Mundo ficciónIniciar sesiónLouisa (Lou) ha tenido una vida que parece empeñada en verla quebrarse. La enfermedad de su madre, la muerte de su hermana y la crianza de su pequeño sobrino Edward la obligaron a ser fuerte. Con un modesto trabajo como señora de limpieza en un hotel, sobrevive día a día aferrándose a la esperanza de que todo algún día mejore, hasta que un hombre irrumpe en su puerta y lo cambia todo —a peor. Dante Ferrari, un poderoso y temido CEO paralítico, aparece dispuesto a reclamar a su hijo para obtener una herencia que solo podrá conseguir si el niño vive bajo su techo. Lo que Dante no esperaba era enfrentarse a Louisa, la tía protectora a quien su hermana, le pidió que jamás permitiera que su hijo terminara solo en manos de su padre. Tras fuertes amenazas en las que Dante promete destruirlo todo y una jugarreta del destino donde termina haciendo un trato con él, Louisa se ve obligada a mudarse con Edward a la gélida mansión del magnate. La casa era tan fría, o quizás más, que su propio dueño. Lo que nadie imaginaba era que la actitud extrovertida, terca y excéntrica de Louisa comenzaría a romper poco a poco las paredes del hombre que juró no volver a sentir. Entre secretos, heridas y una atracción imposible, ambos deberán decidir si lo hacen todo por el bien de Edward o si están destinados a amarse, aun cuando ambos juraron no volver a amar.
Leer másDicen que “Dios le da sus mejores batallas a sus mejores guerreros”. ¿A mí? Parece que me tiene como saco de boxeo.
El sonido de la cachetada en mi mejilla me recordó que esto era real.
El picor en mi mejilla crecía. Mi rostro se movió en dirección del golpe. Tenía ganas de mandar todo al diablo, de insultarla, de golpearla igual. ¿Por qué no lo hice? Por mi hijo y mi madre.
Enderecé mi rostro manteniendo una expresión pétrea. Dejé escapar una larga exhalación para calmar mi cuerpo que se encontraba ardiendo por la rabia. Mis ojos ardían; miraba a esa mujer, esa que tanto me recordaba a lo que más odiaba… mi padre. Ese hombre que nos abandonó simplemente porque quería estar con su amante de turno. ¿Qué hizo su familia para evitar la humillación? “Darnos trabajo por lástima”.
A pesar de que era buena trabajadora, al no haber ni siquiera terminado la secundaria muchos empleos se negaban a contratarme. Otros solo miraban a un lado diciendo que me llamarían. Terminé trabajando en el negocio de limpieza de la familia de mi padre donde, aunque no lo quisiera admitir, el pago era bueno… al menos podía mantener a mi familia de tres y la casa.
—¿No lo estás viendo? Gracias a tu incompetencia nuestro cliente se quejó de que dejaste una servilleta en su cuarto. Louisa, eres una inútil.
Continué con las respiraciones asistidas que aprendí en mi teléfono hace unos dos años, cuando conseguí este trabajo. Antes podía darme el lujo de tener un trabajo de medio tiempo mientras mi hermana Estrella tenía el que tengo actualmente… hasta que ella murió en un accidente. Estuve desesperada para conseguir algo, así que mi tía Marta me ofreció “remplazarla” sin imaginar que mi hermana mayor aguantaba todo esto para ser la cabeza de la casa.
—Tía, yo me aseguré de limpiar todo —susurré con voz baja, como si estuviese hablando con un niño de tres años—. ¿No crees que limpiar provocaría tu ira? Yo creo que sí, y siento que el error fue de alguien más, mi querida tía.
Forzaba mi voz de madre para darle una explicación. Era el mismo tono y la misma manera que usaba con mi hijo cuando me preguntaba por qué no podía comer un caramelo a las siete de la noche.
—¿No fuiste tú? ¡Entonces quién fue! Porque mi hija era tu compañera ese día y dudo que ella hiciera ese error.
Miré de reojo a mi prima Bárbara. No tenía que decir nada para dejar claro que fue ella; su sonrisa sutil, su rostro triunfante era más que suficiente. Ella no solo odiaba a mi hermana por ser más hermosa que ella, también me odiaba a mí aunque no lo dijera. Respiraba de manera forzada hasta que mis fosas nasales se ancharon. Sabía que mi tía continuaría, por lo que solo agaché la cabeza dejando escapar un leve suspiro.
—Tienes razón, disculpa, no volverá a pasar —masticé cada palabra con rabia.
—Eso espero; solo por eso te cambiaré de equipo con la loca y si ambas cometen un error, las voto a las dos.
Sus pasos resonaron por el pasillo mientras se alejaba. Sujetaba mis manos contra mi uniforme, el cual temblaba por la ira. Dos años en los que no solo he tenido que olvidarme poco a poco de quién soy, sino que había pensado lo peor: Dios me había abandonado.
No solo tuve que aguantar descubrir que era la amante de mi novio en mi cumpleaños veintiuno, tuve que intentar ser la fuerte al descubrir que mi madre tenía cáncer de mama. Mi hijo, Edward, cumpliría cinco años la semana que viene. La vida de Edward era propia de una novela.
A pesar de que no lo llevé en mi vientre, para la ley ya era su madre al terminarse la adopción tras la muerte de mi hermana. ¿Su padre? Quién sabe. Mi hermana un día apareció embarazada y entre todas nosotras tuvimos que turnarnos para cuidarlo. En su lecho de muerte solo me pidió una cosa: “Cuídalo como si fuese tu hijo y no dejes nunca que su padre se lo lleve.”
Suspiré con pereza de nuevo. Ataba mi cabello en una coleta, arreglando mi uniforme, cuando sentí un abrazo. Ladeé levemente la cabeza notando que era Victoria. Ella era considerada “loca” pero solo era divertida. Tenía tatuajes por casi todo su cuerpo —excepto su cara—, varios pixies en la oreja y el cabello colorido. Gracias a ella teñí mi cabello rubio a un negro con puntas rosadas.
—¡Lou! Hoy trabajamos juntas por fin —gritó emocionada mientras me abrazaba, pero al ver mi mejilla frunció el ceño—. ¿De nuevo? ¿No crees que deberías ir a acusarla con Recursos Humanos?
—¿Para que me pase igual que Claudia? —arrastraba mi carrito donde colocaba las sábanas sucias—. Ella fue a recurso humanos porque mi tía le hablaba mal y la despidieron. Yo no puedo perder este trabajo—con dos dedos toqué una de las puertas para ver si había alguien.
—¿Y si hablas con el dueño del hotel? Escuché por las malas lenguas que ha estado entrando a la oficina esta semana.
—¿No se suponía que la sede principal era en Italia? —abrí la habitación al ver que nadie respondía, notando la habitación vacía.
—Sí, pero escuché que seguramente va a despedir al gerente porque el hotel ha bajado de categoría —comenzó a recoger las fundas de la sábana—. Escuché que es un hombre que parece tener un palo donde no le da el sol todo el tiempo.
Dejé escapar una risa al recoger la sábana. Siempre que estábamos trabajando juntas nos hacía sentir relajadas, pues nuestro trabajo era tan menospreciado que siempre nos ignoraban. Entre las dos comenzamos a arreglar las habitaciones: desde la basura hasta las sábanas sucias. Retirábamos todo lo usado para colocarlo nuevo. Nuestro trabajo parecía ir siempre en bucle donde no había nada nuevo. Ella y yo estábamos encargadas de las habitaciones más baratas pues no “dábamos” tanta confianza para trabajar con las más costosas.
Durante horas trabajamos y comimos en la hora de la comida. Aceleré mi paso porque tenía que buscar a mi hijo a la escuela. El mismo caos de siempre. Correr para poder alcanzar el autobús que parecía querer entrenarme para ser atleta. Cuando por fin pude subir al bus, tras un largo recorrido llegué a la escuela donde Edward estaba sentado a la distancia, solo, como siempre. Hice una leve mueca mientras me dirigía hacia él cuando fui detenida por la maestra que me hizo señal con su mano. Sus ojos no eran los de alguien que te diría que tu hijo se portó bien; no, eran los de alguien que estaba lista para decir que algo malo pasó. Sus ojos me observaron con detenimiento y tras esto me sonrió con esa sonrisa programada que parecía tener el objetivo de calmar.
—Muy buenas, hoy Edward estuvo envuelto en una pelea.
Mordí mi labio de manera sutil.
—¿Otra? ¿Por qué?
—No quiso decirnos, solo que él golpeó a uno de los niños un poco fuerte y tuvimos que llamar a sus padres —agregó con pesar—. Es la quinta vez en este mes y si continúa tendremos que pedirle que retire a Edward. ¿Lo comprende?
Asentí con levedad apretando mi puño. No podía darme el lujo de perder esa escuela pues trabajaba con mi horario y además era pública.
—Lo entiendo, maestra Castillo; hablaré con mi hijo —dije finalmente, dirigiéndome hacia Edward que aún estaba sentado.
Sus ojos eran de una manera tan colorida que parecían de película. Un tono acaramelado en el centro con un color verdoso y azulado a cada lado. Heterocromía… en él parecía un angelito caído del cielo. Me agaché dedicándole mi sonrisa más calmada. Gracias a él, tuve que aprender a ser madre a la fuerza.
—¿Listo para irnos? —hablé de manera dulce.
—Mami, ¿estás enojada? —su pregunta salió temerosa.
—No, solo quiero que me digas por qué le pegas a esos niños.
—Ellos se burlaron porque no tengo papá —susurró apenas—. No me molesta, pero ahora están molestando a mi amiga también por estar conmigo. No me gusta.
Suspiré con levedad y tras esto lo tomé de la mano para que se levantara.
—Cuando esto pase, díselo a tu maestra, ¿te parece?
Él solo asintió y tras esto nos dirigimos hacia nuestra casa que estaba cerca. Mientras caminábamos, me pidió de regalo pinturas pues adoraba pintar, por lo que hice un cálculo mental de que podría vender algunas de mis pertenencias para también inscribirlo en clase de pintura. Mi hogar era de estilo típico neoyorquino en color ladrillo; el de mi infancia estaba lleno de recuerdos y tranquilidad. La paz en la tormenta. Estábamos solos pues mi madre estaba en quimioterapia. Mientras mi hijo revisaba sus tareas, la puerta sonó; imaginé que era mi madre que olvidó la llave de nuevo. Abrí la puerta notando a un hombre en silla de ruedas. Con mirada imponente y fría. Su cabello como el sol y unos ojos coloridos. Con una voz áspera, sin piedad, solo dijo:
—Busca a mi hijo en este momento antes de que te llame a la policía por robo.
Las miradas de las trabajadoras que no habían ido a trabajar todavía se posaron en mí. No fue necesario que dijeran completamente lo que necesitaban; con solo su mirada sabía que estaba en problemas. Quien entró fue el gerente del hotel.Su mirada, de esas que se sabe cargan malas noticias, vislumbraba un simple pensamiento: no sabía ni siquiera cómo empezar. Con su mano me hizo una señal para que saliéramos fuera de la habitación donde nos preparábamos las encargadas de limpieza.Con incertidumbre lo seguí. Él me pidió ir a su oficina, pues —según me comunicó— teníamos que conversar algo importante. No me comentó nada, pero sabía que no era algo bueno. Al llegar a la oficina, que se erguía como un guardián listo para revelar los secretos del universo, ni siquiera pude apreciar el arte de los cuadros que tenía ni los muebles. Los nervios afloraban en mi cuerpo, por lo que apenas noté el color de ella. Blanca, aunque en muchos lugares representaba “pureza”, en este momento la sentía co
El aire entre nosotros pareció congelarse. Su sonrisa, esa que era ligeramente diabólica, buscaba provocarme. No había ni un pequeño ápice de emoción; era un cascaron vacío que solo me observaba como un mero objeto. Mi cuerpo, aún paralizado, no sabía cómo reaccionar. Para mí, estaba viviendo una verdadera ilusión¿cuál era la probabilidad de que el padre de Edward fuera el dueño del hotel donde trabajaba?No, esto debía ser un sueño. Esos que solo están para torturarte. Su sonrisa se ensanchó de una manera magistral, como si pudiera leer mi rostro. Con una voz áspera, cruel, pero sobre todo atrayente, agregó:—Ves que no pudiste escapar por siempre —ladeó la cabeza con lentitud—. Te encontraría aunque tuviera que ir al infierno. —Llevó su brazo al apoyo de la silla y recostó el rostro sobre su mano.—¿Qué quieres? ¿Porque si vienes a quitarme tiempo de trabajo, o acaso estás tan aburrido que no sabes qué hacer? —disparé en un tono ácido.Buscaba provocarlo, pero lo que recibí fue una
Dicen que en la vida todo está escrito desde que nacemos; no importa cuánto cambies o hagas, hay eventos que pasarán aunque intentes evitarlos.Regresé a mi hogar donde me esperaban mi hijo y mi madre. Al verme llegar, mi madre se levantó y se dirigió a la cocina para darme algo de comer; Edward, por otra parte, me abrazó. Ese gesto lleno de cariño me arrastró a lo que más deseaba: una familiaridad que era imposible no necesitar.Él era mi todo; mi mundo podía estar cayéndose y con solo una sonrisa suya mi mundo volvía a brillar.—Mami, te extrañé mucho —se acurrucó en mí—. Me he portado muy bien en la escuela, y le dije a mi maestra cuando los chicos me molestaban, como me dijiste.Lo cargaba, haciéndolo volar, y él solo dejó escapar una sonrisa. Lo bajé y, agachándome, él acarició mi cabello lentamente.—Mami, me gusta tu cabello —dejó escapar una leve sonrisa.—¿Ah, sí? Muy pronto me lo arreglaré cuando tenga tiempo.—¿Así vendrás para el día del papá a traerme a la escuela? —pregu
Estrujaba ese papel como si quisiera desaparecerlo. Tragué con dificultad, intentando volver a la vida. Con pesar, metí los correos en mi cartera y, tras esto, me dirigí hacia mi trabajo. Quería morirme, pero no podía darme ese lujo. En ese momento sentía que la vida me estaba dando una batalla que no merecía. Una guerra donde mi hermana tomó sus decisiones y ahora yo tenía que cargar con lo que provocó.Los nervios los tenía de punta. Mientras sostenía la carta en el autobús, comenzaba a leer, notando que tendríamos una citatoria para esa misma tarde, donde al no comparecer prácticamente continuarían el procedimiento aunque yo estuviera ausente. Tragué en seco. Me recomendaban llevar un abogado y, si no podía, podrían asignarme un defensor. ¿Lo peor? Desde la primera audiencia, muy probablemente, él obtendría derecho a visitas supervisadas dependiendo de la decisión que se tomara.Maldita sea.Apenas podía sobrevivir económicamente y ahora tendría que pagar un abogado. Arrugué con fu
Mi cuerpo se congelaba al ver al hombre sentado en esa silla de ruedas, con una expresión tan seria que dejaba claro que no estaba ahí para platicar de manera amable. Solo con mirarlo, sabía que era un tirano. Una expresión tan gélida que bastó para congelar todo el ambiente entre nosotros. No lo conocía, pero por su rostro y el color de sus ojos, supe que era el padre, Edward.—Ya te dije que dime dónde está mi hijo, voy a llamar a la policía —repitió, como si sus palabras fueran una orden suprema.A la distancia, se escuchaba que la televisión se encendía, así que imaginé que Edward ya había terminado todas sus tareas. Edward, un ángel lejano de todo el caos que estaba a punto de suceder, ajeno. No permitiría que lo expusiera en este caos. Nunca necesitó de su padre que lo abandonó; no lo haría ahora tampoco. Según Estrella, siempre dijo que era despreciable, y yo le creí, por el mero hecho de que ese hombre nunca se dignó a buscar a Edward.Mi objetivo era solo pensar en mi hijo, p
Dicen que “Dios le da sus mejores batallas a sus mejores guerreros”. ¿A mí? Parece que me tiene como saco de boxeo.El sonido de la cachetada en mi mejilla me recordó que esto era real.El picor en mi mejilla crecía. Mi rostro se movió en dirección del golpe. Tenía ganas de mandar todo al diablo, de insultarla, de golpearla igual. ¿Por qué no lo hice? Por mi hijo y mi madre.Enderecé mi rostro manteniendo una expresión pétrea. Dejé escapar una larga exhalación para calmar mi cuerpo que se encontraba ardiendo por la rabia. Mis ojos ardían; miraba a esa mujer, esa que tanto me recordaba a lo que más odiaba… mi padre. Ese hombre que nos abandonó simplemente porque quería estar con su amante de turno. ¿Qué hizo su familia para evitar la humillación? “Darnos trabajo por lástima”.A pesar de que era buena trabajadora, al no haber ni siquiera terminado la secundaria muchos empleos se negaban a contratarme. Otros solo miraban a un lado diciendo que me llamarían. Terminé trabajando en el negoc
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