Kerianne Bacab, era la esposa una familia rica, y la mujer más odiada por toda la familia Brusquetti, despreciada y humillada constantemente. Su esposo, Arturo Brusquetti, no llegó el día de su boda, y la destinaron, a una casa desastrosa al fondo de la mansión. Sin embargo, ninguno de ellos, conocía su verdadera identidad, como heredera de una gran familia al otro lado de la ciudad; y planeaba mantenerla de esa forma. Prometió volver a ser la misma mujer fuerte, que dejó en el pasado, por su capricho de casarse con un hombre que creyó que la amaba, y se juró a sí misma, que algún día, todos aquellos que la rechazaron, se arrodillarían ante ella. Por otra parte, Arturo Brusquetti, descubre la verdad de todo, y se da cuenta del grave error que cometió con su, ahora, ex esposa; prometiéndose así mismo, hacer hasta lo imposible, para recuperarla.
Leer másSolo recuerdo un día, en la que fui realmente feliz; y fue cuando me enteré que tenía que casarme con el hombre que amaba, que amo. pero jamás imaginé que él no aparecería el día de mi boda.
Solo mandó unos documentos firmados, que constataban que éramos marido y mujer. No hubo un brindis por ello, no existió una celebración de ensueño, ni felicitaciones por parte de su familia.
Simplemente, me dieron una cabaña al fondo de la casa, que ni siquiera se les da a los empleados, creyendo ingenuamente, que mi esposo no sabía nada; sin embargo, al día siguiente, cuando lo llamé, mi corazón se rompió por la mitad, y así, cada día un poco más, hasta que comprendí, que él no vendría a salvarme, y su familia siempre me despreciaría.
— Me has robado al hombre que amo… — gritaba mi cuñada.
— Has lo quieras, al fin de cuentas, has conseguido ser una Brusquetti… — murmuraba con ira la madre de mi esposo.
— Este será tu hogar. Ve cómo sobrevivir, porque no obtendrás ni un solo peso de nuestro dinero… — mascullaba mi suegro.
— La sociedad no te conocerá como la señora Brusquetti… — repetía mi cuñada.
— Eres una oportunista…
— No es más que una pordiosera, que se aprovechó del buen corazón de nuestro señor — decían los empleados.
Todas y cada una de esas palabras me estrujaban el alma, me rompían el corazón, me hacían sentir miserable, pero algún día todo cambiará.
Pero la que más me ha lastimado fueron las palabras de él.
— Tú y yo no seremos nada más que desconocidos ante la sociedad. Tú no eres nada para mí, más que una simple sabandija oportunista. Una sanguijuela. Sufrirás el haberme hecho esto.
Algún día, les cerraría la boca a todos.
ADELANTO... Los años habían pasado considerablemente para la familia Brusquetti, y ahora, sus dos hijos ya eran adultos. Al menos uno de ellos lo era. Holly Brusquetti, es una estudiante de medicina, que planea realizar su residencia en uno de los mejores hospitales del país. Una chica estudiosa, muy inteligente y ni hablar de la rebeldía que poseía. Amaba a su familia, pero era tan rebelde, que se encontraba en la mira de su padre, molesto porque pese a ser una hija excepcional, no hacía más que dedicarse a ser el orgullo de ellos, a comparación de su hermano, que era lo contrario ella. Los padres de Holly, no sabían de las andanzas en la que se encontraba el hijo menor, pero cuando la hija mayor de los Brusquetti se enteró, de las aberraciones, no dudó en ponerle un escarmiento al jovencito. — ¿En qué te has metido, Raúl? — preguntaba su hermana, indignada; sin embargo, al joven no le importaba. Él decía que la vida era demasiado corta para desperdiciarlo como lo hace su hermana,
ARTURO BRUSQUETTI.El sonido del teléfono cortó el silencio de mi oficina. Mientras me preparaba para tomar la llamada, la expectación se apoderó de mí. El nombre de Mauricio brillaba en la pantalla, y mi corazón latía con la esperanza de buenas noticias.— Señor, soy Mauricio. Necesitaba que supieras que he despertado del coma. Estoy bien, aunque todavía estoy asimilando todo.Una oleada de alivio inundó mi ser. Durante semanas, la incertidumbre había nublado mi mente, pero ahora la noticia de que Mauricio había despertado era como un rayo de luz en la oscuridad. Agradecí a quien correspondiera por la buena nueva y le prometí a Mauricio que estaría a su lado tan pronto como pudiera.Al salir, me encontré con la presencia de mi esposa, y una sonrisa radiante.— ¿Te has enterado?— Sí. Iba por ti para ir al hospital — Las lágrimas de felicidad no tardaron en aparecer, y aunque odiaba verla llorar, esta vez hasta yo deseaba hacerlo.— Vámonos.Cuando llegamos al hospital, casi no había
KERIANNE BACAB.La noche cayó sobre la mansión, y pronto nos instalamos, al club que se supone, asistirían. Las luces de seguridad iluminaron cada rincón. En las pantallas, observábamos los monitores con atención, esperando el movimiento de los enemigos. Sabíamos que no tardarían en llegar, y cada segundo que transcurría era una pulsación acelerada en el reloj de la confrontación.De repente, una alarma sonó en la sala de reuniones. Las cámaras mostraban a un grupo de individuos aproximándose a la entrada principal. La tensión se apoderó del ambiente mientras los agentes de seguridad se preparaban para enfrentar la amenaza.— Es ahora o nunca —dije, mirando a Arturo.La verdad, me encontraba eufórica, y cierto miedo se instaló en mi pecho, al recordad las cosas horribles que nos hicieron. No podía flaquear ahora.Nos dirigimos hacia la entrada principal, donde la confrontación era inminente. La idea era, que no vieran en ese lugar. Los guardias rodeaban el club, sus posturas firmes y
El sonido constante de las teclas de la computadora resonaba en la oficina, acompañado por el suave murmullo de conversaciones telefónicas y el vaivén frenético de la vida corporativa. Mi día en la empresa avanzaba con la rapidez que caracterizaba mi vida profesional, pero la calma se quebró abruptamente cuando mi teléfono sonó, rompiendo la monotonía del entorno laboral.Miré la pantalla y vi el nombre de la clínica, parpadeando en la pantalla. Un nudo de inquietud se formó en mi estómago mientras contestaba la llamada, intentando ocultar la preocupación en mi voz.— ¿Sí? ¿Qué sucede? — preguntó con una esperanza, renaciendo en mi pecho.La voz al otro lado de la línea estaba cargada de tensión y preocupación.— Señora Brusquetti, necesito que vengas al hospital. Su amiga ha despertado.Mi corazón dio un vuelco. —¿Ha despertado? ¿Está bien?Al parecer, la mujer titubeó antes de responder. —No estoy segura. La joven muestra rastros de aturdimiento, lo que es normal ero necesita ver un
ARTURO BRUSQUETTI.Kerianne se encontraba sentada en el borde de la acera, observando el caos que se desplegaba frente a ella. Las luces parpadeantes de las patrullas y la algarabía de la multitud contrastaban con la quietud que aún persistía en su interior. Acababa de presenciar un accidente automovilístico, un choque brutal que dejó retumbando en sus oídos el estruendo de metal retorcido y cristales rotos.— Sube a tu coche y vámonos — insistí —. La policía está llegando.Su corazón latía con fuerza, y una sensación de incredulidad se apoderaba de ella. A pesar de estar ilesa físicamente, su mente estaba sumida en un torbellino de pensamientos. No podía quitarse de la cabeza la imagen del impacto, la sensación de impotencia al ver la colisión inminente, y de seguro, mucho menos la imagen de Patricia, ardiendo entre las llamas. La fragilidad de la vida se le revelaba de manera abrupta, y Kerianne se sentía consternada ante la vulnerabilidad de su existencia.La entendía perfectamente
KERIANNE BACAB. Las palabras de Arturo, no me convencían, pero agradecía el intento de hacerme sentir bien. Por el momento, tenía dos personas importantes, internadas en el hospital, y estaba realmente cansada de seguir sufriendo y permitiendo que personas inocentes, paguen el precio del odio ajeno. Era momento de poner las cartas sobre la mesa y jugar con mis reglas. No más justicia, ni leyes. Este campo estará minado de dinamita, y no me importará hacerlo estallar, aunque yo esté sobre ella. Con la frente en alto, caminé hasta la entrada principal de la clínica, y comencé a estudiar el perímetro detalladamente. En algún punto de la zona, estará uno de ellos, oculto vigilándonos. — ¿Quieres guerra? — susurré en voz alta, sabiendo que había algún micrófono cerca —. Lo tendrás. Me he cansado de ti…, de ustedes. Y, al término de mis palabras, sonreí arrogante, demostrando que ya no le tenía miedo a nadie. Me adentré nuevamente dentro de la clínica, en el momento exacto en que el méd
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