A Kael, horas antes, le había sido imposible conciliar el sueño. Su mente no dejaba de girar, atormentada por lo miserable que sentía su vida. Pensaba en cómo todo ese gran poder que alguna vez poseyó se había desvanecido con el tiempo, dejando únicamente espacio para el dolor.
Los recuerdos más oscuros regresaron sin piedad, y una punzada en el pecho le aplastó el corazón.
***
Tiempo atrás
Artemisa estaba frente a Mirkay. El hombre acababa de confesarle lo que le había hecho a Kael: lo había destronado. Si ella quería seguir viviendo como la reina que se creía, debía asumir una nueva posición ante él.
—¡Tú decides, Artemisa! —exclamó con dureza—. O te quedas con ese pobre imbécil, o te quedas conmigo.
Ella bajó la mirada. En el fondo, sentía cierto afecto de pareja por Kael, su matrimonio había sido un acuerdo, y aunque él la amaba con devoción, ella nunca llegó a corresponderle con la misma intensidad. ¿Pero vivir en la pobreza y el exilio? ¡Prefería morir antes que eso! Sin vacilar