—Helga, ayúdame, por favor, trae el auto. Está herido, muy mal, debemos llevarlo con nosotras. —¿Lo conoces? —preguntó Helga, confundida. —Sí… es Kael —su nombre escapó de los labios de Lyra con nostalgia. —¿Kael? ¿El Alfa exiliado de la manada Luna Oscura? ¿Qué demonios le pasó? No podemos llevarlo a casa, Lyra, es peligroso. Lyra ya comenzaba a atarlo con decisión, preparándose para levantarlo. Negó con la cabeza, no iba a dejarlo ahí, no a él, no después de todo lo que había pasado, no podría vivir con ese cargo de conciencia. —No voy a dejarlo aquí tirado como un animal moribundo. ¡ayúdame! *** Traicionado por la única mujer en la que confiaba, un poderoso Alfa queda ciego y marcado por el dolor. Herido, sometido y consumido por la rabia, se niega a aceptar que su nueva compañera destinada sea una simple omega, débil y proveniente de la manada más insignificante. Pero el destino es cruelmente sabio. Sin opciones, no le queda más remedio que aceptar su ayuda, aunque esto le cuesta mucho más que dignidad: le exige enfrentarse a sus propios demonios… y abrir su corazón a lo impensable. Porque a veces, la salvación llega en el envoltorio más inesperado… y el verdadero poder no ruge, sino que susurra con ternura.
Ler mais—Señora, se lo ruego, necesito el trabajo con urgencia —suplicó Lyra a la dueña de un restaurante en el centro de la ciudad. La mujer la observó de arriba abajo mientras contaba unos billetes, notando al instante su belleza llamativa.—Mira, muchacha —dijo sin levantar mucho la voz—. De día no puedo pagarte gran cosa, pero si trabajas de noche, te puedo ofrecer un poco más. Además, recibirás propinas. Si ese horario te acomoda, el trabajo es tuyo.Para Lyra fue como si una luz se encendiera en medio de la oscuridad. Sin buscarlo, había encontrado la opción perfecta: ganaría más dinero y podría cuidar de Kael durante el día.—¡Por supuesto! ¿Cuándo puedo empezar?—Mañana mismo. Sé puntual y ven bien vestida.—¡Gracias, señora! —exclamó Lyra con una sonrisa amplia mientras salía del restaurante. Caminaba entusiasmada de regreso a casa cuando algo llamó su atención, se trataba de una tienda con artículos para personas ciegas. Sin pensarlo dos veces, entró y compró un bastón para Kael.Su
Lyra observó cómo el pecho de Kael subía y bajaba descontrolado. Se acercó, guiada por el fuego que le quemaba por dentro. —¡Kael! —exclamó, decidida a abrazarlo.Él reaccionó al instante, alzando los brazos como un muro entre ambos. Gruñó con furia. —¡Contrólate, Omega! Me estás haciendo quedar en ridículo. ¡Domina tu maldito celo! —le gritó sin piedad, pero ella no retrocedió. Seguía buscándolo con desesperación.—Kael, soy tu compañera... tu segunda compañera.—Lyra extendió su mano, completamente desesperada.—¡Estás loca! —escupió—. Jamás serás mi segunda compañera.En ese momento, Kael recordó con amargura como su hermano lo había traicionado, y sobre todo, como su compañera junto a su amante lo humillaron, y una punzada de dolor atravesó su pecho. Lyra, atrapada en los deseos incontenibles de su celo, no podía aguantar más lo que estaba sintiendo—Kael, por favor, hazme tuya, ¡ayúdame con esto! Te…te necesito. —Te voy a pagar por una noche... por favor, te doy lo que me pi
Lyra presionó con fuerza el acelerador, y la carretera se volvió insuficiente ante la velocidad con la que huían. Miró de nuevo por el retrovisor: los vehículos seguían tras ellos. Uno de los soldados del rey sacó un arma y comenzó a dispararles.—Van a matarnos —dijo Lyra, apretando aún más el paso. Kael, aferrado al pasamanos de la puerta, se encogió de hombros. —No te resistas, Omega. Es lo mejor que podría pasarnos. Si sigues desafiándolos, nuestro destino final será aún más cruel.«Maldita sea… solo queda una opción», pensó Lyra, al divisar la intersección que se abría frente a ellos. Un camino conducía al mundo de los lobos; el otro, a lo desconocido: el mundo de los humanos. No tenían elección. Sabía que, si tomaban esa vía los soldados no los seguirían; temían lo que habitaba al otro lado.Sin pensarlo dos veces, tomó una decisión.—Lyra, ¿qué camino tomaste? —preguntó Kael, frunciendo el ceño ante el olor que desprendía el asfalto. —El mundo de los humanos, mi Alfa. No te
Sin más opción en ese momento, Kael, resignado y herido en cuerpo y alma, permaneció en la pequeña cabaña de Lyra. Se juró que, en cuanto sus heridas sanaran, se marcharía sin mirar atrás. Mientras tanto, ella, con el corazón dividido entre el dolor y una alegría silenciosa por tenerlo cerca, se levantó al amanecer para cumplir su jornada como sirvienta en el castillo de la manada.Ese día le asignaron limpiar justo junto al despacho de Mirkay, el hermano menor de Kael. El mismo traidor que había alzado a la manada contra su Alfa, manipulando y corrompiendo para quedarse con el poder. Desde dentro del despacho, las carcajadas retumbaban con soberbia. Mirkay brindaba junto a Jordán, su cómplice más cercano.Lyra, con la escoba en la mano, fingió limpiar el suelo, aunque en realidad sus oídos estaban atentos.—¡Pobre imbécil! —rio Mirkay, lleno de burla—. Fue tan fácil. Me confió todo, como el idiota sentimental que siempre fue.El estallido de risas retumbó en el pasillo, esas risas ta
Los aullidos de los lobos retumbaban a lo lejos, recordándole con inclemencia lo que alguna vez fue su hogar. La luna, testigo silente de su reinado, comenzaba a eclipsarse tras las sombras del amanecer, como si también ella renegara de su existencia.Kael avanzaba a tientas, guiado únicamente por el instinto salvaje que aún lo mantenía de pie. No veía. Apenas podía sostenerse. Sus pasos eran torpes, arrastrados, cada uno más doloroso que el anterior. Llevaba horas vagando, exhausto y completamente herido en todo su cuerpo.Pero, no era una herida física lo que lo había cegado, sino algo mucho más brutal: la traición. Artemisa su compañera destinada, lo había rechazado cuando más la necesitaba. Y con ese abandono, le impuso el castigo más despiadado que un alfa pudiera recibir: el olvido, la soledad, la humillación y la ceguera.Su manada, aquella por la que sangró y rugió, lo escupió como si nunca hubiera pertenecido. Lo desterraron, pisoteando su nombre, enterrando el legado del Alf