

Aun agotada, Amelia se obligó a permanecer despierta para cuando Alexander despertara. Estaba absorta en las páginas del libro, su única distracción en aquel momento.

Horas antes había informado a Ethan de lo que le había ocurrido a Alexander y él le había dicho que acudiría al hospital lo antes posible.

- ¿Qué estás leyendo? - Amelia oyó la débil voz de Alexander, que la despertó de su trance y se acercó a él de inmediato.

- No hagas esfuerzos, ¿vale? Necesitas descansar. - Dijo, con una mezcla de alivio y preocupación en la voz.

- No me has contestado. - insistió Alexander.

- Persuasión, de Jane Austen. - replicó Amelia, cogiendo el auricular para llamar a una enfermera, pero Alexander la detuvo y le cogió la mano.

- Amelia, no. - le ordenó, y ella asintió-. - Deberías haberme dejado morir.

Ella lo miró fijamente, intentando no asustarse con él.

Amelia se sentó en el extremo de la cama de Alexander y le cogió la mano. Él no rechazó su tacto y le apretó la mano débilmente.

- ¿Quieres contarme lo que ha pasado? - le preguntó, tratando de ser complaciente. No iba a juzgarlo, ella no estaba en esa situación.

Alexander se lo pensó detenidamente, reflexionó durante unos minutos antes de hablar. Sentía la garganta seca, dolorida.

- Hoy se cumplen dos años de la muerte de Megan y Luci. - Empezaba a hablar, mirando a Amelia.

- Megan era mi prometida. Estaba embarazada de cinco meses de Luci. - explicó Alexander. - Aquella noche volvíamos en coche de Aspen. Megan había ido a acompañarme. Era un fin de semana con unos accionistas. 

Amelia escuchaba atentamente.

- Quería irse pronto a casa, aunque yo insistí en que nos quedáramos porque la pista estaba un poco resbaladiza. - Me explicó, su expresión ya no era tan severa como antes. - Estábamos hablando en el coche durante un descenso y perdí el control de los frenos. Chocamos de frente contra un camión. Toda la parte superior del coche quedó destrozada.

Amelia sintió que la mano de Alexander temblaba entre sus dedos.

- Los dos estábamos atrapados entre los restos y lo último que vi fue a Megan sangrando a mi lado. Pero no pude hacer nada para salvarla y me desplomé del dolor en las piernas. - Respiraba hondo, con los ojos azules fijos en el techo de la habitación. - Desperté tres meses después. - Una lágrima silenciosa corría por su mejilla. - Ni siquiera pude despedirme de ellos. No vi la cara de nuestra hija, no vi nada. Debería haber insistido más, haber luchado, no lo sé. Estarían vivos si yo... 

Alexander rompió a llorar. Fue tan doloroso que Amelia no pudo hacer otra cosa que envolverlo en un abrazo, acariciándole el pelo.

- La culpa es mía. Insistí en que viniera ese fin de semana conmigo. Si lo hubiera hecho. - Suspiró, con cansancio.

- Señor Alderidge... Alex, no es culpa tuya. Nunca fue culpa suya. - replicó Amelia mientras él se soltaba de su abrazo-.

- Por mucho que siempre intentemos culparnos a nosotros mismos, por insoportable que a veces sea el dolor hasta el punto de no poder respirar, no es culpa tuya. - dijo Amelia, cogiéndole la mano. - Sé exactamente cómo te sientes.

Alexander se quedó mirando sin comprender, preguntándose si lo estaría diciendo en voz alta.

Amelia se subió las mangas de la sudadera que llevaba, mostrando una pequeña y larga cicatriz, fina y descolorida por el tiempo.

- Cuando tenía catorce años, insistí en salir a navegar con mi madre. Era nuestro rollo madre-hija. - comentó Amelia. - Nos sorprendió una tormenta y acabé cayendo al mar. Mi madre saltó al agua para salvarme y consiguió llevarme de vuelta al barco. Pero justo cuando estaba a punto de salir, una ola la atrapó. 

Le tocó a Alexander coger la mano de Amelia y consolarla.

- Entré en estado de shock. Cuando me encontraron a la mañana siguiente, seguía en estado de shock. - Me lo explicó. - Nunca encontramos su cuerpo. Enterramos un ataúd vacío y, por mucho que todos dijeran que no era culpa mía, me consumió hasta que intenté acabar con ella. 

Amelia respiró hondo; Alexander seguía sujetándole la mano.

- Pero no es culpa nuestra, por desgracia las cosas pasan. Y las cosas malas pasan y nos hacen más fuertes. - Dijo ella, acariciando con los dedos los de él. - Tardé en entenderlo, en aprender. Pero si me dejas, te ayudaré a entender esta culpa y, sobre todo, a comprender que la vida no se acaba.

Los dos guardaron silencio durante unos minutos. Alexander se sentía ahora aún más culpable. Culpable por haber juzgado a Amelia. Eran más parecidas de lo que él había pensado.

- No pasa nada. - Alexander aceptó por fin. - Pero ahora quiero preguntarte algo.

Amelia lo miró fijamente, asintiendo.

- Quiero que me leas. Me gustaría dormir un poco más. - le preguntó, y Amelia sonrió, asintiendo con la cabeza y volviendo a su silla. 

Pasó a la página en la que se había detenido y empezó a leer en voz alta.

- Ana, cuyo carácter elegante y maneras amables le habrían asegurado un lugar destacado en cualquier grupo dotado de verdadero discernimiento, no era nadie, ni a los ojos de su padre ni a los de su hermana; su palabra no valía nada, su papel era siempre ceder... era sólo Ana.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo