Sin más opción en ese momento, Kael, resignado y herido en cuerpo y alma, permaneció en la pequeña cabaña de Lyra. Se juró que, en cuanto sus heridas sanaran, se marcharía sin mirar atrás. Mientras tanto, ella, con el corazón dividido entre el dolor y una alegría silenciosa por tenerlo cerca, se levantó al amanecer para cumplir su jornada como sirvienta en el castillo de la manada.
Ese día le asignaron limpiar justo junto al despacho de Mirkay, el hermano menor de Kael. El mismo traidor que había alzado a la manada contra su Alfa, manipulando y corrompiendo para quedarse con el poder. Desde dentro del despacho, las carcajadas retumbaban con soberbia. Mirkay brindaba junto a Jordán, su cómplice más cercano.
Lyra, con la escoba en la mano, fingió limpiar el suelo, aunque en realidad sus oídos estaban atentos.
—¡Pobre imbécil! —rio Mirkay, lleno de burla—. Fue tan fácil. Me confió todo, como el idiota sentimental que siempre fue.
El estallido de risas retumbó en el pasillo, esas risas tan cargadas de desprecio por aquel que fue el Alfa. Y Lyra, apretando los puños, sintió cómo algo en su interior comenzaba a despertar.
—Él jamás se imaginó que tú serías capaz de destronarlo. Pero ten cuidado, mi amigo —advirtió Jordán, bajando un poco la voz—. Tu hermano es un Alfa fuerte. Estoy convencido de que regresará. Los sirvientes lo vieron escapar hacia el bosque… Kael sigue con vida.
Mirkay soltó una estruendosa carcajada, rodando los ojos con arrogancia.
—Eso no me preocupa. Está gravemente herido, no llegará lejos. Y ya moví mis contactos —dijo, con tono venenoso—. Esta vez, no escapará. Le arrancarán la cabeza, y con él, morirán cualquier esperanza de que alguien venga a disputarme este trono… un trono que me gané con inteligencia, un trono que será mío para siempre.
Levantó su copa con una sonrisa maliciosa. Jordán chocó la suya con entusiasmo.
Desde el pasillo, Lyra apenas podía contener el temblor en sus piernas. Lo que acababa de oír le heló la sangre. Retrocedió un paso, dispuesta a salir corriendo, pero al hacerlo, la escoba cayó a sus pies con un golpe seco que quebró el silencio.
El sonido alertó a Mirkay, que enseguida giró la cabeza. Y se encontró con ella.
—Pero ¿qué tenemos aquí? —murmuró con tono irónico al verla—. Vaya, vaya… si es la pequeña Omega que siempre miraba a mi hermano como si fuera un dios.
Sus ojos la recorrieron con desprecio, pero también con deseo. Lyra, paralizada, bajó la mirada, sin saber cómo escapar.
—¿Qué se siente saber que el hombre que amas está a punto de morir? —le susurró con crueldad.
Lyra palideció, su voz se quedó atorada en la garganta. Sentía el corazón latirle con violencia, amenazando con romperse.
—Señor… yo… yo no sé a qué se refiere —balbuceó, temiendo que sus palabras la condenaran.
Mirkay se acercó con pasos lentos, depredadores. Tomó su mentón entre los dedos, obligándola a levantar el rostro. Al ver sus ojos grandes y húmedos, su belleza pura y seductora, sintió un impulso primitivo. Las pupilas se le dilataron y su mirada se tiñó de un rojo escarlata que estremecía.
—¡Lyra, Lyra! La pequeña Omega… Qué bella estás —dijo Mirkay con una sonrisa torcida, que erizó a la pobre. Jordán levantó las manos con resignación, lanzándole una mirada cómplice al Alfa.
—Yo me voy, hermano. Disfruta tu… “fiesta”. —dijo antes de salir del despacho.
Lyra sacudió la cabeza, aun temblando.
—Yo… tengo que irme, señor.
Pero los ojos de Mirkay ya se habían clavado en ella como cuchillas. Si su hermano moribundo no había sabido valorarla, él sí lo haría… a su manera. Con una mirada encendida de deseo retorcido, avanzó como un depredador.
—Ven aquí, pequeña. Si Kael no te hizo sentir mujer… yo me encargaré de hacerlo.
—¡No! Espere… ¿qué está haciendo? —Lyra retrocedió, pero él fue más rápido. La tomó por los brazos y la atrajo hacia sí con violencia, obligándola a sentir su aliento y su fuerza. Sus labios, ásperos y pesados, se estrellaron contra los de ella.
Ella forcejeó, pataleó, luchó con desesperación. Aunque era fuerte, no podía igualar la brutalidad de aquel lobo enloquecido que afilaba sus colmillos con cada intento de Lyra por resistirse.
—¡Serás mía, Lyra! No puedes resistirte —gruñó, con voz baja y peligrosa.
Sus manos la manoseaban sin piedad. La repulsión y la impotencia se mezclaban en el pecho de Lyra hasta que, desesperada, logró arañarle el rostro con toda la fuerza que le quedaba.
—¡Maldita! —rugió Mirkay, el arañazo le cruzó el rostro, causándole ardor.
La furia se desató. De un golpe, la derribó. El puño de Mirkay le rompió la boca y Lyra cayó contra el suelo, sangraba y le dolía. Pero ella no cedió. Con una patada, lo hizo trastabillar. Fue su única ventaja, pero solo duró segundos.
Él se lanzó de nuevo, la tomó del cabello y la arrastró hacia su cuerpo, atrapándola. Y entonces, le dio un cabezazo, que le rompió la nariz a la indefensa mujer, y la sangre fluyó todavía con las violencia. Lyra se estremeció con temor.
—¡Ah! —gritó, impotente al ver que no podía zafarse.
Mirkay no se detuvo. Estaba poseído por la crueldad, por el deseo de destrucción. No escuchaba más que su propia respiración desquiciada, ignorando los quejidos de Lyra, que, aún completamente abatida y destrozada, no dejaba de luchar.Y justo cuando Mirkay estaba a punto de arrancarle la ropa, Lyra logró aferrarse al palo de la escoba. Con la fuerza desesperada de una Omega acorralada, le asestó un golpe brutal en la cabeza. El impacto resonó seco, y el cuerpo del Alfa cayó al suelo como un saco de carne inerte.
Sin perder un segundo, Lyra salió corriendo del castillo. Sabía que tanto su vida como la de Kael pendían de un hilo.
Empujó la puerta de su cabaña con violencia, y Kael, al percibir su aroma alterado y el inconfundible rastro de sangre, se incorporó de inmediato, frunció el ceño.
—Tenemos que irnos, Kael. Ya.
—¿Qué?¿En qué lío te metiste otra vez? —dijo con desprecio, guiándose por su olor.
Lyra se dirigió al armario, abrió la puerta de golpe y metió en una maleta lo primero que encontró: documentos, algo de ropa, objetos esenciales. Luego abrió un cofre escondido y sacó todos sus ahorros. Había trabajado durante años con la esperanza de pagar la universidad, pero ahora, lo único que importaba era sobrevivir.
—¡Vamos, Alfa! —dijo con determinación, tomándolo del brazo.
Kael gruñó por el dolor que le causaban sus heridas, lo atormentaba la falta de visión, pero su olfato era fuerte y sabía que algo maligno se acercaba. Así que se dejó guiar por Lyra.
Ella lo ayudó a subir al auto, cerró la puerta y arrancó con fuerza. El motor rugió mientras dejaban atrás la cabaña.
Pero no habían avanzado mucho cuando, por el retrovisor, Lyra vio las luces de varios autos aproximándose, se trataba de los soldados del castillo que estaban acercándose.