—Señora, se lo ruego, necesito el trabajo con urgencia —suplicó Lyra a la dueña de un restaurante en el centro de la ciudad. La mujer la observó de arriba abajo mientras contaba unos billetes, notando al instante su belleza llamativa.
—Mira, muchacha —dijo sin levantar mucho la voz—. De día no puedo pagarte gran cosa, pero si trabajas de noche, te puedo ofrecer un poco más. Además, recibirás propinas. Si ese horario te acomoda, el trabajo es tuyo.
Para Lyra fue como si una luz se encendiera en medio de la oscuridad. Sin buscarlo, había encontrado la opción perfecta: ganaría más dinero y podría cuidar de Kael durante el día.
—¡Por supuesto! ¿Cuándo puedo empezar?
—Mañana mismo. Sé puntual y ven bien vestida.
—¡Gracias, señora! —exclamó Lyra con una sonrisa amplia mientras salía del restaurante. Caminaba entusiasmada de regreso a casa cuando algo llamó su atención, se trataba de una tienda con artículos para personas ciegas. Sin pensarlo dos veces, entró y compró un bastón para Kael.
Suspiró hondo, con la esperanza firme de que todo comenzaba a tomar su rumbo. Con el corazón más liviano, llegó a casa, pero al entrar lo encontró igual que siempre, Kael seguía inmóvil, sumido en su mundo silencioso.
—Hola... ¿cómo te sientes? —le preguntó con suavidad, acercándose para entregarle el bastón.
—¿A ti qué te importa cómo estoy? ¿Qué es eso? —espetó Kael con desdén al sentir la madera rozar sus dedos.
—Es un bastón —respondió Lyra con paciencia—. Lo compré pensando en que podría ayudarte mientras estés en casa.
Kael lo tomó con violencia y lo arrojó contra el suelo.
—¿Un bastón? ¡Estás loca, omega! No necesito ningún maldito bastón —vociferó, y al incorporarse del asiento, tropezó con la pata de la mesa. Un alarido salió de su garganta.
—¡Mierda!
Lyra apenas esbozó una sonrisa divertida y se mordió los labios, intentando no soltar una carcajada.
—Si tú dices que no lo necesitas, está bien —dijo con ligereza—. Iré a la cocina a preparar algo de comer. Cualquier cosa que necesites, solo llámame.
Sin darle más importancia, se levantó y lo dejó ahí, malhumorado. Kael, como si le molestara tener que estar de acuerdo con ella en algo, empezó a caminar por la casa a tientas, empeñado en encontrar el control del televisor por su cuenta.
—¡Mierda! —volvió a gruñir al tropezar con un cajón mal cerrado. Lleno de furia. alzó la voz. —¡Lyra! ¡Lyra! ¿Dónde carajos está el control?
Ella salió de la cocina sin la menor señal de molestia; al contrario, le encantaba ayudarle. Se acercó con tranquilidad a la mesa junto a la cama y tomó el control remoto, colocándolo suavemente en su mano.
—Aquí está el control. Pero... ¿para qué lo quieres, si no puedes ver? —Lyra bajó la voz al final, casi en un susurro.
Kael bufó con furia y le arrebató el aparato de las manos.
—Para escuchar cualquier cosa que no sea tu voz —espetó, antes de girarse y buscar a tientas dónde sentarse.
Lyra sintió una punzada en el pecho, un leve dolor. Pero ¿qué más daba? Él estaba ahí, con ella, y eso era lo único que de verdad importaba.
—¡Lyra! —gruñó nuevamente Kael desde el pasillo, mientras intentaba llegar al baño. Un estruendo seco resonó por toda la casa, y Lyra corrió alarmada.
—¡Kael! ¿Estás bien? —preguntó al llegar, con el corazón en la garganta. Frente a ella, había una mesa partida en dos.
—Yo estoy bien, pero ¡maldita sea! ¿Por qué acomodaste los muebles así? Lo haces para que me caiga, ¿no es cierto?
—No, Kael, claro que no —dijo ella con firmeza, aunque su voz seguía siendo dulce—. Y por favor, no rompas más cosas. No tenemos dinero para reemplazar los muebles, recuerda que no es nuestra casa, ven, déjame ayudarte.
Lo tomó del brazo con suavidad, guiándolo primero al baño y luego, con paciencia infinita, de regreso a la habitación. Pero lo peor no había terminado: Kael parecía decidido a hacerle la vida imposible ese día. Pasó la jornada gritándole órdenes, pidiéndole atención por lo más mínimo, como si quisiera desquitarse con ella por su ceguera, por su frustración… por todo.
Aunque Lyra estaba agotada, lo hacía con puro gusto. Atender a Kael era, para ella, un acto de amor, un placer íntimo. Sin embargo, la paz del vecindario no compartía ese sentimiento. Los gritos del Alfa, su tono autoritario y sus estallidos de furia, comenzaron a llamar demasiado la atención.
La mujer que les había alquilado el departamento vivía a tan solo un piso de distancia, y esa tarde, harta de los rumores y los reclamos de los demás inquilinos, decidió ir directamente a confrontarlos.
La puerta sonó dos veces. Lyra la abrió con rapidez, y se encontró con la figura de la señora, quien le dedicó una sonrisa amarga.
—Hola, cariño… ¿estás bien? —preguntó con una mirada escrutadora que recorrió a Lyra de pies a cabeza.
—Sí, señora. ¿Qué pasa? Yo ya pagué la renta, ¿a qué ha venido?
—Todos en el edificio hemos escuchado cómo ese hombre te grita —dijo en voz baja, dando un paso hacia ella para que la conversación quedara solo entre las dos—. Es preocupante, muchacha.
—¿Quién? —Lyra frunció el ceño, genuinamente desconcertada.
—Ese hombre, tu esposo. Ay, niña… no permitas que te siga maltratando. Puedes irte, alejarte de él. Es ciego y demasiado gruñón. Eres muy bonita, muy joven, como para estar soportando eso. Dime la verdad… ¿te golpea? Anoche escuché algo. —La voz de la mujer se quebró ligeramente, y su rostro palideció al recordar el estruendo.
Lyra entreabrió los labios, sorprendida. Las palabras de la casera la tomaron completamente desprevenida, y negó con la cabeza, tratando de ordenar sus pensamientos.
—Señora… creo que está en un error —respondió en voz baja.
Pero antes de que pudiera decir algo más, Kael apareció en la puerta, apoyándose con torpeza en las paredes, guiado únicamente por su fino oído de lobo, que no se había perdido ni una sola palabra del intercambio. Aquellas insinuaciones, la suposición de que la omega era su esposa o su pareja, solo avivaron su furia. El simple hecho de ser relacionado con ella de esa manera lo irritaba profundamente.
La casera dio un paso atrás, al verlo, sintió el miedo recorrer su espalda, no era para menos, la presencia de Kael, era imponente.
—Mi miserable existencia… se la debo a esta mujer —escupió Kael con una mueca de desprecio—. Que, sin pedírselo, decidió salvarme. De lo contrario, ya estaría muerto. Y en paz.
Lyra no pudo evitar sonreír un poco, entre divertida y resignada. A su modo, Kael le estaba agradeciendo. O algo parecido.
La casera palideció al ver su expresión, aun así, intentó mantener la compostura.
—Señor, yo… solo he venido porque en el edificio me han presentado quejas. Ustedes son nuevos aquí, y como encargada, debo asegurarme de mantener la armonía del lugar —dijo, esforzándose por sonar firme, aunque sus manos delataban su nerviosismo. Kael lo percibió al instante.
Su olfato no mentía. ¡Era miedo! Dudaba que fuera por él… pero tal vez sí lo era. Y eso, por alguna razón, le provocó una oscura satisfacción.
—¡Usted no se meta en lo que no le importa! —rugió Kael con fuerza, su voz vibró con una agresividad brutal. Las pupilas ciegas se dilataron y su cuerpo comenzó a temblar peligrosamente. Estuvo a punto de transformarse, en lobo, hasta que la casera, presa del terror, dio un grito ahogado y se cubrió el rostro, paralizada por el pavor.
—¡Kael! —Lyra se acercó a él sin pensarlo, rodeándolo con sus brazos, presionando su frente contra la suya mientras acariciaba con ternura su cabello—. Kael, por favor…
Poco a poco, la tensión en su cuerpo se disipó. Era como si el contacto de Lyra lo apaciguara, como si su energía suave pudiera apagar el fuego que rugía dentro de él. Su respiración se desaceleró, su postura se aflojó… pero entonces, como si se sintiera expuesto, la empujó bruscamente con frialdad.
—¡Déjame! —gruñó entre dientes.
Lyra trastabilló y por poco se golpea contra el suelo. La casera reaccionó al instante, sujetándola con ambos brazos.
—¡Muchacha! —exclamó al sostenerla. Lyra se incorporó con dignidad, soltándose con suavidad.
—Estoy bien, de verdad… venga, la acompaño a la puerta.
La joven tomó del brazo a la mujer, y juntas caminaron hacia el pasillo. A pesar de todo, Lyra sentía un poco de vergüenza con la mujer, la comprendía en el fondo, entender que estaba pasando no era fácil.
Cuando llegaron a las escaleras, la casera se detuvo y, con un suspiro, le habló con honestidad.
—Mira, Lyra… se nota que eres una buena mujer, pero si esto sigue así, voy a tener que pedirles que se vayan. No puedo permitir que en el edificio haya violencia, gritos, ni vecinos atemorizados. Y con todo respeto… pareces estar permitiendo que él te trate de esa manera.
Lyra apretó los labios, respiró hondo y con dulzura, tomó la mano de la casera. Sus ojos, grandes y transparentes, se clavaron en los de la mujer mientras le hablaba.
—Le juro que no es lo que parece. Kael no es violento conmigo, solo está… roto. Herido, no ve, no confía en nadie, y apenas está aprendiendo a volver a vivir. No me golpea, no me maltrata… grita, sí, pero jamás me ha hecho daño. Por favor, solo necesito un poco más de tiempo. Se lo pido.
A su cabeza vinieron los recuerdos del dolor de Kael, de cada noche en la que lo escuchó murmurar entre sueños, de los gritos que no podía contener, de las cicatrices invisibles que recorrían su alma. Suspiró con el corazón apretado y bajó un poco la mirada antes de continuar.
—Kael es una persona demasiado importante para mí… es lo único que tengo en la vida. Él es así… grosero, cruel… por muchas razones que, desafortunadamente, no puedo contarle. Pero le aseguro que, en el fondo, es una buena persona
La mujer la observó en silencio, frunciendo el ceño, procesando cada palabra. Finalmente soltó su mano, no con desprecio, sino con resignación.
—Eso espero… eso espero, Lyra. Porque si no es así, si las cosas siguen igual, tendrán que irse. No puedo permitir que esto afecte la paz de los demás.