Días después.

—¿Qué haces ahí parada, Lyra? Se hace tarde para el trabajo —gruñó Kael al notar que seguía en la cocina.

—Hoy no voy, pedí el día libre.

—¿Y eso? ¿No decías que necesitábamos dinero? —Kael negó con la cabeza, y Lyra le tendió el bastón, rozándole la rodilla.

—Vamos, Kael, tenemos una cita, se nos está haciendo tarde.

Frunció el ceño, desconcertado. Rara vez salía del departamento; la ciudad lo intimidaba, no la sentía suya.

—¡Estás loca! No voy a salir a la calle con ese bastón.

Lyra se inclinó hasta quedar a su altura y, con ternura, le acarició los párpados con los dedos.

—Tenemos una cita con un especialista. Van a revisar tus ojos, tal vez aún haya algo que se pueda hacer —dijo Lyra.

Kael levantó la mano y apartó la de ella de su rostro con un gesto seco.

—Estoy ciego para siempre, no hay nada que hacer. ¡Maldita sea! No entiendo por qué te empeñas en hacerme la vida imposible.

—No soy yo quien se empeña —respondió con firmeza—. Quiero ayudarte, Kael. Quiero que pu