UN EXTRAÑO AROMA

Lyra presionó con fuerza el acelerador, y la carretera se volvió insuficiente ante la velocidad con la que huían. Miró de nuevo por el retrovisor: los vehículos seguían tras ellos.

Uno de los soldados del rey sacó un arma y comenzó a dispararles.

—Van a matarnos —dijo Lyra, apretando aún más el paso.

Kael, aferrado al pasamanos de la puerta, se encogió de hombros.

—No te resistas, Omega. Es lo mejor que podría pasarnos. Si sigues desafiándolos, nuestro destino final será aún más cruel.

«Maldita sea… solo queda una opción», pensó Lyra, al divisar la intersección que se abría frente a ellos. Un camino conducía al mundo de los lobos; el otro, a lo desconocido: el mundo de los humanos. No tenían elección. Sabía que, si tomaban esa vía los soldados no los seguirían; temían lo que habitaba al otro lado.

Sin pensarlo dos veces, tomó una decisión.

—Lyra, ¿qué camino tomaste? —preguntó Kael, frunciendo el ceño ante el olor que desprendía el asfalto.

—El mundo de los humanos, mi Alfa. No tenemos otra salida.

—¿Qué? —Kael recostó la cabeza contra el respaldo y maldijo en silencio. En el fondo, sabía que, para un Alfa marcado por la discapacidad y una Omega como ella, lo desconocido era la única alternativa.

Lyra no tenía certeza de hacia dónde se dirigían. Solo había escuchado leyendas sobre los valientes que lo arriesgaron todo y vivieron para contar sus historias en ese otro mundo.

Cuando llegaron a la ciudad, sus ojos se perdieron entre los edificios imponentes, las luces cegadoras y el bullicio incesante de los autos que colmaban las calles. Era perfecto. Un lugar ideal para pasar desapercibidos.

Tomó su teléfono y buscó un lugar en alquiler cercano. Decidida, condujo hasta una antigua casona en los suburbios de la ciudad, uno de los pocos sitios que se acomodaban a su ajustado presupuesto. Alquilaban pequeños departamentos, algo extraño para dos seres acostumbrados a los bosques infinitos y a los espacios abiertos, pero, por ahora, era lo único posible.

—Son quinientos al mes —anunció una mujer de aspecto áspero mientras les tendía un manojo de llaves y los observaba con desconfianza—. No quiero escándalos en este lugar.

Lyra aceptó las llaves con una sonrisa forzada y tomó la mano de Kael.

—No los tendrá, se lo aseguro.

Kael no dejaba de olfatear el aire. Todo le resultaba repulsivo, el olor a humedad, a encierro, y esa mezcla indescriptible de aromas humanos que se filtraba desde los otros departamentos. Con un gesto de desagrado, soltó la mano de Lyra.

—Déjame.

Ella abrió la puerta del pequeño departamento. Había gastado gran parte de la  mitad de sus ahorros en ese primer mes de alquiler y en lo mínimo indispensable para sobrevivir, pero no le importaba. Allí, al menos, estarían a salvo.

—¿Qué es este lugar pútrido, Lyra? —protestó Kael, recostándose pesadamente sobre su hombro. No dejaba de maldecir en voz baja.

—Es lo que pudimos conseguir con lo que teníamos —respondió ella, intentando sonar serena—. Pero te prometo que aquí estaremos seguros, al menos por un tiempo… hasta que te recuperes. Este será nuestro refugio.

Lyra miró a su alrededor con esperanza, mientras Kael se dejaba caer en un sillón viejo y gastado.

—¿A esto le llamas refugio? —escupió con desprecio—. Preferiría estar encadenado en la maldita mazmorra de mi hermano antes que vivir en este basurero. ¡Preferiría estar muerto!

Lyra esbozó una leve sonrisa. Las crudezas de Kael no lograban afectarla.

—Pues tendrás que acostumbrarte, Kael, porque no voy a dejar que mueras.

Mientras hablaba, comenzó a ordenar algunas cosas en un improvisado armario en la esquina del cuarto. Kael, desde el fondo, bufó con retorcido fastidio.

—Maldita sea mi suerte —murmuró.

—No me importa lo que digas, Alfa. He gastado todo mi dinero para traerte hasta aquí, para curarte, para darte de comer. Ahora me perteneces. Me lo debes.

—No te debo nada, Lyra. Yo no te pedí nada. Eres igual a los demás —espetó Kael, con una profunda rabia en la voz.

Se hizo un silencio tenso. Kael ya no encontró más palabras para defenderse. En el fondo, sabía que ella tenía razón. Lyra era la única que había hecho algo por él últimamente, aunque su orgullo le impidiera admitirlo.

—Te lo advierto, simple Omega… en cualquier momento podría romperte el cuello —gruñó Kael entre dientes, incorporándose de golpe, consumido por la ira.

Lyra interrumpió lo que hacía y se acercó a él. En lugar de retroceder o temblar, lo rodeó con los brazos y apoyó la cabeza en su pecho. Suspiró con suavidad.

—Debemos sobrevivir, mi querido Alfa. Aunque te cueste aceptarlo, solo nos tenemos el uno al otro.

Kael apartó sus brazos con brusquedad y retrocedió dos pasos.

—No me toques. Me repugnas, Omega. Te lo he dicho muchas veces: preferiría estar muerto antes que vivir en este asqueroso lugar. No sé por qué permití que me trajeras aquí.

Lyra no respondió. En su lugar, sonrió levemente y caminó hacia el baño, ignorando los gritos de Kael y la mirada cargada de desprecio que él le lanzaba.

—Voy a darme una ducha antes de dormir —anunció con calma, cerrando la puerta tras de sí.

Frente al espejo, se soltó el cabello con movimientos lentos. Entonces, algo extraño comenzó a sucederle. Sus piernas flaquearon de pronto y un crujido agudo le recorrió el cuello. Un mareo la obligó a sostenerse del lavabo. El calor le subía por la piel como una fiebre repentina.

Tomó un puñado de agua y se lo arrojó al rostro.

«Carajo… Debe ser cansancio», se repitió, pero algo en su cuerpo le decía que no era solo eso. El frío del agua no bastaba para aliviar lo que la atravesaba, y la sensación que la invadía parecía ir mucho más allá del agotamiento del viaje.

El calor comenzó a subirle desde el centro del cuerpo, atravesándole la pelvis con un ardor insoportable. La frente se le perló de sudor, y de pronto, el aire pareció escasear.

«No... no ahora…»

Sus manos, movidas por un impulso que no podía controlar, comenzaron a recorrer su pantalón, buscándolo todo en esa zona donde el fuego era más intenso. Sus mejillas ardían, y sus pechos, se endurecieron como un roble, causándole dolor.

«No, ahora ¡No!», gritó en su interior, desesperada.

Se sostuvo del lavabo, jadeante. Al alzar la vista, sus pupilas estaban dilatadas, y brillaban con un rojo cobrizo. Lo supo de inmediato: la cercanía de Kael había adelantado su celo. Y con él, llegaba una urgencia absoluta. Si no lo resolvía, podría morir.

«Carajo... puedo controlarlo.»

Abrió el grifo con brusquedad; el agua fría chirrió al salir y se estrelló contra su piel, pero apenas logró apaciguar el fuego que la consumía. Trató de respirar, de centrarse, pero el deseo la ahogaba.

Entonces, la puerta se abrió de golpe.

Kael apareció con los ojos entrecerrados, su rostro estaba tenso, respiraba agitado también —¿Qué... ? qué demonios es ese olor? —espetó desesperado.

El aroma que expedía Lyra lo envolvía como una llamarada. Era salvaje, dulce, como el humo de una hoguera mezclado con miel silvestre. Un perfume tan ancestral que despertó lo más profundo de su ser. Su lobo, dormido hasta ese instante, rugió en su interior.

Lyra se giró, y al quedar frente a frente, lo supieron.

La conexión era innegable. Instintiva. Dolorosamente real.

Ella... ella era su segunda compañera destinada.

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