UN VACÍO DOLOROSO

—Bueno, ya debo irme a trabajar —dijo Lyra, acercándose a Kael para darle un beso en la mejilla. Él intentó esquivarla, pero no lo logró.

Era el primer día de su turno nocturno, y aunque estaba nerviosa, intentó tomarle la mano. Kael se apartó de inmediato.

—¿Para qué quieres tocarme? Me repugna tu compasión fingida —resopló con sarcasmo.

Lyra respiró hondo, tragándose la tristeza.

—Está bien —respondió con calma—. Llevo el teléfono conmigo todo el tiempo. Si llegas a necesitar algo, lo que sea y a la hora que sea, llámame. Volveré sin pensarlo.

Kael frunció el ceño, irritado por tanta dedicación.

—No necesito nada de ti. Vete ya a tu trabajo de mesera… como si fuera algo importante —soltó con desdén.

Lyra miró la hora, negó con la cabeza y se marchó sin decir una palabra más.

Esa noche llegó al restaurante, pero no era como lo recordaba. Ya no era el lugar tranquilo donde había pedido empleo; ahora, de noche, funcionaba también como bar. La mujer que le había ofrecido el trabajo no estaba por ningún lado.

Nerviosa, Lyra se acercó a la barra y le habló al barman que limpiaba un vaso con parsimonia.

—Disculpé… ayer hablé con una señora, ella me ofreció un empleo, pero creo que me equivoqué de lugar.

El hombre no respondió; simplemente señaló con la cabeza hacia una mesa en el fondo, donde un hombre estaba sentado en el mismo sitio que la mujer del día anterior.

Con manos temblorosas, Lyra se acercó con cautela.

—Disculpe… soy Lyra, vine ayer. Pero…

El hombre alzó la mirada y sonrió al reconocerla.

—Mucho gusto, Lyra. Soy Román, el dueño del restaurante, mi madre me dijo que vendrías, gracias por ser tan puntual.

Lyra asintió aliviada, respirando hondo mientras él comenzaba a explicarle cómo funcionaba el turno nocturno. Era mejor pagado que el diurno, pero también más exigente. Por la noche, el restaurante se transformaba en bar, y el ambiente podía tornarse hostil. Muchos de los clientes eran hombres que acudían a beber, y no era raro que las cosas se salieran de control.

Por suerte, Román se encargaba de mantener el orden. Era un hombre corpulento, joven, con mirada firme y una energía que imponía respeto. Bajo su vigilancia, todo parecía estar bajo control.

—Entonces Lyra, como eres nueva, te vas a encargar de esas mesas, ¿te parece bien?

—Sí, señor Román. Gracias. —respondió con una leve sonrisa.

Román le devolvió el gesto con cordialidad y se alejó mientras Lyra comenzaba con su trabajo. Se movía con soltura, atendiendo a los clientes con educación, aunque de vez en cuando, y procurando que nadie la notara, sacaba su celular para revisar si Kael le había llamado o escrito. La inquietaba no estar a su lado, pero también se sentía agradecida por haber conseguido ese empleo. Era su única manera de ayudarlo y, al mismo tiempo, mantenerse cerca de él.

Román, que no era ajeno a los detalles, notó su constante distracción. Se acercó con calma, le apoyó una mano en el hombro y le habló con tono comprensivo.

—Lyra, ¿todo está bien?

Ella dio un respingo, sobresaltada por el toque inesperado.

—Señor, me asustó. Sí… sí, todo bien. Lo siento, es mi primer día y ya parezco un problema.

Román sonrió y, con un ademán, se sentó en una mesa cercana. Le señaló la silla de enfrente.

—Tómate un descanso, ha sido una jornada pesada.

—Gracias, señor.

—Y si en algún momento tienes algún inconveniente con el trabajo, me lo comunicas. Estoy seguro de que podemos encontrar una solución —dijo él, esbozando una sonrisa amable.

Lyra se sonrojó levemente, sin saber bien cómo reaccionar a tanta gentileza.

—No es por el trabajo… la verdad es que mi novio está ciego. Bueno, quedó ciego hace poco y todavía está muy herido. Me preocupa, porque le cuesta mucho acostumbrarse a estar solo —confesó Lyra, bajando un poco la voz.

Román la miró con sincera compasión.

—Lyra, lo siento mucho. Entiendo perfectamente lo que implica vivir con una persona con discapacidad —respondió, tragando con dificultad, llenándose de recuerdos dolorosos. Luego inspiró hondo y añadió—. Pero quiero que te concentres. Estás haciendo muy bien tu trabajo, y si continúas así, podría darte un aumento para que puedas cubrir los medicamentos… incluso permitirte salir una hora antes. Eso te ayudaría a estar más tranquila.

—¿De verdad haría eso por mí?

—Claro que sí. Solo concéntrate aquí, que yo me encargo del resto. Te prometo que te voy a ayudar.

Lyra bajó la mirada, y parpadeó rápido, intentando que las lágrimas de emoción no se desbordaran.

—Haré mi mejor esfuerzo, señor. Se lo prometo —dijo Lyra con una sonrisa emocionada mientras se levantaba de la mesa. Con el corazón más ligero, volvió a su labor y comenzó a atender las mesas que poco a poco se llenaban.

Gracias a la propuesta de Román, el tiempo pareció volar. Cuando su turno terminó, se quitó el delantal con una sensación de alivio y lo guardó en su maleta. Román la observaba con una mirada cálida.

—Bueno, ya me voy —anunció ella.

—Buenas noches, Lyra, nos vemos mañana, llega temprano —Román se despidió.

Ella salió casi corriendo, encendió el auto con urgencia y emprendió el regreso. Estaba ansiosa por ver a Kael. En poco tiempo llegó al edificio, pero algo no encajaba.

Las luces estaban apagadas. Reinaba un silencio absoluto, inquieta, frunció el ceño. Su olfato se activó de inmediato, pero no captó el aroma de Kael en ningún rincón.

Con sigilo, encendió la luz y recorrió cada espacio. Al llegar al cuarto, su corazón dio un vuelco, la cama estaba vacía.

—¿Kael? ¿Kael, dónde estás? —lo llamó con desespero.

La casa estaba completamente vacía. Él se había marchado.

—¡Kael! ¡Kael! —gritó, desesperada, mientras comenzaba a buscarlo por todos lados—. ¡Kael!

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