UNA OMEGA PARA EL ALFA CIEGO
UNA OMEGA PARA EL ALFA CIEGO
Por: LauraC
SIN COMPASIÓN

Los aullidos de los lobos retumbaban a lo lejos, recordándole con inclemencia lo que alguna vez fue su hogar. La luna, testigo silente de su reinado, comenzaba a eclipsarse tras las sombras del amanecer, como si también ella renegara de su existencia.

Kael avanzaba a tientas, guiado únicamente por el instinto salvaje que aún lo mantenía de pie. No veía. Apenas podía sostenerse. Sus pasos eran torpes, arrastrados, cada uno más doloroso que el anterior. Llevaba horas vagando, exhausto y completamente herido en todo su cuerpo.

Pero, no era una herida física lo que lo había cegado, sino algo mucho más brutal: la traición. Artemisa su compañera destinada, lo había rechazado cuando más la necesitaba. Y con ese abandono, le impuso el castigo más despiadado que un alfa pudiera recibir: el olvido, la soledad, la humillación y la ceguera.

Su manada, aquella por la que sangró y rugió, lo escupió como si nunca hubiera pertenecido. Lo desterraron, pisoteando su nombre, enterrando el legado del Alfa bajo la indiferencia y la cobardía.

Cada golpe que recibió le causó mucho dolor, y no precisamente físico, estaba herido en su orgullo, en su honra. Después de haber sido el gran Alfa de su manada, se arrastraba por el piso como un cachorro abandonado y ciego.

«Maldito Mirkay, no mereces llamarte hermano» Gritó enfurecido, su corazón estaba oprimido y al recordar el peso de la traición de las dos personas que más amaba, sabía que jamás podría volver a confiar en alguien.

Apretó los dientes, y su voz salió ronca, envenenada por el rencor: “¿Este es tu plan, diosa? ¡Pues maldigo cada segundo de la vida que me dejaste! ¡Ojalá me hubiera llevado la muerte antes que arrastrarme por este infierno disfrazado de destino!”

***

—¡Lyra, ven aquí! ¡Encontré a un hombre, rápido!

—¿Un hombre por estos lados? Qué raro… —Lyra guardó su arma de cacería y se dirigió al punto desde donde Helga la llamaba. Pero al verlo, sus ojos se iluminaron y su corazón se desbocó.

—No... no puede ser cierto. ¿Qué hace aquí? —se agachó junto al cuerpo, temblorosa, y comprobó que Kael aún respiraba.

—Helga, ayúdame, por favor. Trae el auto. Está herido, muy mal, debemos llevarlo con nosotras.

—¿Lo conoces? —preguntó Helga, confundida.

—Sí… es Kael —su nombre escapó de los labios de Lyra con nostalgia.

—¿Kael? ¿El Alfa exiliado de la manada Luna Oscura? ¿Qué demonios le pasó? No podemos llevarlo a casa, Lyra, es peligroso.

Lyra ya comenzaba a atarlo con decisión, preparándose para levantarlo. Negó con la cabeza, no iba a dejarlo ahí, no a él, no después de todo lo que había pasado, no podría vivir con ese cargo de conciencia.

—No voy a dejarlo aquí tirado como un animal moribundo. ¡ayúdame!

—Pero… Tenemos que llevar la cena. Nos están esperando, y si llegamos con las manos vacías, sabes bien que podríamos ser nosotras el plato principal —murmuró Helga, completamente nerviosa.

Pero a Lyra no le importó, siempre estaba ahí para Kael.

—Pasaremos por una carnicería y llevaremos carne. No entiendo por qué siguen obligándonos a cazar —bufó Lyra, mientras con fuerza levantaba el cuerpo de Kael. Con la ayuda de Helga, lo acomodó sobre sus hombros y lo subieron al auto.

Lyra no era más que una omega, una esclava destinada a cocinar y abastecer de alimento a la manada. Pero a pesar de su rango, era fuerte, orgullosa, indomable. Antes de regresar, compraron suficiente carne para evitar preguntas y castigos. Cuando por fin llegaron, entre ambas colocaron a Kael sobre la cama de Lyra.

—Gracias, Helga. Yo me hago cargo.

—¿Tienes idea del problema en el que nos meteremos si descubren que Kael está aquí?

—Lo sé —respondió Lyra, firme—. Pero me hago responsable, yo quiero cuidarlo.

Tomó una tina con agua, una toalla limpia y comenzó a colocar paños húmedos sobre su frente, intentando aliviarle la fiebre y limpiar sus heridas con delicadeza.

—Maldita sea, Lyra… no quiero estar en tu lugar —murmuró Helga antes de marcharse, cerrando tras de sí la puerta de la pequeña cabaña.

Y así, durante el resto de la noche y buena parte de la madrugada, Lyra se mantuvo a su lado. Limpió cada herida, vigiló su respiración, acarició su piel ardiente… y protegió su sueño como si su vida dependiera de ello.

La mañana siguiente llegó, y los primeros rayos del sol se filtraron por la ventana de aquella humilde cabaña. Lyra, agotada por la vigilia, dormía recostada al borde de la cama, mientras Kael, con esfuerzo, abrió los ojos.

¿Qué era ese aroma?

Confundido, Kael notó de inmediato que no estaba en el bosque... ni en su mansión. Estaba en una cama desconocida, pero ese hedor… lo sacaba de quicio.

—¿Dónde estoy? —murmuró con la voz ronca, la garganta le ardía por la resequedad.

Lyra despertó sobresaltada y, al verlo consciente, no pudo evitar sonreír.

—Alfa…

«Esa voz, ese aroma. ¡Ese maldito aroma!», gruñó para sí mismo. De golpe, intentó incorporarse.

—¡Lyra! ¿Qué carajos hago en tu casa? —rugió, y en un instante lanzó la taza de agua al otro extremo de la habitación. Con una furia descontrolada, barrió todo lo que estaba a su alcance. Algunos trastes estallaron contra el suelo.

—Kael… Alfa… por favor —Lyra se cubrió la cabeza, aterrada.

—¿Por qué me trajiste del bosque?  Diosa... hubiera preferido morir allí antes que ser salvado por ti

—Yo… te encontré muy mal. No podía dejarte así. Por favor, estás herido. Necesitas descansar, necesitas—

—¡No me pidas que me calme, Lyra! —la interrumpió con un grito feroz—. Nadie quiere tu estúpida compasión. No quiero estar en este maldito agujero… y mucho menos contigo.

—Kael… yo solo quería ayudarte. Te sacaron de la manada, quieren verte muerto. Solo intento protegerte… como nadie más lo haría.

Su voz se quebró, pero sus ojos seguían fijos en él. No había odio en su mirada, él nunca la quiso ni reconoció sus sentimientos, sin embargo, ella se mantenía firme en lo que sentía por él.

—No necesito que una omega de bajo rango como tú me ayude, ¡y menos por compasión! —espetó Kael con desprecio—. ¡Me largo de esta maldita cabaña apestosa!

Con esfuerzo, intentó levantarse de la cama, pero su cuerpo, debilitado y roto, lo traicionó. Apenas logró incorporarse, cayó de nuevo sobre el colchón con un gruñido de frustración.

Estaba ciego. No podía orientarse, no podía ver nada, sus ojos eran inútiles. Todo lo que tenía ahora era su olfato, y el olor del hogar de Lyra lo descontrolaba, no le permitía dirigirse con seguridad a algún lado. Olía a pobreza, a resignación, a todo lo que había aborrecido toda su vida.

—Kael, por favor… —Lyra se acercó para ayudarlo, pero él se apartó con brusquedad.

—¡No me toques! Prefiero morir antes que quedarme aquí contigo. ¡No eres más que una sirvienta!

Lyra bajó la mirada. Las palabras de Kael la golpearon como cuchillas, su pecho dolía. Desde que era una niña, lo amaba con una fuerza callada e infinita, dispuesta a todo por él. Pero todos se reían de su amor silencioso, nadie tomaba en serio el deseo de una omega insignificante, y mucho menos él, que siempre la había mirado con desdén... como si su existencia fuera una completa burla.

—Me largo de aquí —gruñó Kael, e intentó incorporarse una vez más. Pero sus piernas, fracturadas por las golpizas recibidas antes de su exilio, flaquearon. Perdió el equilibrio y cayó hacia el suelo. Kael quedó en silencio por un instante, y luego estalló en una carcajada desquiciada.

—¿Te gusta lo que ves? —escupió con rabia—. Ahora soy un inútil, un lisiado. ¿Te sientes superior por fin?

Lyra, que estaba cerca, reaccionó de inmediato. Lo abrazó por la espalda, atrapándolo entre sus brazos.

Su contacto fue cálido, lo abrazó queriendo protegerlo. La forma en que Kael parecía listo para acabar con su vida en cualquier momento la hacía sentir incómoda.

—No es así. No voy a dejar que te lastimes más… aunque tú me odies. Aunque desees nunca haber despertado aquí. No pienso soltarte, Kael, estoy aquí para cuidarte siempre.

Inmediatamente, Kael sintió que el contacto de Lyra lo quemaba. Un estallido de furia desmedida recorrió su cuerpo, y sin pensar, la empujó con tal violencia que ella cayó al suelo.

—No necesito que me cuides —rugió, su voz estaba llena de desprecio—. Si fueras la última mujer sobre la Tierra, no me importaría. El hecho de que mi compañera me haya rechazado no significa que ahora me fijaría en una omega tan insignificante como tú. Primero, prefiero morir.

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